Las composiciones de Leoš Janáček y Feliks Nowowiejs clausuran la presenta edición del festival checo, con un gran elenco artístico con dirección musical de Tomáš Hanus y John Fiore respectivamente, y la escena de Olivia Fuchs
Tomáš Hanus y Ángeles Blancas ponen boca abajo la Ópera de Brno en El caso Makropoulus
Por Pedro J. Lapeña Rey
Brno, 18-XI-22, Národní divadlo Brno. El caso Makropoulos [Leoš Janáček]. Ángeles Blancas Gulín (Emilia Marty), Nicky Spence (Albert Gregor), Gustav Belacek (Dr. Kolenatý), David Stout (Baron Jaroslav Prus), Mark Le Brocq (Vítek), Harriet Eyley (Kristina), Alexander Sprague (Janek), Alan Oke (Conde Hauk-Šendorf), Julia Daramy-Williams (criada), Dafydd Allen (Doctor), Monika Sawa (limpiadora). Orquesta de la Opera Nacional Galesa. Coro Canticum Ostrava. Dirección Musical: Tomáš Hanus. Dirección de escena: Olivia Fuchs.
Brno, 19-XI-22, Kounicova Stadium. Quo vadis? [Feliks Nowowiejski]. Tomasz Konieczny (el apóstol Pedro), Csilla Boross (Lygia, doncella cristiana), David Szendiuch (Jefe de los pretorianos), Daniel Kfelíř (Jesús), Robin Červinek (Chantre o maestro del coro). Orquesta de la Opera Janáček de Brno. Coro del Teatro Nacional de Eslovaquia. Director musical: John Fiore.
El último fin de semana de la edición 2022 del Festival tenía un triple atractivo. El último lo reseñamos hace unos días con la representación que cerró el festival el día 20: la nueva producción de Llamas Erwin Schulhoff, aunque no en Brno sino en Praga. Los otros dos eran por un lado el redescubrimiento de Quo Vadis?, cantata del compositor polaco Feliks Nowowiejski, obra muy popular en la primera mitad del S. XX y prácticamente desaparecida desde entonces, y por el otro, una nueva producción de El caso Makropoulos estrenada hace un par de meses en Cardiff por la Welsh National Opera. Si el Quo Vadis? fue muy interesante sobre todo desde el punto de vista musicológico, dado que ha sido una ocasión única de poder ver en vivo esta partitura en unas condiciones musicales de alto nivel, El caso Makropoulos ha sido sensacional, gracias sobre todo a una producción elegante y solvente de la directora inglesa Olivia Fuchs, moderna pero plenamente respetuosa con el texto original de Karel Čapek, a un reparto sin mácula, a una orquesta de primera fila, y a dos actuaciones sobresalientes: la dirección musical de Tomáš Hanus y la interpretación dramática de la madrileña Ángeles Blancas, quien literalmente se transformó en Emilia Marty, ganándose no solo al público sino a la propia compañía galesa. Pero vayamos por partes.
Para su penúltima ópera, Leoš Janáček se basó en la obra teatral homónima del escritor checo Karel Čapek, en la que mezclaba intriga, comedia y drama, con un personaje femenino de protagonista. Al igual que con Jenůfa o con Katia Kabanová, las andanzas y la fuerte personalidad de Emilia Makropoulos –de nuevo en su mente su amor platónico Kamila Stösslová–, una mujer de trescientos treinta y siete años, sedujeron a Janáček, quizás porque en esos días andaba también con líos de abogados por ciertos problemas con los derechos de autor. Sin embargo, no estaba del todo contento con el texto por lo que acordó con Čapek el poder modificarlo según las necesidades de la composición.
Emilia Marty o Elina MacGregor o Eugenia Montez, o en fin, Elina Makropoulos nació en 1585, y su padre, médico personal del emperador Rodolfo II, le dio a probar el elixir de la vida que estaba diseñando. Un poco a la manera de «Obelix» cuando cayó a la marmita, el brebaje le ha permitido vivir 337 años pero nota que los efectos van terminando. Como nadie vive tanto, ha ido cambiando su identidad a lo largo de los siglos, pero siempre bajo nombres con iniciales EM. En la obra, como también veíamos en Llamas de Schulhoff, subyace el concepto de la inmortalidad, y lo fatigosa que podría llegar a ser. ¿Se puede vivir tanto? ¿Se puede mantener la capacidad de amar, vivir o trabajar durante 300 años? Janáček nos muestra una supermujer, que consigue tener al mundo a sus pies en sus diferentes reencarnaciones, y saca un retrato –en su piel actual es una diva de la ópera–expresivo como pocos. Pero como ya nos dijeron Jack Lemmon y Billy Wilder, «nobody is perfect», y cuando finalmente es descubierta nos muestra su lado más vulnerable. Se convierte en mentirosa, ladrona, e insensible, y no entiende que nadie quiera recuperar la fórmula del elixir. Toda una colección de estados de ánimo diferentes, a los que si le añades una escritura vocal tremenda, de una enorme dificultad, se convierte en un reto apasionante para cualquier gran soprano.
