El programa presentó un absoluto equilibrio: dos partes y dos únicas obras de igual duración. Dos años separan el estreno de dos obras, y ambas nos hablan del nacimiento de un Romanticismo que sería la piedra angular de la cultura germánica del XIX.
Dos miradas al comienzo de una nueva era
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 10-III-2022, Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI, Centro Nacional de Difusón Musical. Cuarteto de cuerda n.º 14 en do sostenido menor, Op. 131 de Ludwig van Beethoven y Cuarteto de cuerda n.º 14 en re menor «La muerte y la doncella», D 810 de F. Schubert. Cuarteto Emerson: Eugene Drucker, Philip Setzer [violines], Lawrence Dutton [viola], Paul Watkins [violonchelo].
Entre tantas cancelaciones y cambios que acarrea en estos últimos meses el desdichado Liceo de Cámara XXI, el concierto del pasado jueves supuso un gran oasis musical. Nos presentó dos obras de primera categoría, bien conocidas por el público por su dificultad no solo técnica, sino también filosófica –enseguida desarrollaré este concepto– que fueron interpretadas por una agrupación tan reconocida e incluso galardonada como es el Cuarteto Emerson de Nueva York.
El programa presenta un absoluto equilibrio: dos partes y dos únicas obras de igual duración. Dos años separan solamente el estreno de estas dos obras, y ambas nos hablan del nacimiento, en la Europa posterior al Congreso de Viena, de un romanticismo que sería la piedra angular de la cultura germánica del XIX. Cada maestro lo hace a su estilo: Beethoven de forma más caótica, al igual que la naturaleza tan presente en su obra. Schubert, de forma más ordenada, pero también más íntima, reflejando en su música los más puros sentimientos humanos y desarrollando, por ejemplo, en el Scherzo una sutil ironía que se asemeja y a la vez contrasta con la que Beethoven nos muestra en su cuarteto.
El Cuarteto de cuerda n.º 14 de Beethoven está dedicado al mariscal de campo austríaco Joseph von Stutterheim y me gustaría pensar, aunque probablemente no sea cierto, que en el Allegro final hay un guiño al dedicatario en la melodía con la que el violín primero se alza casi al comienzo, cabalgando cual caudillo sobre su tropa. En este paralelismo es donde encontré la única crítica que puedo hacer a un Philip Setzer cuyo liderazgo del cuarteto no me llegó a convencer en este momento clave del cuarteto, quizás el más conocido por todos. Por lo demás, nos mostró un timbre sorprendentemente aterciopelado en los agudos que funcionó muy bien en la fuga inicial, en la cual pudimos escuchar la asombrosa variedad de timbres del Cuarteto Emerson en este movimiento de compleja arquitectura, en la que no pudimos advertir ni una nota fuera de su sitio. El Andante ma non tropo en forma de tema con variaciones se convirtió en lo mejor de esta primera parte al mostrar el Cuarteto Emerson sobre todo en la sexta variación fuertes contrastes de dinámicas y gran unidad creando un movimiento sarcástico a la par que dinámico gracias al impulso del violonchelo.
En el cuarteto de Schubert, Setzer cedió el puesto de violín principal a Eugene Drucker, en quien sí pudimos observar unas mayores dotes de liderazgo, marcando con fuerza el ritmo inicial en el Allegro. Pero el movimiento en el que merece la pena detenerse en este cuarteto es el Andante con moto –no en vano es aquel que le da el nombre a todo el cuarteto–, de nuevo un tema con variaciones. En este caso el Cuarteto Emerson lo que nos demostró fue su versatilidad al ejecutar con gran perfección un movimiento que nos va presentando distintas estructuras. Comenzamos con la polifónica o coral que no es en la que más destaca esta agrupación que destaca más por los contrastes de sus timbres que por su igualdad, no obstante, supieron ir juntos con gran precisión, lo que es más que suficiente para lograr una gran interpretación. En la primera variación Drucker toma el liderazgo, funcionando muy bien en este papel haciéndose destacar con su timbre más metálico sobre unos pizzicati molto cantabile que ayudaron mucho al fraseo. Después fue el violonchelo el que tomó el liderazgo en la segunda variación. Paul Watkins nos mostró un registro agudo del instrumento sumamente vibrado y aterciopelado, tanto que obligaba a levantar la vista para comprobar que no era de la viola de quien emanaba tan dulce melodía, mostrando también un amplio abanico de dinámicas. Todo el cuarteto supo destacar claramente los contrastes entre variaciones.
En la Tarantella con la que finaliza el cuarteto pudimos escuchar unas brillantes agilidades bien apoyadas en el excelente dúo grave que formaron Lawrence Dutton y Watkins, con una precisión prácticamente mecánica.
Terminó el concierto con Bach, algo que, en opinión de un servidor, siempre es muy elegante, y más cuando se escoge un arreglo del coral «Wenn wir in höchsten Nöten sein» –algo así como «Cuando en la hora de máxima necesidad…»–, para transmitir la preocupación por la guerra y hacer un llamamiento a la paz.
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
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