Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Einstein on the beach de Philip Glass ofrecida en el Auditorio Nacional dentro del Ciclo Fronteras del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]
Ostinato
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-XI-2022, Auditorio Nacional. CNDM 2022-23. Ciclo “Fronteras”. Einstein on the beach - Einstein en la playa (Philip Glass). Suzanne Vega, narradora. Collegium vocale Gent. Ictus ensemble. Directores. Tom de Cock y Michael Schmid. Directora del coro: Maria van Niukerkern. Escenografía: Germaine Kruip.
Dentro de los numerosos y variados ciclos que se encuadran en la admirable programación del Centro Nacional de Difusión Musical, se encuentra «Fronteras» en el que tienen cabida aquellos músicos, obras y manifestaciones musicales que no terminan de encontrar su sitio en un territorio definido y participan de varios de ellos. Una mirada, por tanto, a la heterodoxia y la divergencia.
Philip Glass (Baltimore, 1937) y su primera ópera Einstein on the beach (estrenada en Aviñón, 1976) participan de estas características. En primer lugar, porque estamos ante una ópera en cuatro actos para conjunto, coro y solistas, así la denomina el propio autor, que junto al director teatral Robert Wilson define su concepto, pero, en realidad, se aparta muchas leguas incluso de la noción más iconoclasta del género. Asimismo, el sustento musical de la partitura lo asume una especie de híbrido entre grupo de cámara y banda pop –con amplificación–, cuyo modelo es el Philip Glass ensemble fundado por el músico en 1968.
Einstein on the beach forma parte, junto a Satyagraha y Akhnaten, de una trilogía de óperas retrato que describen a hombres emblemáticos que transformaron el pensamiento de su época por sus ideas y no por la fuerza. La ópera carece de trama propiamente dicha y se basa en símbolos, textos alegóricos, a cargo de Christopher Knowles, Samuel M. Johnson y Lucinda Childs, que evocan la figura del físico alemán mediante una estructura de 9 escenas amalgamadas mediante Knee plays, especie de interludios que, como la rodilla en el cuerpo humano, ejercen de articulación de la obra. La partitura se enmarca en el minimalismo, en este caso extremo, del que Philip Glass ha sido paladín, junto a La Monte Young y Steve Reich, entre otros. Una corriente de música contemporánea surgida en USA con raiz de movimiento underground originario de grandes centros urbanos como San Francisco o Nueva York. Células repetitivas, motivos y frases que se reiteran constantemente, insistentes ostinati, sugestivas sonoridades y esa capacidad para amalgamar influencias del barroco, el jazz y la música popular caracterizan la partitura de Philip Glass para Einstein on the beach. La sensación de machacona repetición, que termina por hacerse monótona y plúmbea a pesar de las tímbricas diáfanas y sin duda seductoras, se combina con ese extraño e inquietante poder envolvente y magnético de la música del compositor de Maryland. En este caso, la desmesurada duración, 210 minutos (5 horas originariamente) y sin descansos, e inexistente –o mejor, dicho, discutible– dramaturgia, no juega a favor de la obra, por lo que el propio compositor, consciente de ello, prescribe que el público pueda entrar y salir libremente durante la interpretación. Yo mismo correspondí a los deseos del autor, que siempre deben prevalecer, y me salí unos minutos para luego retornar a mi butaca con renovados bríos. Me parece apropiado zambullirse en el clima rompedor e informal y hacer lo que nunca haría viendo Don Carlo de Verdi o Parsifal de Wagner. Sin embargo, buena parte de los muchos que abandonaron la sala sinfónica del Auditorio Nacional no regresaron.
Esta versión de la ópera de Philip Glass reprogramada con acierto por el CNDM, después de una cancelación en época pandémica, se trata de una colaboración entre Suzanne Vega, el Ictus Ensemble, el Collegium Vocale Gent y la artista visual Germaine Kruip. Una aproximación «puramente musical» de la partitura reza el programa de mano, en la que se diluye el espacio entre público y escenario, por lo que, como ya se ha subrayado, los espectadores no sólo entraban y salían, también trasteaban con el móvil y conversaban con naturalidad. Las puertas se mantienen abiertas y lejos de la oscuridad habitual de una sala de conciertos, la iluminación a cargo de Nicolas Marc adquiere una importante presencia, por su variedad y creatividad, que incluye un luminoso foco móvil que durante un pasaje de la obra apunta de forma circular a todos los sectores de butacas de la sala. El sonido, bien es verdad que amplificado, resultó muy cuidado, medido, mesurado, sin asomo de excesos, poco invasivo, y la interpretación escuchada adquirió un gran nivel, de alta impronta musical. Enorme compenetración artística la acreditada por el elenco, todo resultó bien ensamblado, producto de un trabajo serio, bajo la dirección de Tom de Cock y Michael Schmid.
Efectivamente, el Collegium vocale de Gante fundado por Philip Herrewegue acreditó su justa fama adquirida en la interpretación de música barroca. Los 14 cantantes convocados mostraron, bajo la dirección de Maria van Niukerkern, un primoroso empaste, una asombrosa morbidez y ductilidad, además de la concentración y amplio fondo musical imprescindibles para afrontar esta música. Infinita la ductilidad, gama dinámica y capacidad para cumplir con la enorme variedad rítmica que exige la partitura. Notable, asimismo, Elisabeth Rapp en su intervención solista. La parte instrumental la asumió espléndidamente otro conjunto belga, Ictus Ensemble, en el que corresponde destacar la labor con los teclados eléctricos de Jean-Luc Fafchamps y Jean-Luc Plouvier, así como la flauta de Cryssi Dimitrou y el magnífico violinista Igor Semenoff, que asumió de manera notable una complicada escritura. Hay que subrayar que el violinista encarna la figura de Albert Einstein. Por su parte, Suzanne Vega no cantó nada, pero recitó los alegóricos textos con eficacia y su peculiar personalidad. De forma suave, tenue, cuasi susurrante, aunque poco variada de acentuación. Los espectadores que quedaron hasta el final aplaudieron con entusiasmo e imbuidos de esa actitud, entre ufana y orgullosa, de quien cree ovacionar algo distinto, vanguardista, audaz y, sobretodo, moderno.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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