«Execrable sensación con la que abandoné, el pasado viernes día cinco, mi butaca del Palau de les Arts después de sufrir la Francisquita más abominable que he visto en mi vida». Doña Francisquita de Amadeo Vives en el Palau de les Arts de Valencia, dirigida por Lluís Pasqual en lo escénico y Jordi Bernàcer en lo musical.
El vilipendio de la «Francisquita»
Por Antonio Gascó
Valencia, 5-XI-2021. Palau de les Arts «Reina Sofía». Doña Francisquita, Amadeo Vives. Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, música Amadeo Vives. Director musical: Jordi Bernàcer. Director de escena: Lluís Pasqual. Coreografía Nuria Castejón. Director del coro Francisco Perales. Ruth Iniesta, Ismael Jordi, Ana Ibarra, Albert Casals, Lucero Tena.
Otro día leí una entrevista que le hizo Il corriere della será a mi idolatrado Riccardo Muti en la que dijo textualmente: «Me cansé de la vida. Vivo en un mundo en el que ya no me reconozco. Y como no puedo esperar que el mundo se adapte a mí, prefiero apartarme del camino. Como en Falstaff: “Todo decae”». Esta lectura me lleva a refrescar una conversación de hace casi 20 años, con el gran Carlo Maria Giulini a quien me honré, y mucho, en llamar amigo. Al preguntarle por qué uno de los más grandes verdianos de la historia, no dirigía en teatros, con sus proverbiales elegancia y refinamiento, me respondió circunspecto: «Porque no aguanto a los directores de escena». Viene a cuento este exordio, por la execrable sensación con la que abandoné, el pasado viernes día cinco, mi butaca del Palau de les Arts después de sufrir la Francisquita más abominable que he visto en mi vida. Y cuidado que si no he presenciado, en mis casi 74 años de vida, una cuarentena, no he visto ninguna. No me tengo por carca, ni carroza, ni mármol, ni triciclo, ni pureta, [y utilizo el lenguaje del Kronen] ni muermo, ni amortizado, ni porcelana, ni retablo y menos por un facha. Mis muchos libros de arte contemporáneo [y perdone el lector la jactancia] pueden dar fe de que no estoy en contra, en absoluto, de las nuevas propuestas del arte de nuestro tiempo. Tampoco de las innovaciones escénicas en el teatro vocal o declamado. Pero sí estoy en contra de los sinsentidos, [como el del desbarro de la zarzuela de Vives] de las acciones necias, con no poco de pedantería extravagante, de los ataques a las propuestas que fueron clásicas de su tiempo, y que obviamente admiramos trasladándonos en el postulado del tiempo en que fueron escritas. Pero, qué curioso, nadie dice que sea anacrónica la pintura de Velázquez [pongamos por caso] y por eso Manet, Picasso, Palencia, Bacon.., la actualizaron en los credos, impresionista, expresionista y cubista. Pero no la denigraron, pintando sobre el cuadro original, como sucede con la propuesta de esta Francisquita vista en les Arts, hace cuatro días, que se excretó sobre la propuesta originaria.
A Lluís Pascual, director escénico, le parecía malo de solemnidad el texto zarzuelero de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw y por eso suprimió la letra por completo, a excepción de tres frases, como el soliloquio del enamorado Don Matías que comienza: «Aún conservo de aquella sangre moza» y acaba con: «…que haga honor al contrato matrimonial». El diálogo de Francisquita y Fernando que precede a su dúo «No, me falta el valor» y concluye: «Eso es Francisquita… amor». Y el diálogo de Lorenzo y Don Matías: iniciado con la frase de aquel «Y si ha salido, dígale usted cuando torne…» y concluido con la de éste: «que va a correr si Dios quiere, mucha más sangre que vino», al margen de los obligados recitados sobre música. A todo esto Pascual se inventó a un narrador que iba contando el argumento, a un público que se lo sabía de memoria, al tiempo que zascandileaba por la escena hablando telefónicamente con un ministro a lo Godot, al que rendía servil acatamiento. Y todo ello sin el menor respeto a los dos mejores libretistas del género del primer tercio del siglo XX. Títulos popularísimos como La canción del olvido, El Caserío, Luisa Fernanda, La tabernera del puerto, La rosa del azafrán… avalan su bien hacer, sobre todo con líneas argumentales coherentes y no como el bodrio incoherente, zamarramulio, sequifrasto y cuchumandero de su inadaptación que no había por dónde cogerla. Imagino que el director reusense estará muy satisfecho con ser laureado con orden de la francesa Legión de honor. Por si no lo sabe, le diré que Fernández Shaw, al que tanto denigra, poseía pareja condecoración. No sería tan malo, ni tan casposo. Por supuesto bien sé que ninguno de ambos autores fueron comparables a los grandes escritores del siglo XIX y principios del XX, pero, tampoco pretendían serlo. Tenían su área y esa la cubrían con dignidad que, visto lo visto, no es poco.
