La agrupación cuartetística barcelonas, con cuatro invitados para la ocasión, abrieron la temporada madrileña del CNDM en el ciclo Liceo de Cámara XXI, con un programa doble conformado por Jörg Widmann y Franz Schubert
Dos octetos para arrancar la temporada
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 5-X-2023, Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI, CNDM. Octeto para clariente, fagot, trompa, dos violines, viola, violonchelo y contrabajo de J. Widmann y Octeto en fa mayor, D. 803 de F. Schubert. Cuarteto Cosmos: Helena Satué y Bernat Prat [violines], Lara Fernández [viola], Oriol Prat [violonchlo], con Miquel Ramos [clarinete], Dag Jensen [fagot, José Vicente Castelló [trompa] y Joaquín Arrabal [contrabajo].
La composición de un octeto obedece a una motivación caprichosa. Son una rareza. Una pieza de libre estructura sobre la que hay tan poco dicho que el límite de lo «musicalmente correcto» obedece tan solo a los márgenes de la imaginación del autor. De este modo, tenemos dos obras parecidas y, al mismo tiempo, muy diferentes, con un número desigual de movimientos, los cuales, a su vez, guardan escasas similitudes entre sí.
Por ejemplo, en la obra de Jörg Widmann el primer y último movimientos están conectados, citándose entre sí y con motivos que, a su vez, recuerdan al Octeto en fa mayor de Schubert que escucharíamos en la segunda parte. Sin embargo, el tercer movimiento, se aleja de Schubert y del resto de la obra para erigirse como un paréntesis de experimentación tímbrica, alejado del concepto de tempo y plenamente instalado en la modernidad. Nada que reprochar a Widmann, ya que como decía, el octeto es un lienzo en blanco sobre el que volcar cualquier fantasía imaginable.
Eso sí, el pago por esta libertad artística es una endiablada instrumentación. En el cuarteto o en el quinteto el dominio de los timbres de la cuerda es evidente y, en el caso de introducir otros elementos (piano o algún instrumento de viento…), éstos tienen un papel diferente y parcialmente en contraposición a las cuerdas. En el caso del octeto no cabe esta posibilidad, ya que vientos y cuerdas se hayan en una igualdad que de número que debe coincidir con el papel musical.
Tanto Widmann como Schubert parten del unísono: una fusión de timbres que, a modo de Big Bang hace eclosionar un universo de temas que viajan por los distintos instrumentos dando lugar a distintas texturas, siempre manteniendo el protagonismo en equilibrio entre cordófonos y aerófonos. En ambas piezas se mantiene también una línea constante, un hilo que nunca deja de sonar y que actúa a modo de hilo conductor, dotando al octeto de cohesión y continuidad.
Para mantener esta intención del compositor, a los músicos se les exige una gran precisión y una musicalidad sensible a un fraseo que, en el caso extremo del Lied ohne Worte, adquiere una gran complejidad al basarse no en el tempo, sino más bien en los contrastes de timbres. El Cuarteto Cosmos y el resto de músicos hicieron un trabajo muy profesional, destacando especialmente Helena Satué con unas líneas del violín con cuerpo, bien proyectadas y muy destacadas. Aunque lo verdaderamente genial de esta obra fue el excelente balance que lograron mostrar en los tutti.
En el Octeto en fa mayor de Franz Schubert, por el contrario, no pude escuchar tanta precisión como en Widmann, con algunos momentos de tensión e inestabilidad en el primer movimiento y unos violines cuyo sonido no fue capaz de sobresalir en el Adagio. No obstante, sí lograron una gran cohesión en cuanto a matices, con unos reguladores y acentos excelentemente ejecutados, excepcionalmente precisos entre los miembros del cuarteto. Miquel Ramos, clarinete, estuvo sobresaliente en el Adagio, destacando tanto por mantener la línea del fraseo como por dotar a ésta de todo tipo de detalles, entre los que destacaron aquellos relacionados con los matices.
En el Scherzo y el tema con variaciones supieron destacar la estructura de cada uno de los movimientos, marcando los contrastes entre cada uno de los temas (en el caso del Scherzo) y cada una de las variaciones. Solamente eché en falta algo más de variedad, que quizás se podría haber dado a ese «tema A» que se repite hasta cinco veces.
Penúltimo y últimos movimientos estuvieron correctos, sin una excepcionalidad que se hubieran alcanzado con algo más de ritmo en el Menuetto y algo más de contraste y fuerza en la articulación del movimiento final.
Fotografías: Elvira Mgías/CNDM.
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