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Crítica: Concerto 1700 y Daniel Pinteño proponen su personal visión de «Acis y Galatea», de Antonio Literes, en el CNDM

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Autor: Mario Guada
3 de marzo de 2023

El conjunto continúa con su compromiso por el patrimonio español, ofreciendo una personal versión de la zarzuela de Antonio Literes, bajo la mirada dramatúrgica de Ignacio García, con un muy solvente conjunto orquestal y un elenco solista en el que brilló una impresionante Lucía Caihuela en el rol de Acis

Zarzuela barroca en tiempos de Instagram

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 23-II-2023, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Acis y Galatea, de Antonio Literes. Aurora Peña [soprano], Lucía Caihuela [mezzosoprano], Èlia Casanova [soprano], Víctor Cruz [barítono], Emilio Gavira [actor] • Ignaio García [dramaturgia] • Concerto 1700 | Daniel Pinteño [idea, violín barroco y dirección artística].

Con todo, no faltan en España algunos sabios Compositores, que no han cedido del todo a la moda; o juntamente con ella, saben componer preciosos rectos de la dulce, y majestuosa Música antigua. Entre quienes no puedo excusarme de hacer segunda vez memoria del suavísimo Literes, Compositor verdaderamente de numen original, pues en todas sus obras resplandece un carácter de dulzura elevada, propia de su genio, y que no abandona aun en los asuntos amatorios, y profanos; de suerte, que aun en las letras de amores, y galanterías cómicas, tiene un género de nobleza, que sólo se entiende con la parte superior de la alma: y de tal modo despierta la ternura, que deja dormida la lascivia. Yo quisiera que este Compositor siempre trabajara sobre asuntos sagrados, porque el genio de su composición es más propio para fomentar afectos celestiales, que para inspirar amores terrenos. Si algunos echan de menos en él aquella desenvoltura bulliciosa, que celebran en otros, por eso mismo me parece a mí mejor; porque la Música (especialmente en el Templo) pide una gravedad seria, que dulcemente calme los espíritus; no una travesura pueril, que incite a dar castañetadas. Componer de este modo es muy fácil; y así lo hacen muchos: del otro es difícil; y así lo hacen pocos.

Benito Jerónimo Feijoo: La música de los templos [1726].

   No son tiempos fáciles para la música, pero menos aún para un género como la zarzuela barroca inicios del XVIII, género considerado menor por muchos, hermano pequeño de la ópera –género escénico por excelencia, con el que en su día no mantenía mucha distancia, salvo algunas particularidades que no comparte con aquel– y en cierta forma denostado por aquellos que consideran que la música de los dos cuartos centrales del 1700 es netamente superior a la de finales de XVII e incluso a la de inicios del propio XVIII. No entender los procesos y la idiosincrasia de cada momento y género no hace sino levantar unos muros que en poco o nada ayudan al ya de por sí muy maltrecho patrimonio musical español. Afortunadamente, los hay que creen «a pies juntillas» en él, como comentó con vehemencia Daniel Pinteño en el alegato final del concierto. Él, al frente de su conjunto Concerto 1700, son sin duda unos defensores acérrimos de muchos de los nombres –más y menos conocidos, según el caso– que jalonan la música en la España de los siglos XVII y XVIII. Y no lo hacen –o nos tienen realmente engañados– por lo sugestivo que puede resultar aprovecharse de la subvención de turno ofrecida para rescatar patrimonio, sino que parecen creer verdaderamente en ello. Se cuentan con los dedos de una mano –y sobran dedos– aquellos que realmente están dedicando su trayectoria a este repertorio de forma casi total, tanto en sus directos como en las grabaciones. Es de justicia reconocerlo y remarcarlo. Una labor digna de encomio la suya, que en esta velada –otra más como conjunto residente del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] en esta temporada 2022/2023– no supuso, sin embargo, recuperación alguna, pues Acis y Galatea, zarzuela en dos jornadas con libreto de José de Cañizares y música de Antonio Literes (1673-1747), es bien conocida, incluso fue grabada en disco hace ya más de dos décadas [Al Ayre Español, para Deutsche Harmonia Mundi].