La relación de Janáček con Gran Bretaña viene de lejos, y no solo por las semillas que sembró la legendaria figura de Sir Charles Mackerras sino por directores de escena como David Pountney, que en sus distintas etapas como director en el Festival de Wexford, en la Scottish Opera, en la English National Opera, o ahora en la Welsh National Opera, han programado y dirigido las obras del checo en numerosas ocasiones. De hecho, el éxito que cosechó su producción de Desde la casa de los muertos en la edición de 2018 del festival, fue el punto de partida a una colaboración entre ambas instituciones que parece va a continuar en el futuro.
La londinense Olivia Fuchs crea una producción moderna envuelta en tintes clásicos, elegante, visualmente muy atractiva, y donde no se necesita libro de instrucciones. Todo está a la vista. No hay historia paralela, ni tiene la imperiosa necesidad que tienen muchos de sus colegas de contarnos sus propias miserias en vez de lo que el compositor nos quiso contar. En una escenografía sin complicaciones diseñada por Nicola Turner, el espectador ve lo que viene en el libreto. En el primer acto, un despacho de abogados donde miles de documentos bajan en columnas desde el techo dando a entender lo complejo que es un caso legal centenario. En el segundo acto, el camerino del teatro donde Emilia Marty triunfa una vez más, y donde recibe a admiradores y amantes que lo inundan de rosas rojas. Y por último, en el tercero, la habitación del hotel con una cama de matrimonio de gran tamaño, y varias maletas tiradas por el suelo con las iniciales EM. En las óperas de Janáček, las relaciones familiares pueden ser muy complicadas –recordemos las distintas ramas de la familia de Jenůfa– por lo que la idea de proyectar en la parte superior del despacho de abogados los árboles genealógicos de las familias Fuchs y MacGregor, nos ayuda a comprender la resolución de la herencia. Por si no nos hubiera quedado claro, en la breve pausa entre los dos primeros actos, y mientras los miembros de la compañía cambian el escenario tras de un telón traslúcido, el barítono Mark Le Brocq, exhibiendo un genuino humor británico, hizo las delicias del público cambiando del checo al inglés en varias ocasiones para explicar la trama y las conexiones entre las dos familias aún mejor.
En un elenco eminentemente británico, nos encontramos con la agradable sorpresa de tener a Ángeles Blancas en el papel protagonista. Hacía casi 20 años –desde la inolvidable Semiramide del Teatro Real con Alberto Zedda– que no veía en escena a la soprano española. Los papeles de la reina de la noche o la Marie de La hija del regimiento ya están olvidados, pero no ha perdido un ápice de su instinto dramático y de su dominio de la escena. Cuando está sobre las tablas, solo hay ojos para ella. La voz sigue siendo amplia y opulenta, y aunque se va notando un cierto desgaste en los registros medio y grave, el agudo sigue siendo un cañón, capaz de sobrepasar sin aparente esfuerzo a la densa orquesta del compositor checo y a su variada percusión. Sus orígenes belcantistas le dotan de un nivel técnico más que suficiente, y por lo que me comentaron varios colegas locales, su forma de expresarse en una lengua tan difícil para nosotros como el checo fue más que meritoria. El público cayó rendido a sus pies y las ovaciones y bravos fueron continuos. Ella estaba exultante y por lo que vi y escuché en la recepción posterior que el Festival ofreció a toda la expedición británica, el sentimiento era compartido por toda la compañía galesa.
Otra agradable sorpresa fue ver el crecimiento como artista del tenor escocés Nicky Spence. La primera vez que le vi, en el rol de Steva en la preciosa producción de Jenůfa que Alvis Hermanis hizo para el Teatro de la Moneda de Bruselas en enero de 2014, me encontré con un tenor que tenía un buen torrente de voz, pero de canto tosco y poco atractivo. Cuatro años más tarde, en los recordados Die Soldaten del Teatro Real, su prestación subió enteros siendo un más que interesante Pirzel. Aquí, en el enrevesado papel de Albert Gregor, el Sr. Spence ha domeñado su voz, la ha pulido, la ha asentado e impone su calidez, su intensidad emocional, y su capacidad escénica para crear un personaje inmaculado que evoluciona de la languidez juvenil «a la espera de una herencia de hace 100 años» hacia un presente en el que cae perdidamente enamorado de la cantante que además le puede beneficiar en la resolución del pleito, y que termina desesperado al darse cuenta de quien es realmente ella. Un escalón por debajo se situó su rival en el caso, el conde Jaroslav Prus bien perfilado por el barítono David Stout, mejor desde el punto de vista escénico que vocal.
