Por Gonzalo Lahoz.
14 / 02 / 14. Madrid. Teatro de la Zarzuela. Chapí: Curro Vargas. Andeka Gorrotxategui (Curro Vargas). Saioa Hernández (Soledad). Milagros Martín (Doña Angustias). Joan Martín-Royo (Don Mariano). Luis Álvarez (Padre Antonio). Gerardo Bullón (Capitán Velasco), entre otros. Guillermo García Calvo, dirección. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Escolanía Cantorium.
Es Curro Vargas una herida abierta que ninguno de aquellos alcanzados por su historia ha sabido cerrar. Un drama lírico visceral y obstinado alimentado por el machismo más rancio y absurdo de una época pasada en la que sin embargo aún podemos, por desgracia, sentirnos reflejados. Dibuja Chapí una densa y rica partitura orquestal por momentos trágica, por momentos soñadora, donde la tensión nunca llega a decaer, para dar vida a éste “órdago a grande” de la “ópera nacional” española en su ramificación más zarzuelera, esto es, con gran inclusión de texto hablado, a la contra de la concepción del otro gran baluarte operístico de nuestra música, Tomás Bretón.
El texto de los bohemios amigos Joaquín Dicenta y Manuel Paso Cano es ya más verista que romántico, enraizado en una suerte de reminiscencia mascagniana y bizetiana a partes iguales y florecido en el costumbrismo y formas del teatro clásico español. Todo ello coronado con la soberbia música de Chapí, de la que es innegable la influencia wagneriana tanto en el uso del leitmotiv como en el desarrollo de armónicos, colores y juegos dinámicos.
Para dar vida a todo ello, Graham Vick presentó un escenario que a priori se veía demasiado grande para su contenido, con apenas varios elementos simbólicos: un olivo, una gran cruz, un sofá, una cama, una mesa de oficina y la talla de una virgen. Mientras que en el primer acto todo podría parecer pues algo inconexo y desaprovechado, poco a poco todo fue cogiendo forma, con cuidadísimos detalles y gran dirección de actores y movimiento de masas, hasta alcanzar la máxima revelación al llegar el segundo acto y la procesión que lo concluye. Todo está pensado, todo está medido y allí donde en un primer momento pareciera que se busca la provocación fácil, uno acaba encontrándose nada más y nada menos que con una acertada recreación de la realidad.
Entre los personajes que viven sobre este escenario giratorio, que tan pronto es olivar como dormitorio, casa parroquial o cuneta, encontramos desde comprimarios de lujo como Gerardo Bullón en el papel de Capitán Velasco, uno siempre se queda con ganas de más ante la maestría de este gran barítono cuya voz está pidiendo desde hace tiempo mayores responsabilidades, a grandes secundarios como Luis Álvarez como el Padre Antonio, con proverbial uso de la palabra hablada y quien estuvo a punto de ser aplastado por una gran virgen tras un problema con el telón al iniciarse el tercer acto. Aunque también encontramos un importante “pero” en el protagonista Andeka Gorrotxategui, con la voz en absoluto liberada, sin la proyección necesaria para que despegara de una emisión totalmente engullida, por más que el tenor pusiera intenciones y contara con pegada en el tercio superior.
Por su parte Saioa Hernández como Soledad consiguió domeñar su partitura, que ya de salida cuenta con el intrincado lamento y defendió con dignidad su parte. Bien Joan Martín-Royo como el marido que puede ser caballero pero prefiere ser igual de animal que el empecinado amante, y bien Milagros Martín como Doña Angustias, no sin ciertas dificultades que se hicieron más evidentes en el dúo con el tenor, ganando la partida.
Pocas veces suena la Orquesta de la Comunidad de Madrid como pudo escucharse en manos de Guillermo García Calvo, plena de matices y de rica y sugerente densidad. Bien hubiera podido sentirse y comprenderse toda la historia de Curro Vargas a través tan solo de su batuta.
Bravo pues por todo el trabajo y amor empleado en el resurgir de esta zarzuela a lo grande, reflejo de la podredumbre de una sociedad marchita que baila y canta ante el amor mal comprendido, y es que es lo que tiene en ocasiones, que cuánto más alto vuela es cuando más duele, aunque ni siquiera nos pertenezca.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.