   En la era de la imagen, el «postureo» y las vidas idílicamente falseadas en Instagram, atreverse con una zarzuela barroca de una hora y media de duración, todo ello sin ofrecerle al público aparato escénico alguno, es poco menos que un atrevimiento, pero si se hace con convicción, parece un atrevimiento menor. Lo que sí hizo Pinteño aquí fue contar con el director de escena Ignacio García para armar un espectáculo que recogiera lo principal de la trama a través de una adaptación del libreto original, muy extenso para el caso que nos ocupa, de tal manera que dramatúrgicamente la obra guardara un sentido y pudiera ser comprendida por el público, eso sí, conservando toda la música compuesta por Literes para la ocasión. Así se refiere el propio Pinteño a su propuesta: «El mito de Acis y Galatea fue fuente de inspiración para libretistas y compositores durante todo el siglo XVIII. Uno de los ejemplos más claros y exitosos fue el de Acis y Galatea (1708), de Antonio de Literes, con libreto de José de Cañizares (1676-1750). Tal fue la acogida del espectáculo que se siguió representando en teatros del país y de otras naciones hasta, al menos, 1728. En esta zarzuela, el libretista utiliza el mito clásico de Acis y Galatea para crear una trama donde el motor argumental gira en torno al amor. En lo musical, encontramos una obra que alterna los elementos musicales propios de la tradición hispana con destellos de las corrientes italianizantes que imperaron en los teatros de toda Europa durante el XVIII. En nuestra propuesta, en versión semiescenificada, el libreto original ha sido adaptado por el dramaturgo Ignacio García para acercar la historia de Acis, Galatea y Polifemo al público contemporáneo. De esta manera, contando con la bellísima música compuesta por Antonio de Literes, y guiados por el cíclope Polifemo, conoceremos desde otro punto de vista una de las historias de amor más fabulosas de todos los tiempos».

   Dice Louise K. Stein, en Grove Music Online, lo que sigue acerca de nuestro autor y su obra: «La importancia de Literes como compositor teatral se extendió más allá de la corte y la aristocracia a los teatros públicos comerciales de Madrid; fue quizá el primer compositor de la corte que se benefició de la política abierta de la recién instaurada monarquía borbónica, que permitía a los músicos de la corte actuar y componer para fiestas distintas de las de la corte real. Según las cuentas que se conservan de los teatros de la Cruz y del Príncipe, las reposiciones de zarzuelas con música de Literes se escucharon con éxito constante temporada tras temporada hasta 1734, aunque fueron compuestas originalmente antes de 1720. En 1711 se le pagó por la música de Antes difunta que ajena, zarzuela representada en el Teatro del Príncipe en julio. El ejemplo más llamativo es Acis y Galatea. Tras su estreno en la corte en 1708, se convirtió en la obra más aclamada de la primera mitad del siglo en los teatros públicos, gozando de apoyo popular durante dos décadas. Aunque continuó componiendo para la capilla real, el ascendiente de Literes en la corte fue eclipsado por los compositores italianos recién llegados y favorecidos por la reina, a pesar de que Literes pertenecía claramente al pequeño grupo de compositores de la corte española que adoptaron conscientemente las formas y técnicas extranjeras a principios de siglo. Algunas de sus piezas en formas españolas conservan un enfoque tradicionalmente español del texto y de la expresión afectiva, con un tratamiento controlado de la disonancia. Al mismo tiempo, sus partituras contienen muchas piezas escritas en un estilo italianizante o paneuropeo: arias da capo con líneas vocales muy melismáticas, fragmentación del texto poético, figuraciones rápidas en las partes instrumentales y recursos expresivos italianizantes. Literes fue sin duda un líder en una época de pluralidad estilística. Los contemporáneos que condenaban las importaciones estilísticas y las innovaciones en la música de otros juzgaban que su música conservaba cualidades verdaderamente españolas de ‘dulzura’ y ‘elegancia’».