El tenor Mark le Brocq, de voz lírica clara, aunque no muy atractiva, no solo nos divirtió explicando de manera muy inteligente la trama, como comenté anteriormente, sino que con su excelente pronunciación y con la acentuación exquisita en cada una de sus frases, borda el personaje de Vítek, el ayudante del abogado Kolenaty, a su vez excelentemente caracterizado tanto vocal como escénicamente por el barítono Gustáv Beláček.
Bien servido estuvieron también el resto de los papeles, destacando el veterano tenor Alan Oke que bordó al simpático Conde Hauk-Šendorf, que a pesar de su avanzada edad, una vez «recupera» a su antigua amante Eugenia Montez, quiere volver a escaparse con ella a España donde vivieron un apasionado romance 50 años atrás. Harriet Eyley y Alexander Sprague cumplieron como la joven pareja de enamorados Kristina y Janek.
El montaje y el desarrollo de todo este entramado tuvo sus cimientos en la magistral dirección musical del director de la Opera Nacional de Gales, el checo Tomáš Hanus, alumno del añorado Jiří Bělohlávek. Si hace unos días, a raíz de la primera ópera del festival comentábamos que, hasta la fecha, Jakub Hrůša no había sido profeta en su tierra, lo mismo podemos decir de él. Tras tener pocas oportunidades en su tierra, ha encontrado su lugar en Cardiff donde en sus seis temporadas de titularidad, ha elevado a la orquesta a un nivel tal, que en esta función sonó tan «janacekiana» como el resto de las orquestas checas que hemos oído en el festival.
La dirección de Hanus fue un volcán. Precisión, acentos, carga sonora, emotivo lirismo e intensidad dramática se dieron la mano de manera natural, en una noche donde la música fluía y fluía de sus brazos, y donde el público cayó irremediablemente a sus pies. Comentó tras la función que de todos los Makropoulus que había dirigido en su vida, y eran muchos, éste había sido el mejor, donde mejor se había sentido. Supongo que afloraban muchos sentimientos encontrados en esos momentos. Esta fantástica dirección se ha sumado a sus recienten triunfos con Jenůfa y con Evgeny Onegin en la Staatsoper de Viena, donde se ha ganado un puesto en el repertorio eslavo. Su figura crece día a día.
El veredicto de un público que llenaba por completo el teatro no tuvo la más mínima discusión. Ovaciones enormes para el elenco, el coro, y en especial para Ángeles Blancas y para Tomáš Hanus. También para Olivia Fuchs, la directora de escena, lo que cada día es más raro de ver. Se la notaba emocionada. Triunfar con Janáček en Brno levanta la moral a cualquiera.
Al día siguiente, en el Kounicova Stadium, tuvimos la oportunidad única de ver en directo el oratorio dramático Quo Vadis? del compositor polaco Feliks Nowowiejski. La obra, muy popular en la primera mitad del S. XX donde se llegó a dar en más de 150 ciudades, ha sido rescatada en contadas ocasiones. De tamaño mastodóntico –casi una hora y cuarenta minutos– y con un estilo similar al de los Gurrelieder de Arnold Schonberg, se basa en la novela de Henryk Sienkiewicz que en los años 50 llevaron al cine Robert Taylor y Deborah Kerr de la mano de Mervyn LeRoy. El americano John Fiore fue capaz de montar la obra y llevarla a buen puerto. Tanto la orquesta como el coro estuvieron a un buen nivel, y entre los solistas, destacó el papel largo y complicado del apóstol Pedro, en el que se lució el omnipresente barítono polaco Tomasz Konieczny. Es triste que una empresa de tal calibre, con la gran cantidad de medios y ensayos que necesita, se programe una sola vez, pero es lo que hay. Con esto y con la mencionada función Llamas de Schulhoff terminó la presente edición del Festival, que ha cosechado un éxito tras otro. La siguiente dentro de dos años. La espera se va a hacer larga.
Fotografías: Marek Olbrzymek/Festival Janáček de Brno.
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