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Crítica: «Carmen» regresa, tras casi treinta temporadas, al Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: José Amador Morales
4 de junio de 2021

Carmen, a toda costa...

Por José Amador Morales
Sevilla. 1-VI-2021. Teatro de la Maestranza de Sevilla. Georges Bizet: Carmen, ópera dramática en cuatro actos con libreto de Ludovic Halevy y Henri Meilhac. Ketevan Kemoklidze [Carmen], Sébastien Guèze [Don José], Simón Orfila [Escamillo], María José Moreno [Micaela], Laura Brasó [Frasquita], Anna Gomà [Mercedes], Felipe Bou [Zúñiga], Manel Esteve [Dancairo], Moisés Marín [Remendado], César Méndez Silvagnoli [Morales], Fernando Estrella [Lillas Pastia]. Escolanía de Los Palacios, Coro de la Asocaición de Amigos del Teatro de la Maestranza [Íñigo Sampil, director]. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Anu Tali [director musical]. Calixto Bieito [director de escena]. Producción, Gran Teatre del Liceu en coproducción con la Fondazione Teatro Regio de Turín, Teatro Massimo de Palermo y Teatro La Fenice de Venecia.

   Desde las –para muchos míticas– tres funciones ofrecidas en abril y mayo de 1992, en lo que fue la deslumbrante temporada lírica inaugural del Teatro de la Maestranza, no subía al escenario Carmen de Georges Bizet, la ópera sevillana por excelencia. Y no olvidemos que hay muchas y muy considerables que compiten por ese título: Las bodas de Fígaro y Don Giovanni de Mozart, Fidelio de Beethoven, La favorita y María Padilla de Donizetti, El barbero de Sevilla de Rossini… En aquella ocasión el reparto estuvo protagonizado por Teresa Berganza y José Carreras y dirigido musicalmente por Plácido Domingo. Casi treinta años que a punto han estado de ser más a causa de la pandemia, la cancelación de la producción propia en favor de la que ideara Emilio Sagi, la sustitución de ésta por la aplaudida que Calixto Bieito estrenó en Peralada y rediseñó para el Liceo de Barcelona, rematando con el caso de varios positivos en covid en algunos miembros del reparto a pocos días del estreno. Un estreno que, debido a estas circunstancias y tras adaptar el calendario de funciones, se ha realizado con el segundo reparto y sin ensayo general ni pre-general, aunque, hasta donde sabemos, con una estupenda respuesta de público y todas las medidas de seguridad de las que ha venido haciendo gala el coliseo sevillano.

   La citada propuesta escénica de Bieito, que ya fue ampliamente comentada en CODALARIO por Raúl Chamorro a propósito de las representaciones en el Teatro Real en 2017, sustituye la simbología en torno al mito femenino de la protagonista, que por otra parte deja intacto, por otra no menos potente, actualizada y más ibérica centrada en la Legión, la bandera y el toro de Osborne. Todo ello dejando no poco espacio a la recreación del espectador, sugiriendo más que mostrando, especialmente conforme avanza la obra hasta desembocar en ese extremadamente sobrio y desnudo cuadro final donde, con una cuidada dirección actoral, resalta más que nunca el dramatismo y violencia del tremendo desenlace.

   Musicalmente, Anu Tali dirigió con tempi equilibrados y una corrección general que devino en una evidente falta de intensidad así como de contraste en el fraseo. La directora estona no fue particularmente sutil a la hora de desgranar gran parte del colorido orquestal que Bizet despliega en su partitura, dejándose por el camino muchas de sus virtudes. A su mando la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla brilló por debajo de la calidad de sonido y nivel de entrega que acostumbra. El coro sevillano remató una actuación bastante loable habida cuenta de las circunstancias antes señaladas que le han llevado a presentarse bastante mermado y, como en todas sus actuaciones de esta temporada, con mascarillas. Extraordinaria prestación la ofrecida por la Escolanía de Los Palacios, que se ha convertido por derecho propio en un valor seguro en el mundo lírico de la ciudad.

   A nivel vocal las protagonistas femeninas destacaron por encima de sus compañeros. Ketevan Kemoklidze delineó una Carmen que fue a más a lo largo de la velada, dotando al personaje de un equilibrio entre sensualidad y musicalidad bastante conseguido. La zona media y aguda de su voz se adaptan bien a la tesitura del personaje, al que han acudido numerosas sopranos por este motivo y, sobre todo, la mezzo georgiana es una estupenda cantante-actriz. Así, conforme la trama va adquiriendo tonos más sombríos y dramáticos, su actuación crece en interés y atractivo desde la escena de la detención (tras una habanera algo apagada) hasta la gran escena final.  A su lado, Sébastien Guèze fue un Don José de voz en exceso liviana, emisión engolada y con evidentes problemas de proyección, que poco podía hacer para sacar adelante el progresivo apasionamiento y carácter arrebatado de su parte. Ciertamente el tenor francés hizo plausibles esfuerzos a nivel de fraseo y de desenvoltura escénica, llegando a conseguir uno de los dos aplausos de la velada tras el aria de la flor, pero acaso esto no hizo sino confirmar que no es este su repertorio.

   La segunda ovación fue bastante más contundente y tuvo lugar tras la bellísima plegaria de Micaela encarnada por una María José Moreno en estado de gracia que supo aprovechar hasta el último resquicio del personaje para ofrecer una lección de canto y caracterización a partes iguales. Y todo ello mediante personalísimo y atractivo timbre de su voz, cincelada con un fraseo de muchos quilates. Simón Órfila ofreció un Escamillo entregado y sugerente en lo escénico y tosco en lo canoro, si bien supo aprovechar sobremanera el volumen y proyección de su instrumento. El resto del reparto cumplió con solvencia y un punto de irregularidad, tal vez comprensible con la precipitación de los acontecimientos al principio comentados.

Fotografías: Teatro de la Maestranza.

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