   Esta Zarzuela nueba qe. Se ízo a sus magdes…, yntitulada Azis, y Galatea se estrenó en el Salón Dorado del Alcázar –según defiende María del Rosario Leal [en su edición crítica del libreto (2011)], en base a las fuentes documentales encontradas que desmienten lo publicado años antes por el autor de la primera edición crítica de la partitura [2002], que indicó como sede del estreno el Coliseo del Buen Retiro–, el 19 de diciembre de 1708, siendo interpretada en un único día –no en dos, como también se ha defendido erróneamente–, alternando las dos jornadas que la conforman con una serie de bailes o entremeses. Requería de un conjunto instrumental bastante modesto, conformado únicamente por violines y un «acompañamiento», es decir, el bajo continuo. Cañizares se basó en las Metamorfosis de Ovidio para construir una trama amorosa que se desarrolla en Arcadia, actual Sicilia, en la que dos amantes [Acis y Galatea] se ven interpelados por un tercero [Polifemo], una historia que musicalmente ha sido abordada por algunos de los grandes compositores de los siglos XVII y XVIII. No falta, por supuesto, la pareja de graciosos [Tisbe y Momo]. El trabajó de adaptación funcionó muy bien, con un Polifemo encarnado por el acto Emilio Gavira, que dominó la escena con su dicción precisa y su presencia poderosa, incluso con un toque bastante cómico al entonar «Dulce Galatea». Entiendo el concepto de semiescenificado indicado, pero uno espero algo más del mismo cuando así se anuncia: un mínimo atrezzo, algo de vestuario acorde o definitorio a los personajes y, lo que es más importante, una interacción mucho más marcada entre los solistas, pues fue casi testimonial. Un trabajo escénico, en definitiva, algo más pronunciado, que sin duda hubiera amplificado la trama y dinamizado un poco más el devenir del espectáculo.

   Concerto 1700 acudió en formato mínimo, con dos violines barrocos –el propio Pinteño acompañado de Fumiko Morie, su nueva compañera de aventuras violinísticas, con la que guarda una especial conexión– y un continuo conformado por Ruth Verona [violonchelo barroco] y Silvia Jiménez [contrabajo] en la cuerda grave, junto a Pablo Zapico a la guitarra barroca y Alfonso Sebastián en el clave. Completó la plantilla la atinada percusión de Pere Olivé. Desde la añadida Batalla del 5.º tono, utilizada aquí a la manera de una introducción instrumental, se observó un correcto desarrollo del sonido orquestal, aunque en su mínima expresión, si bien la presencia de solo dos violines se quedó algo corta en ciertos momentos –haberlos doblado, con cuatro en total, le hubiera dado un mayor brillo a las partes, aunque cabe destacar al buen trabajo de estos al elaborar el unísono de sus líneas–. Quizá algo más de trabajo –un problema recurrente en este tipo de obras– faltó en los cuatros de la obra [«No hay otras iras que deban temerse», «Pues que Polifemo todo lo avasalla» o «Al aire de los suspiros», por citar algunos], números de poderosa carga coral, aunque con llamativos solos, estos últimos sí bien representados; no así los pasajes más homofónicos a coro, con una excesiva independencia de las voces y algunos problemas de afinación causados por no equilibrar las voces –algunas, como la de Peña, llegaron con excesiva presencia, otras, como el barítono Cruz, con escaso impacto general– y no escucharse mucho entre ellos. Sin duda primó aquí más una visión solística que grupal, con lo que eso conlleva. Sí hubo cierto trabajo de dinámicas en varios de los cuatros [«Estos dulces cánticos», especialmente, o «Al aire de los suspiros»], lo que ayudó a clarificar un cierta forma un texto que, por otro lado, apenas se entendía –la dicción tampoco mejoró de forma general en los momentos a solo de ninguno de los cuatro solistas, aunque con algunas excepciones en ciertos momentos–. En «Númenes del mar sagrado», una mayor contención vocal logró un tutti mejor elaborado, cerrando la obra «¡Viva quien hace siglos de dichas sus años!», de luminoso sonido y un gran empaque del tutti, destacando el excelente resultado obtenido de la alternancia entre violines y coro.

   En el apartado vocal, actuaciones notables toda, descollando especialmente una Galatea excepcional. De menor a mayor interés, también en cuanto a la cantidad de números musicales en los que intervienen, cabe mencionar en primer lugar el trabajo del barítono granadino Víctor Cruz como Momo. Es un cantante siempre seguro, que se adapta bien a los roles que le toca encarnar, fue quien evidenció una dicción más clara y planteó un muy expresivo papel, apoyado en muchos momentos por una variedad tímbrica en el continuo que funcionó muy bien. Así lo demostró en su dúo «Desgraciado gracioso», con Tisbe, o en su recitado y aria «Ayer, cuando la tarde/Señora, ya que el secreto» con que se cerró la primera jornada, muy bien elaborado en expresión en el recitado, destacando el aria con unos violines de enorme viveza y precisión, acompañando con gran organicidad la voz, en el que fue uno de los momentos más destacados de la velada. En las seguidillas «¿Qué demonios es esto que anda en la selva?» tuvo la oportunidad de mostrar esa vertiente con un punto cómico que le sienta tan bien, un dúo muy bien elaborado junto a Tisbe, que brilló además por el aporte de castañuelas y un muy efectivo rasgueo en la guitarra barroca.

