El espectáculo cosechó un triunfo clamoroso con más de 8 minutos de bravos y aplausos. Una vez más se demostró que las óperas de Leoš Janáček dan mucho juego, y que bien hechas, son una apuesta segura
Jakub Hrůša y Jiří Heřman triunfan por todo lo alto
Por Pedro J. Lapeña Rey
Brno, 6-XI-22, Národní divadlo Brno. Desde la casa de los muertos [Leoš Janáček, nueva edición crítica de John Tyrrell]. Roman Hoza [Alexander Goryanchikov], Gianluca Zampieri [Luka Kuzmic - Filka Morozov], Peter Berger [Skuratov], Pavol Kubán [Shishkov], Lukáš Barák [El prisionero pequeño/El prisionero 1/ El prisionero herrero/Chekunov], Jan Štáva [El comandante de la prisión], Jarmila Balážová [Alieya], Zbigniew Malak [El prisionero grande/el prisionero joven/voz de la estepa kirguizia/el prisionero actor/el prisionero 3], Vít Nosek [Cherevin/Kedril/el prisionero con águila]. Orquesta y coro del Teatro Nacional Janáček de Brno. Dirección Musical: Jakub Hrůša. Dirección de escena: Jiří Heřman.
Misa glagolítica [Leoš Janáček]. Kateřina Kněžíková [soprano], Jarmila Balážová [contralto], Jana Hrochová [contralto], Peter Berger y Eduard Martynyuk [tenores], Jan Šťáva y Josef Škarka [bajos].
La ópera suele ser el principal reclamo de cualquier festival y en esta edición no iba a ser menos. Se ofrecen cinco producciones nuevas o recién estrenadas en otros teatros, como Ginebra, Praga o la Welsh National Opera. Además, ya sabemos que las producciones de Brno suelen ser paradigmáticas. Sin ir más lejos, La pasión griega de Bohuslav Martinů que reseñamos el pasado mes de abril, está nominada al premio a la mejor producción del año en los International Opera Awards que se van a dar en el Teatro Real a finales de este mes de noviembre.
Como es tradicional, el Festival Janáček de Brno abrió el pasado día 2 con una producción nueva de Leoš Janáček: Desde la casa de los muertos. Pero en este caso teníamos algo más. Una extraña combinación. Su última –y en parte inacabada– ópera junto a la impresionante Misa glagolítica. Dos de sus obras maestras, pero que a priori, con muy poca relación entre ellas.
El director de escena, y también director de la Ópera de Brno, Jiří Heřman, ve la prisión siberiana como el lugar más parecido al fin del mundo –¿quién no lo piensa cuando oyes Siberia?–. En ese ambiente de soledad, Fiódor Dostoyevski –que lo sufrió en sus propias carnes– hizo un retrato psicológico excepcional sobre la vida y el alma humana, en el que los convictos contemplan su propio destino, y depende de ellos el encontrar o no la luz. Se puede destruir el cuerpo, pero no el alma. Nos narra una triste secuencia de historias sobre el día a día de la cárcel, en el que prácticamente no hay diálogos. Los prisioneros se cuentan unos a otros los crímenes que los han llevado allí, y en la mayor parte de los casos, sus historias están protagonizadas por mujeres. Éstas siguen estando presentes en sus vidas. El hombre no puede vivir sin la mujer, y sin embargo, la obra carece de personajes femeninos, salvo el residual de la prostituta. Lo que sí hace Janáček es crear un rol para soprano: Alieya, un chaval inocente que está preso por un robo cometido por su hermano. Este personaje grato y vital, que ha perdido a su madre y a su familia, y al que Alexander Goryanchikov enseña a leer y escribir a través de la Biblia, encarna el mundo femenino –es el que según podemos leer en su correspondencia dedica a su musa Kamila Stösslová–, es el rayo de luz al que aferrarse para sobrevivir y encontrar la luz al final del túnel. De hecho, Alieya parece encontrarlo al final de esta producción cuando se le ve corriendo hacia el monte lleno de abetos que se proyectan al fondo del escenario.
A partir de aquí, Jiří Heřman, separa por un lado el mundo masculino que representa la injusticia y la maldad, y por oposición el femenino, libre, alegre y alentador, que nos permea a todos, y es capaz incluso de llevar un mensaje de esperanza a las mentes de los prisioneros. Ese mundo femenino, representado en la ópera por Alieya, es el encargado de redimir al masculino. ¿Y cómo hacerlo? Cuando Goryanchikov le enseña a leer, Alieya le cuenta como se imagina a Dios: Cristo resucitado le redime no solo a él sino a toda la humanidad. Y ahí, a través de la liturgia de la Misa glagolítica, el Sr. Heřman encuentra la línea de unión entre las dos obras. La mujer trae esperanza y luz al mundo oprimido del hombre.
La idea puede parecer peregrina pero el espectáculo tiene una fuerza extraordinaria gracias a la soberbia escenografía de Tomáš Rusín, a la iluminación del propio Heřman y al vestuario diseñado por Zuzana Štefunková Rusínová, que separan por un lado a los prisioneros vestidos de oscuro, a los oficiales y carceleros vestidos de rojo, y por último al mundo femenino –personajes, figurante y coro– vestidos de un blanco angelical y redentor.