Me revientan los intelectualoides que no investigan, que no tienen horas de archivo y menos de lecturas de provecho y que van de genios, procurando epatar y destrozar todo lo que se les pone por delante y no les satisface. A tenor de ello diré que lo único que me sugestionó un poco, a título informativo de exégesis, fue la proyección en un ciclorama del fondo de las escena, de algunos fragmentos de la primera película que se filmó de esta zarzuela, la dirigida en 1934 por Hans Behrendt [la segunda fue la de 1952 de Ladislao Vajda]. En fin, creo que ya se ve, sigo siendo un enamorado de Galdós, Pereda, Alarcón, Clarín y Blasco Ibáñez, aunque también de Vilas, Gómez Jurado, Sierra y por supuesto de los eternos Lessing, García Márquez, Steimbeck, o Borges. Que lo Cortés no quita lo Moctezuma. Creo que queda claro cuál es mi interés y mi intención. Me revuelven el «saco de la bilis» las obras señoras del contrasentido, del dislate, del desatino, de la incoherencia, la irrasata, la extratochada y el esperchusco, y, por supuesto la falta de rigor histórico y de epiqueya. Que puestos a decir y escribir gilipolladas, nadie tiene que enseñarme, pero yo no pretendo que el doctor Santiago Muñoz Machado y sus ilustrados colegas, las incluyan en el diccionario de la RAE, ni siquiera que les gusten. Son eso, chorradas.
Doña Francisquita es el costumbrismo de La revoltosa, La verbena, El bateo, o La fiesta de San Antón… solo que proyectada a gran escala con una música de excepción y un libro en el que, aparte de un argumento bien trabado, [no en balde está basada en La discreta enamorada de Lope] están todos los casticismos de la chulapería, los de los tipos populares, del postinerismo y las costumbres más garbosas y retrecheras del momento. El teatro de Mesonero, de la Vega, Arniches, los Quintero…¿Qué pasa que el talibanismo de la posmodernidad quiere echar a la hoguera estas obras como se hizo desde Diocleciano a Goebbels, pasando por Savonarola?
Y bien, dicho lo dicho, pasemos a lo visto y escuchado sobre las tablas, que también aquí también hay que cortar bacalao.
La puesta en escena de Alejandro Andújar siguió a pies juntillas el incongruente argumento de Pascual, con un severo estudio de grabación en el primer acto, señalando el año 1934, para llevar a cabo la incisión fonográfica de la obra [en verdad la fecha exacta fue la de 1930]. El segundo sucedía en un campo, siendo fiel al espíritu del libreto, pero en tiempos de la dictadura de Franco y el tercero, ya en época contemporánea con alusiones a los wasap y otras tecnologías, en un estudio de baile contemporáneo con sus correspondientes espejos de referencia visual. Algún detalle atractivo como la visión óptica cenital del ballet, [por cierto de enorme calidad en su danzar castizo aunque, obviamente, se echasen de menos los vestuarios idóneos para esa música] fue quizás lo más interesante. En suma, una puesta en escena, incongruente y aburrida.
Musicalmente las actuaciones no fueron para echar cohetes, salvo por la intervención del coro [y no es de lo mejor que le hemos oído, precisamente por los arbitrarios pulsos de la batuta] que fue ovacionado y braveado, en el hermoso fragmento de los románticos. Empezaremos por hablar de afinación y métrica. A título de ejemplos entre los que uno retiene en la memoria: ya el lañador caló en «Hago por dos cuartos una ratonera», la medida de «El sermón del Padre Lucas» dejó mucho que desear, como la de la frase de Cardona «Me lo merezco no lo haré más», o la de Francisquita «Y en esta rama, me dice que me ama», adelantada, o en «Ni un trino ni un gorjeo tan valiente» en que por el contrario se atrasó como en «De su padre seré siempre…» o su discutible afinación en varias frases personales en el dúo final. Fernando no estuvo muy preciso «En la celdilla del amor aquel» de su romanza y a Doña Francisca y a Don Matías no se les oyó en el contrapuntado final del sexteto... Y bueno, ya está bien.
La Francisquita de Ruth Iniesta fue muy interesante, con una bella voz de lírica, y sobre todo por las filaturas y portamentos [«A quien su mano, me ofreció»]. Ismael Jordi, posee una voz leñosa y caprina en el centro, aunque eso sí, muy fácil arriba y con excelente fiato para hacer innumerables concesiones al fletismo, que tal vez fueron excesivas. Hizo un Fernando falto de vehemencia y calor expresivo, algo de lo que anduvo sobrado el eficaz Albert Casals en el simpático Cardona, luciendo además una voz tenoril de interés. Pobre en recursos graves la Aurora de Ana Ibarra y de casticismo [«Es usted su ama de cria», «El que quiera bailar con mi cuerpo»]. Voz tremolante en «Cuando te digo que vengas y no quieres tu venir» y desde luego falta de garbo castizo en ese 2/4 con ritmo de pasacalle postinero del «Soy madrileña».
La batuta de Jordi Bernàcer que ya llevó «Santo Macario» en su lecturas de las pasadas Cavalleria y Plagliacci, estuvo tediosa en todo el primer acto; en el inicio del quinteto; en la mazurca [ese 3/4 hay que marcarlo con más acento, sobre todo en las caídas de compás]; en el dúo de Aurora y Fernando que reclamaba aliento y tensión por todos los costados. Un poco cursi en el coro de románticos, aunque lo defendió bien por las voces de la escena y desde luego airoso en el fandango, las cosas como sean. Pero en líneas generales, faltó aire, gracia, salero, casticismo y mucho condimento. En fin menos gesticulación, precisar más las entradas, menos protagonismo al bombo, que se ganó muy bien el jornal y, sobre todo, escuchar mucho a Ataúlfo Argenta.
Siiiii, ya lo sé, actuó con sus palillos Lucero Tena y por cierto muy bien, como expresaron los aplausos, pero no sé qué falta hacía. Con todo, el que las mayores ovaciones de la noche se las llevasen ella y el coro, resulta altamente significativo.
Finalmente, sin ser yo quien, me gustaría darle un consejo a Lluís Pascual, recordándole un cautivador poema de Juan Ramón, de tan solo dos versos:
«No la toques ya más
que así es la rosa»
Fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Palau de les Arts
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