   Por su parte, la soprano valenciana Èlia Casanova planteó una Tisbe bastante sólida, notable en lo vocal y convincente a nivel dramático, mostrando un timbre de marcada personalidad y una nítida emisión, con una dicción correcta en el registro medio, que se vuelve ininteligible en el agudo. Las agilidades en el aria «Si de rama en rama» perdieron peso frente al tutti, con una línea de violines que no llegó articulada con excesiva claridad. Muy solvente vocalmente en el dúo «Desgraciado gracioso», quizá se echó en falta en ella un aporte dramático más marcado, como sí tuvo su parteneire. Como Glauco, dios del mar, interpretó el estribillo y coplas «Al ameno silencio/Apenas el enero», en una misma línea, pues el material canoro no fue el problema, sino una cierta falta de convicción dramática, dando como resultado personajes muy neutros que no aportaron más allá del solvente trabajo vocal. Muy desenvuelta en las agilidades, firmó un aria «Si el triunfo que ama», en un trabajo muy pulido en la homofónica escritura con los violines, sostenidos por un bajo continuo de enorme solidez.

   La también valenciana Aurora Peña encarnó a la nereida Galatea –el personaje con mayor carga en cuanto a números musicales se refiere–, un papel en el que encajó a medias, con inteligencia vocal, pero dramáticamente menos convincente. Donde realmente logra lucir Peña a nivel dramático es en papeles en los que su desparpajo y gracejo salen a relucir sin cortapisas, y no es el caos de Galatea, que requiere otro tipo de presencia, más contenida y serena. Cabe preguntarse si, más allá del registro, no hubiera resultado invertir los roles de Peña y Casanova, a tenor de lo escuchado en ambas. Abrió su intervención con la hermosa aria «Muda copia», algo fría, pero con la habitual seguridad y con un vibrato bastante acusado en los finales de frase, además de una dicción insuficiente para la comprensión del texto sin acudir al programa de mano para seguirlo. Destacó aquí el íntimo sonido de la cuerda, magníficamente acoplada al bajo elaborado con exquisitez por violonchelo barroco y guitarra barroca, en una afinación general muy ajustada. El equilibro entre voz y continuo fue mejorable en «El arco detén/El brazo suspende», aquí sin embargo muy interesante en el plano textual, con una excelente dicción y muy correcta en el plano expresivo. Pinteño dirigió en algunos momentos, marcando tempo y entradas; cabría preguntarse si realmente era necesario con tan pocas partes implicadas y contando con intérpretes de probada valía. Excelente trabajo rítmico orquestal en el recitado y aria «Joven galán/Pues del culto mi deidad», la zona media de Peña presentó un cuerpo interesante, con un agudo brillante, aunque demasiado expansivo en los momentos más álgidos del aria. «Monstruo en quien has obrado/Cielo ha de ser el mar» fue un excelente ejemplo de la capacidad que un buen bajo continuo tiene a efectos dramáticos en una obra de este tipo, no obstante, se contó para la ocasión con tres de los más excepcionales especialistas del país en sus respectivos instrumentos, músicos de probaba calidad interpretativa, que además presentan un conocimiento muy sólido en la práctica y ejercicio del continuo. Brillaron, por lo demás, los violines –con un unísono muy cuidado–, con Peña cargando las tintas sobre el agudo, en una coloratura desenvuelta en la que faltó cierta naturalidad. Concluyó su parte solista con «¿Es verdad, Acis mío…?/Ninfas alegres», en un discurso que se diluyó por momentos en el aria, aunque suplió esta presencia una excepcional Verona en el obbligato del chelo, de exquisito fraseo y calidez sónica.

