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Crítica: El Cuarteto Quiroga y Nicolas Altstaedt en el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

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Autor: David Santana
7 de noviembre de 2022

Crítica del concierto que el Cuarteto Quirtoga, uno de los más activos en el panorama internacional, ofreció junto al violonchelista Nicolas Altstaedt, en el ciclo de cámara del CNDM, con obras de Beethoven y Schubert

Un éxtasis más que un Adagio

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 3-XI-2022, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Cuarteto de cuerda n.º 11 en fa menor, Op. 95 de Ludwig van Beethoven y Quinteto de cuerda en do mayor, D 956 de Franz Schubert. Cuarteto Quiroga: Aitor Hevia y Cibrán Sierra [violines], Josep Puchades [viola], Helena Poggio [violonchelo]; Nicolas Altstaedt [violonchelo].

   El Cuarteto Quiroga, un habitual ya de las temporadas del Liceo de Cámara XXI y un repertorio clásico y bien conocido por los amantes de la música de cámara compone el programa del segundo concierto de este ciclo del Centro Nacional de Difusión Musical.

   Es uno de esos programas que no están hechos para la mente, sino para el corazón, que no tienen un objetivo educativo o, que invite a reflexionar, sino que su propósito es el de obligar al espectador a detenerse durante hora y media, olvidar lo cotidiano y dejarse embelesar por algunos de los compases más hermosos del repertorio camerístico.

   El Cuarteto de cuerda n.º 11 de Beethoven sirvió a los músicos de calentamiento. Los ánimos aún no parecían estar templados en un Allegro con brio en el cual, si bien ya brilló la precisión y el sonido cohesionado del grupo, eché de menos algo más de fuerza… incluso de violencia, me atrevería a decir, para lograr sacar todo el jugo a este movimiento y marcar aún más el contraste con el Allegretto. Solo escuché esa fuerza arrolladora en Josep Puchades, cuya viola destacó notablemente no solo en este primer movimiento, sino también en los primeros compases del Allegretto acompañada del violín segundo.

   El tercer movimiento, que da el sobrenombre de «serioso» a todo el cuarteto, fue en el que el Cuarteto Quiroga más supo destacar. Aquí, ya sí, el tema se presenta una y otra vez de forma violenta, obsesiva. Sin embargo, no tuvo problemas, Aitor Hevia en atacar el Trio con un delicadísimo pianissimo.

   Y es que, si por algo destacó en esta ocasión el Cuarteto Quiroga, fue, sin duda, por la riqueza de matices que les permitió crear todo un universo de contrastes y pequeños detalles que nos permitirían escuchar una versión del Quinteto de cuerda en do mayor de Schubert absolutamente memorable.

   El Allegro ma non troppo fue de una precisión meticulosa. Incluso en los rubatos de los violines, de los cuales quizás se abusó un poco, el resto del quinteto escuchaba con atención y esperaba para meter las notas del acompañamiento en el momento preciso, dando la sensación de una precisión mecánica, más propia de una pianola o una caja de música, que de humanos. En el Scherzo pudimos disfrutar aún más de esta precisión, pues a ésta se le unió la fuerza y el frenético ritmo de danza que invitaba a saltar del asiento. En el último movimiento del quinteto, Hevia y Sierra volvieron a pecar de licenciosos ofreciéndonos una primera versión del tema inicial de este movimiento un tanto aflamencada más propia de Bizet que de Schubert. Mucho mejor fue la repetición del tema, con una precisión y sobriedades más propias del carácter germánico, pero con la misma intensidad que la primera vez.

   No he olvidado mencionar el Adagio, sino que, a propósito, me lo he reservado para el final debido a su excepcionalidad. El tema principal entre el violín primero de y el violonchelo de Nicolas Altstaedt destacó por su riqueza de matices, permitiéndonos escuchar un gran crescendo desde el delicadísimo piano hasta llegar a un forte en el que el franco-alemán logró un sonido tan potente como redondo. El acompañamiento fue también exquisito, sabiendo sostener y elevar al dúo en un absoluto éxtasis musical.

   La sala de cámara del Auditorio Nacional, repleta, aplaudió a rabiar y hasta cuatro veces obligaron al quinteto a salir a saludar, no fue para menos. No ofrecieron ninguna propina, y eso fue el mejor regalo, poder regresar a casa con esos compases de Schubert resonando aún en la mente.

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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