Y con la misma claridad con la que Victoria hubiera querido pronunciaron los distintos textos de adoración mariana los cantantes de «El León de Oro». Todo completamente inteligible y claro.
La luz de Trento en las Descalzas Reales
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 20-XI-2021, Iglesia del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. Patrimonio Nacional [ciclo Música Sacra en las Capillas Reales]. Sancta Maria succurre Miseris, Versa est in luctum, Salve Regina, Missa Salve Regina y Regina Caeli de Tomás Luis de Victoria. El León de Oro, Marco Antonio García de Paz [director].
Todas las cosas deben ordenarse en efecto de tal modo que las misas, ya sean celebradas con canto o sin él, lleguen con tranquilidad a los oídos y los corazones de los que las oyen, la tranquilidad de cuando todo es interpretado con claridad y a la velocidad justa. [...] Evítese que lo profano se entremezcle, y sólo han de oírse himnos y alabanzas a Dios.
Septiembre de 1562, carta de varios delegados episcopales al Concilio de Trento.
Si tras aquella tercera y última sesión del ambicioso Concilio de Trento se hubiera decidido adoptar las ideas de Juan Calvino y desterrar la polifonía del ámbito religioso la historia hubiera sido muy diferente. No sé si fue el Espíritu Santo o Palestrina el que iluminó a los cardenales, pero por suerte ese no fue el destino de la música, sino que en el último cuarto del siglo XVI se abrió un nuevo campo para los maestros de capilla. Había que componer un repertorio que se adaptase a las normas del recién clausurado concilio tridentino, eliminar secuencias, acortar textos y, sobre todo, dar música a una nueva Iglesia en la que, en su búsqueda de la Luz Divina, se revestía de una nueva claridad.
En este apasionante nuevo contexto nace el repertorio que interpretó El León de Oro en las Descalzas Reales de Madrid. Una nueva música para una nueva época. Una luz hasta ahora nunca vista debía bañar las armonías para adorar a Dios. Y con la misma claridad con la que Victoria hubiera querido pronunciaron los distintos textos de adoración mariana los cantantes de El León de Oro. Todo completamente inteligible y claro. Incluso en las entradas en estilo fugado como las del Versa est in luctum resultaba sencillo comprender el texto. En esta misma pieza pudimos escuchar una cuerda de bajos repleta de armónicos tanto al comienzo como al final que, en lugar de engullir al resto de voces, actuaba como telón de fondo para que estas con una ligereza absoluta encabezada por las sopranos tejiesen unas melodías que, tal y como demandaban los delgados en Trento, brilló por su claridad y pureza técnica, así como por su belleza.
La Missa Salve a ocho voces fue el plato fuerte de la velada. El coro se reorganizó en cada una de sus cinco números buscando siempre el equilibrio vocal. Consiguieron su objetivo. Así mismo, marcaron los detalles que acompañan a la comprensión del texto como no podría ser de otra manera en la edad de los madrigales: la solemnidad con la que se trata el dogma de la Consubstancialidad –«engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre»– en que tanto énfasis realiza el Credo niceno; la austeridad que rodea al «Crucifixus etiam pro nobis» o la ascensión de la melodía que se produce en las contraltos en el «Et ascendit in coelum». Sobresalió especialmente la voz de la joven contralto Claudia González, quien tanto en el Credo como en el melisma del Agnus Dei supo hacer que, aún con mascarilla, su voz destacase por encima del coro con un timbre completamente redondo y dulce.
Vale la pena detenerse un instante en la reseña para poner en valor la labor que dentro de El León de Oro hace Elena Rosso. La soprano de El León de Oro dirige también el coro infantil «Peques LDO» y el coro femenino «Aurum», creando así una cantera que permite que voces tan jóvenes como la de Claudia González tengan las cualidades para destacar en un repertorio que no solamente es difícil vocalmente, sino también en cuanto al entendimiento de una música muy alejada de nuestra forma moderna de ver e interpretar cuanto nos rodea.
Volvamos a las Descalzas Reales para terminar con el precioso Regina Caeli a ocho, un canto de esperanza tradicionalmente entonado durante la Pascua en el que se alienta a la Madre de Dios a alegrarse por la resurrección de su hijo. Un canto acerca del triunfo de la vida sobre la muerte que supone un final excelente para un concierto por la alegría que transmite. Destacaron los tenores en el juego de voces del Alleluia final construido mediante un uso magistral del contrapunto imitativo que no es sino un gran ejemplo de cómo polifonía y claridad pueden ir acompañados. En Trento hubieran quedado satisfechos.
Fotografías: Patrimonio Nacional.
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