El jurado seleccionó para que el Ensemble NeoArs Sonora interpretase en la velada de la pasada noche cuatro obras que presentan gran variedad ya no solo en el método compositivo, sino incluso en la propia idea de lo que significa la obra musical.
La importancia de la innovación para ganarse la eternidad
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 15-XI-2021, Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. XXXII Premio Jóvenes Compositores de Fundación SGAE - CNDM [Series 20/21]. Pan, de Josuè Blanco Balaguer; Veintidós cristales rotos y un hilo de sangre, de Brais Martínez Velasco; Y sin embargo, es necesario..., de Tomás Jesús Ocaña González; Tarantos, de Francisco J. Andreo Gázquez. Ensemble NeoArs Sonora: Juan Carlos Chornet [flauta], Carlos Gil [clarinete], Óscar Sala [trompa], Noelia Arco [percusión], Antonio Jesús Cruz [piano], Miguel Borrego [violín] y Kathleen Balfe [violonchelo].
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Blas de Otero – Ángel fieramente humano (1950).
Como cada año por estas fechas, el Centro Nacional de Difusión Musical acoge en su ciclo Series 20/21 el Premio Jóvenes Compositores de la Fundación SGAE. Una excelente cita anual en la que conocer por dónde avanzan los derroteros de la composición más contemporánea, la que hacen los jóvenes recién salidos de los conservatorios y escuelas de composición.
El jurado seleccionó para que el Ensemble NeoArs Sonora interpretase en la velada de la pasada noche cuatro obras que presentan gran variedad ya no solo en el método compositivo, sino incluso en la propia idea de lo que significa la obra musical.
En este último aspecto la pieza que más destacó fue, indudablemente Veintidós cristales rotos y un hilo de sangre de Brais Martínez Velasco. El compositor gallego nos presentó una obra que mezclaba, aparentemente música y un audiovisual en el que se proyectaron los poemas que inspiraban cada uno de esos «cristales rotos» que componen su pieza. Lo que no sabía nadie del escenario, ni siquiera Francisco Lorenzo, es que, además, también estábamos asistiendo a una representación teatral en la que ese «hilo de sangre», un agudo mantenido que iba pasando de instrumento en instrumento terminaría por afectar al clarinete de tal modo que Carlos Gil se levantó de su silla y se desplomó en dirección a las bambalinas. Por suerte no le ocurría nada al músico, sino que esta interpretación era también parte de la pieza que estrenó Martínez Velasco, alcanzando directamente al público, haciéndole levantarse de la silla y haciéndole por lo tanto partícipe de la obra musical. Toda una novedad que hace la representación mucho más interesante o, al menos, resulta original que es lo mínimo que debemos exigir a los jóvenes compositores. Además, la obra hace gala de diferentes estilos compositivos en cada uno de esas veintidós miniaturas musicales. De todas ellas supieron exprimir todo el jugo los miembros del Ensemble NeoArs Sonora, pero creo que destacaron especialmente con un sonido muy bien construido en los momentos más sonoros como los dedicados a la paz, rota y al orden, roto.
También entremezcló distintos estilos compositivos el ganador del concurso Tomás Jesús Ocaña González en su obra Y sin embargo, es necesario... Motivos minimalistas que se propagaban por el ensemble, residuos de melodías que nos trasladaban al material verista del que bebe la obra e incluso ritmos jazzísticos se entremezclan en esta obra a la que solamente le faltó una forma inteligible para ser recordada. Pero bueno, teniendo en cuenta la juventud del compositor malagueño, tan solo veintidós años, tendrá tiempo de mejorar en este aspecto. Por ahora ya ha conseguido crear unas atmósferas sonoras extraordinarias.
Comparto con el jurado el hecho de que Pan de Josuè Blanco Balaguer y Tarantos de Francisco J. Andreo Gázquez fueron las obras menos innovadoras –que es un buen criterio para este tipo de certámenes–. No obstante, la obra de Blanco Balaguer nos brindó una alta innovación tímbrica en la que se debe destacar sobre todo el trabajo de la percusionista Noelia Arco que supo resolver con facilidad las dificultades de esta partitura.
Finalmente la pieza Tarantos presenta una sonoridad a la que ya estamos muy habituados en el escenario del Reina Sofía. Si bien incluir el material rítmico y melódico de los cantos mineros pudiera resultar innovador, esto no se llega a apreciar de forma clara y creo que es en lo que la obra, en su concepción buena, acaba perdiendo.
En cualquier caso, las noticias son buenas, parece que la juventud española por fin despierta y comienza a desprenderse de ese pasado «tardofranquista» y «transicionista» que poco sentido tiene ya en el mundo del arte actual. La juventud, por definición, ha de ser rebelde, incluso se le podría permitir ser gamberra si Boulez no lo hubiera sido toda su vida. Hablaba el poeta de los primeros versos de «unos hombres sin más destino que apuntalar las ruinas». Quizás de hora de contradecir a don Blas, dejar que las ruinas caigan por su propio peso y construir sobre raso, tal vez así nuestra generación se gane un espacio en lo eterno.
Fotografías: Rafa Martín.
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