Crítica del concierto que el barítono Konstatin Krimmel y el Cuarteto Cosmos ofrecieron en el ciclo «Liceo de Cámara XXI» del Centro Nacional de Difusión Musical, con obras de Franz Schubert, Maurice Ravel y Othmar Schoeck.
El Cuarteto Cosmos y los colores envolventes
Por Ana M. del Valle Collado | @ana.budulinek
Madrid, 5-IV-2022, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Cuarteto n.º 10 en mi bemol mayor, D. 87 de Franz Schubert; Cuarteto de cuerda en fa mayor, M. 35 de Maurice Ravel y Notturno, Op. 47. de Othmar Schoeck. Konstantin Krimmel [barítono], Cuarteto Cosmos: Helena Satué y Bernat Prat [violines], Lara Fernández [viola], Oriol Prat [violonchelo].
Con un sonido limpio y elegante, respeto y sobriedad en las dinámicas, y coordinación perfecta, el Cuarteto Cosmos es un ejemplo de integración, de equilibrio sonoro y de unión de las habilidades individuales de sus componentes. Buen ejemplo de ello es su estupenda interpretación del Cuarteto n.º 10 de Schubert, obra más compleja de lo que pudiera parecer pese a tratarse de una creación juvenil. El vienés es un autor al que bajo aparente calma Biedermeier se le trata a veces de manera ñoña, pero que esconde algo de subversivo y en cuya música se debe estar siempre atento a todos aquellos matices absolutamente deliciosos que permanecen ocultos en el pentagrama.
El Cuarteto de cuerda en fa mayor de Ravel, otra obra de juventud con comparaciones a Debussy e historias de amor y odio asociadas, sirvió a continuación para que el Cosmos mostrara todo su savoir faire con unas dinámicas delicadas y fantásticas articulaciones, especialmente en el llamativo y sorprendente segundo movimiento, Assez vif, très rythmé, plagado de pizzicati y otras diabluras técnicas. Y aquí, donde es tan difícil coordinarse por la complejidad de los ritmos, es donde esta joven agrupación sorteó dificultades con solvencia y acertado estilo, despertando sonoridades, ahora sí, cercanas a Debussy. Cuánta fuerza en los primeros compases de ese cuarto movimiento, Vif et agité, que le fuera tan criticado a Ravel en su momento. Energía condensada bien plasmada, contundente y veraz. Los integrantes del Cuarteto Cosmos llenaron la sala de colorido y carácter en una actuación irreprochable en todos los sentidos.
Un sonido transparente y, reitero, las cuidadas articulaciones y equilibrio sonoro entre las voces, fueron las armas para crear las atmósferas sutiles necesarias para una obra como la de Othmar Schoeck. Dado a conocer por ese gran divulgador que fuera Dietrich Fischer-Dieskau, el Notturno es antecedente del expresionismo en un estilo romántico tardío que a ratos recuerda al Mahler de los Kindertotenlieder. Evocaciones del amor perdido en ambientes de entreguerras destilados por unos textos oscuros que se sustentan en una música de carácter envolvente, casi hipnótica. El barítono Konstantin Krimmel hace una excelente interpretación, con bella dicción en las articulaciones silábicas de los textos, a los que se enfrenta con gran justeza y medido tono, expresivo pero contenido, reflejo de todo el lamento y resignación del narrador pero sin exageraciones. Son de nuevo los aires que nos traen a Debussy en los interludios en los que intervienen solo las cuerdas los que dan el punto de unión a un programa que según avanza, va ganando en profundidad y que, recordando a Neruda en su Final, hace que el mundo sea más azul y más terrestre de noche.
Fotografía: Elvira Megías/CNDM.
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