   De entre todos los solistas destacó de manera extraordinaria la presencia de la madrileña Lucía Caihuela, que se encuentra actualmente en el mejor momento de su carrera. Su voz ha ganado brillo y nitidez en el agudo, pero también mucho cuerpo y presencia en la zona media-grave, con un color de tinturas ocres, que obscurece a placer en momentos muy apropiados y que ofrece un impacto expresivo de enorme envergadura. Plasmó un Acis –mortal amante de Galatea– de exquisita elegancia, repleto de sutilezas, muy bien adaptada vocalmente a las exigencias dramáticas. El único pero que se le puede poner a su actuación –uno grande, por otro lado– fue el de la mejorable dicción en muchos momentos, al igual que sus compañeros. «Ay de aquel que desprecia…!» abrió su participación, acompañada excepcionalmente por el bajo continuo en pleno, excepción hecha del contrabajo. «Divina Galatea/Ten, ninfa, piedad» fue uno de los momentos más destacados, no solo de su actuación, sino de toda la noche, únicamente superado por «¡Quédate en paz, oh divina Galatea…!» –al que luego volveremos–, gracias a su mimada sutileza, el cariz vehemente que logró aportar a su personaje, que en lo vocal además fluyó en las agilidades con gran naturalidad y un agudo en plenitud. Estuvo acompañada por un vibrante dúo de cantables violines. «Qué poco a asustar llega/Aunque contra mí indignado» impactó por el poderoso registro grave, con una emisión notablemente homogénea entre registros. Estuvo rodeada de un excelente plantel instrumental, con un solo de violín magníficamente implementado en su escritura de importante virtuosismo. Excepcionalmente sobrecogedores y hermosos llegaron los primeros versos «Aunque contra mí indignado/toque el arma mi destino», del aria correspondiente, incidiendo con mucho impacto en las palabras «el arma». Como decía, sin duda el momento más subyugante de la noche llegó con el recitado «Quédate en paz, oh divina/Galatea, que los hados/que me usurpan lo que vivo/no podrán lo que idolatro,/eterna el alma y eterno/el amor que te consagro/llevo conmigo, pues yo…!». La música es la más bella de toda la obra y consigue como en pocos momentos de la misma plasmar con gran finura el contenido del texto . Su efecto fue amplificado con un contraste entre la sobriedad de violines y voz frente al color más brillante aportado por violonchelo y guitarra. En el último verso, «¡Adiós, mi bien…!», lograron detener el tiempo.

   En las partes habladas todos los solistas se contagiaron del arte retórico de Gavira, parlamentando con convicción, una cuidada dicción y enfatizando los momentos más destacados a nivel dramatúrgico. Lástima que no todos lograran implementar por igual las mismas estrategias en sus partes cantadas.

   En suma, un espectáculo de importante nivel, una propuesta notable, personal y con enorme convicción en defensa del gran patrimonio musical que atesora este país. En estos tiempos, la belleza y la verdad son más necesarios que nunca, así que se agradece una propuesta vehemente y sin imposturas como esta. Volviendo al inicio, tómense de nuevo las palabras de Fray Feijoo sobre este magno compositor, honrado como merece por Concerto 1700 y CNDM: «Los Compositores ordinarios, queriendo seguir los pasos de los primorosos, aunque no caen en yerros tan groseros, vienen a formar una Música, unas veces insípida, y otras áspera. Esto consiste en la introducción de accidentales, y mudanza de tonos dentro de la misma composición, de que los Maestros grandes usan con tanta oportunidad, que no solo dan a la música mayor dulzura, pero también mucho más valiente expresión de los afectos que señala la letra. Algunos extranjeros hubo felices en esto; pero ninguno más que nuestro D. Antonio de Literes, Compositor de primer orden, y acaso el único que ha sabido juntar toda la majestad, y dulzura de la Música antigua con el bullicio de la moderna; pero en el manejo de los puntos accidentales es singularísimo; pues casi siempre que los introduce, dan una energía a la Música, correspondiente al significado de la letra, que arrebata. Esto pide ciencia, y numen; pero mucho más numen que ciencia; y así se hallan en España Maestros de gran conocimiento, y comprehensión, que no logran tanto acierto en esta materia: de modo, que en sus composiciones se admira la sutileza del Arte, sin conseguirse la aprobación del oído».

Fotografías: Elvira Megías/CNDM.

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