Vicent Giner Albert, Enric Jaume i Masferrer, María del Pilar Miralles Castillo y Esther Pérez Soriano furon los jóvenes compositores protagonistas en esta trigésimo cuarta edición del prmio que comparten la Fundación SGAE y el Centro Nacional de Difusión Musical
La música en el Estigia
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 27-XI-2023, Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical. Series 20/21. XXXIV Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM. CrossingLines Ensemble: Ophélie Derieux [flauta], Raquel Paños [saxofones], Víctor de la Rosa [clarinetes], Vicent Ribera [trombón], Carolina Santiago [piano], Luis Azcona [percusión], Alba Valdivieso [soprano]. Lorenzo Ferrándiz, director.
El Premio Jóvenes Compositores que otorga anualmente la Fundación SGAE junto con el CNDM supone siempre una excelente oportunidad de tomar el pulso al estado de la composición musical en nuestro país. No solo el de los jóvenes, que son los que se exponen, sino también de sus profesores, que influencian directamente en sus obras y de los compositores veteranos que, como parte del jurado, designan qué obra es mejor y cuál peor.
Después de tomar el pulso, si fuese médico en lugar de crítico musical, lo único que podría hacer es certificar la muerte del paciente.
Aquellos que me leen habitualmente conocen de mi optimismo en el campo de la música contemporánea que llevo un lustro criticando. En este XXXIV Premio Jóvenes Compositores no hubo lugar para tal. No creo que sea un problema de carencia de talento –o más que talento, imaginación–, entre los jóvenes españoles, sino en las pésimas decisiones de un jurado endogámico, una ristra de nombres desconocidos para el público cuyo único fin parece ser el de doblegar a los jóvenes ante la misma modernidad que les ha condenado al ostracismo.
Tal fue el caso de Maria del Pilar Miralles, ganadora de esta edición del certamen. Miralles, cuyas obras ya habíamos podido escuchar en anteriores ocasiones, ha ganado en esta ocasión abrazando completamente la modernidad, algo a lo que parecía resistirse en anteriores ocasiones con obras mucho más imaginativas. Echaron abajo una casita cubierta de hiedra que me gustaba mirar de lejos es una pieza que funciona, más bien, gracias al componente dramático que al musical. Este último es sumamente pobre, algo que llama la atención en una compositora que en anteriores ocasiones ya había demostrado un notable ingenio musical.
El segundo premio fue para la obra Cants de plaga de Enric Jaume i Masferrer. Una obra con mucha experimentación tímbrica, pero nada más. No, sin algún elemento que lo cohesione, la experimentación no es arte, al igual que un palé de ladrillos no puede ser nunca una casa.
El tercer puesto fue para la obra Neighborhood de Esther Pérez Soriano, un ejercicio de paisajismo sonoro de la ciudad. Fue la pieza musicalmente más interesante de la noche. No obstante, tampoco podemos definirla como una pieza de brillante imaginación, puesto que ostenta la misma motivación que la Rhapsody in Blue (1924) de Gershwin, pero sin llegar a tener el mismo éxito que esta fantasía casi centenaria.
Y, si Pérez Soriano adaptaba la idea de Gershwin a la modernidad, Vicent Giner Albert, cuarto clasificado, traía a esta época los Cuadros de una exposición de Músorgski con sus Mitos de una regresión deliberada. Separados en varias miniaturas musicales, Giner Albert es capaz de demostrar distintas atmósferas, supongo que en correlación con las obras del pintor José Segrelles al que homenajea la pieza.
Esta última obra, fue en la que mejor pudimos apreciar la gran calidad de los intérpretes de CrossingLines Ensemble. Luis Azcona supo lucirse en la primera de las escenas con un papel preponderante de la percusión. Los vientos, por otra parte, destacaron con un enorme despliegue de técnicas como soplar los instrumentos, los frulatos o eléctricos trémolos.
Por no acabar con un mensaje pesimista, creo que estamos a tiempo de cambiar este rumbo por el Estigia que sigue la música académica en nuestro país –y parte de Occidente–. Nunca es tarde para dar marcha atrás a la barca de Caronte. Quizás un primer paso sería cambiar al barquero, obcecado en remar siempre en la misma dirección. ¿Por qué creen la Fundación SGAE y el CNDM que las personas más adecuadas para valorar la calidad de los jóvenes compositores son precisamente aquellas que no logran reestrenar ni una sola de sus obras? ¿Dónde queda el público? ¿Y los músicos? ¿Y la prensa? ¿Y la industria musical? ¿Y los programadores?
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
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