La simbiosis entre la ópera y la misa comienza desde que se levanta el telón. Una imagen turbadora en la que todos los prisioneros están atados a unos grilletes que caen de la parte superior del escenario. En el centro de todos, colgado desde arriba, Cristo crucificado –en él también podemos intuir la imagen del águila herida, «zar de los bosques», tan presente en el libreto– que cae, y es golpeado y maltratado durante toda la ópera, pero que al final de la misa se eleva por encima de todos para regenerar al mundo. La ópera está llena de figurantes que desfilan sin que tengamos muy claro el por qué, pero que luego cantan en la misa, y viceversa, los intérpretes de la ópera terminan siendo figurantes en la misa. La simbología cristiana está presente de principio a fin. En la parte final tenemos incluso una «Última cena» en la parte posterior del escenario, y personalmente, solo encontré algo ridícula la danza que el coro baila en el «Svet-Hosanna en el cielo».
¿Y qué decir de la música? Desde la casa de los muertos es una obra maestra que te atrapa sin remisión. La simbiosis entre texto y música es exquisita, y sus continuos y característicos acordes en re bemol mayor crean un universo sonoro perfectamente reconocible donde acompañan a unos personajes que no dejan de ser meros peones dentro de su obra de arte total. Cuando en 2005, tanto en la Ópera de París como en el Teatro Real pudimos ver la producción de Klaus Michael Grüber con la escenografía de Eduardo Arroyo dirigida por Marc Albrecht, sucedió un poco como con todas las óperas de Janáček en Madrid. Primero escepticismo ante un título nuevo, luego el boca a boca, y por último carteles de «no hay billetes» en las últimas funciones con éxito de público y críticas muy elogiosas. Recientemente, ha sido el gran director finlandés Esa-Pekka Salonen paladín de la obra, llevándola a teatros como el MET, el Covent Garden, el Festwochen de Viena, los festivales de Aix-en-Provence y del Mar Báltico, e incluso a la Fundación Gulbenkian de Lisboa donde en enero de 2011 ofreció una versión semi escenificada con videos de Petrii Ruikka imborrable para todos los que asistimos.
Si las versiones musicales de Albrecht y de Salonen fueron inolvidables en su día, la estupenda dirección de Jakub Hrůša con la Orquesta del Teatro Nacional de Brno se eleva a cotas similares, aunque con un nivel orquestal aun superior. Un triunfo en toda la regla. Lo que son las cosas, Jakub Hrůša, el flamante nuevo director musical de la Royal Opera House Covent Garden nació en Brno y no había sido profeta en su tierra. Esta es su primera ópera aquí. De hecho, hacía más de 10 años que no lo había hecho en la República Checa.
El Sr. Hrůša garantizó el aroma «janacekiano» de ambas partituras. Un clima que nos arrebató desde los primeros acordes. Graduaciones dinámicas de primer orden y acentos áridos y flamígeros tuvieron su contraprestación en los momentos más líricos de la partitura. Inolvidables los encuentros de Goryanchikov y Alieya, o los acompañamientos a las narraciones de Luka Kuzmic o de Skuratov, dotados de una calidez muy adecuada. Situó dos de los tres juegos de timbales a ambos lados del escenario, vistiendo de rojo a los timbaleros –carceleros–, lo que no solo les dio visibilidad sino también un componente dramático añadido. Diez golpes de percusión al final de la ópera marcaron la transición a la misa, donde Hrůša resaltó aun mas si cabe el carácter vehemente de la obra, aunque con una transparencia digna de elogio. Sobresaliente de principio a fin el Coro de la Ópera de Brno. Si ya nos atrapó el masculino en la ópera mostrando un canto directo y fiero cuando se requería, en la misa, todos juntos crearon un momento estelar tras otro. En el lado negativo y como ya podíamos prever –no se puede tener todo– al órgano le faltó la rotundidad que podemos encontrar en una iglesia o en un auditorio.
El elenco vocal mantuvo una gran solvencia, aunque en este tipo de obras prima obviamente el conjunto sobre el individuo. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar el Skuratov del tenor eslovaco Peter Berger, una voz quizás no muy atractiva pero que mostró empaque, timbre luminoso y buena proyección. Más impacto mostró el Shiskov de Pavol Kubáň, que cantó su relato con tremenda intensidad. Conmovedor el Alieya de Jarmila Balážová y algo corto de vuelo el Goryanchikov de Roman Hoza. En la misa, la soprano Kateřina Kněžíková exhibió su timbre luminoso y su facilidad en el agudo, estando a alto nivel el resto de los solistas.
El espectáculo cosechó un triunfo clamoroso con más de ocho minutos de bravos y aplausos. Una vez más se demostró que las óperas de Leoš Janáček dan mucho juego, y que bien hechas, son una apuesta segura. Y además, a sus 41 años, Jakub Hrůša fue por fin profeta en su tierra. Esperemos que sus nuevas obligaciones en Londres nos permitan contar con él en próximas ediciones del festival.
Fotografías: Marek Olbrzymek/Festival Janáček de Brno.
Compartir