El falsetista estadounidense rinde homenaje a uno de los grandes héroes «handelianos», repasando sus grandes arias en la ópera que lleva su nombre, intercaladas por algunos fragmentos orquestales sin relación aparente
Equilibrio y mesura para Cesare
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 9-VI-2022, Teatro Real. Cesare! A hero’s journey. Obras de George Frideric Handel, Antonio Vivaldi, Arcangelo Corelli, Georg Philipp Telemann, Heinrich Ignaz Franz von Biber y Francesco Geminiani. Bejun Mehta [contratenor] • La Folia Barockorchester | Robin Peter Müller [violín barroco y dirección artística].
Quien sepa leer una partitura, y conozca la dificultad de escribir en cinco partes reales, debe admirar los recursos que Handel ha manifestado en esta. La parte de la trompa, que es casi un eco perpetuo para la voz, nunca ha sido igualada en ningún aria, tan acompañado, que yo recuerde. Pocos grandes cantantes son partidarios de las canciones en las que la melodía y la importancia se dividen de forma tan equitativa; pero este aria fue elegido para hacer honor a las habilidades de Handel, en un día en el que iban a brillar con gran esplendor.
Charles Burney sobre el aria «Va tacito», en An Account of the Musical Performances in Westminster-Abbey and the Pantheon in Commemoration of Handel [1785].
Todavía resonaba en la sala principal del Teatro Real el reciente e infausto espectáculo vertido por el contratenor de moda, cuando acudió a su escenario otro falsetista, en esta ocasión de muy distinta visión, tanto musical como de su propia carrera: el estadounidense Bejun Mehta. Proveniente de una familia extremadamente musical, comenzó su carrera como un muy destacado niño soprano que fue alabado en su día nada menos que por Leonard Bernstein. El descubrimiento de la voz de David Daniels resultó fundamental en su concepción de los falsetistas y en el enfoque de su carrera. Entrado ya en la cincuentena, dista mucho de ser una estrella, ni de creérselo. De hecho, con solo mirar el número de grabaciones como solista que ha realizado en comparación con otros colegas de profesión, siendo el territorio de la ópera donde se ha prodigado más. Pocos falsetistas han encontrado tanto acomodo en las óperas y oratorios de George Frideric Handel (1685-1759) como él, y precisamente a «il caro Sassone» estuvo dedicado este recital bajo el titulo Cesare! A hero’s journey, que no era otra cosa que un recorrido por las arias de este personaje principal en uno de los grandes dramas de Handel, Giulio Cesare in Egitto, HWV 17, ópera compuesta para la Royal Academy of Music y estrenada en el Queen’s Theatre Haymarket londinense, el 20 de febrero de 1724.
Un planteamiento de programa bastante singular, pues si bien es cierto que el lugar común de los héroes «handelianos» no supone per se una novedad, sí lo es más que el recorrido se circunscriba únicamente a un solo rol. Cabe aplaudir, por tanto, la concepción del programa, el cual, por qué no decirlo, tampoco aspira a descubrir, replantear o subrayar musicológicamente ninguna propuesta, sino que parece perseguir algo muy sencillo, pero a la vez tan poco habitual en estos tiempos: hacer disfrutar al público con una velada de grandes éxitos, porque si algo tienen las arias aquí presentadas es que se encuentran entre lo más granado de la producción operística del compositor germano-británico, dado que sin duda esta es una de sus óperas más brillantes. Lástima que la selección de piezas orquestales escogidas para alternar entre las arias resultara bastante desconcertante, pues no guardaba relación alguna con las arias, salvo momentos puntuales y sin mucha reflexión aparente –un fragmento de la Battalia a 9 de Biber precediendo a una aria guerrera como es «Al lampo dell’armi», por ejemplo–. Dicho esto, da gusto ver y escuchar a un falsetista sin el boato y todos los condicionantes que suelen acompañar a estas figuras durante los últimos años. Mehta es un cantante más en la línea de Scholl, Daniels, Asawa y otros nombres de esa línea, más musicales, sin duda con diversas capacidades canora, pero siempre inteligente e intentando poner su salubridad vocal por encima de demostraciones rebosantes de un artificio vacuo e innecesariamente exhibicionistas. Así quedó patente en este recital.
Pueden discutirse aspectos de su vocalidad, por supuesto, pero la musicalidad y el refinamiento de su fraseo, su sensibilidad, su homogeneidad entre registros exquisitamente trabajada, una imponente proyección y su inteligencia escénica son sin duda habilidades muy destacadas que salen a relucir en su escucha. Por otro lado, quizá no posee un timbre arrebatador, y hay tendencia al entubamiento en su emisión, además de una cierta afectación que fluctúa por momentos, que por otro lado no hacen de él un cantante estratosférico. Lo que sí considero es que ha logrado equilibrar de manera muy solvente sus virtudes con los aspectos menos favorables para construir una línea de canto firme, muy personal y que se mueve con inusitada elegancia en el repertorio «handeliano» de manera especial. Su interés –creciente en los últimos años y que sin duda va a desarrollar con mayor impacto en años venideros, conforme su voz vaya perdiendo lustre– por la dirección orquestal hace de él una figura poco común, con una visión musical más amplia, no centrada únicamente en su propia vocalidad, lo que aunado a su sensibilidad le convierte en un falsetista de una musicalidad muy notable. Con Giulio Cesare in Egitto se inauguró la velada, primeramente con la ouverture de la ópera, interpretada por La Folia Barockorchester con convicción y un sonido de cierto empaque, aunque sin la amplitud, solidez ni el refinamiento que han mostrado aquí otras agrupaciones historicistas en tiempos recientes con una plantilla similar [3/3/2/1/1, más un rico continuo conformado por fagot, arpa triple, laúd barroco y clave]. «Presti omai l’egizia terra» fue la primera aria interpretada, en la que la proyección poderosa y su agudo de gran recorrido se hicieron patentes, aunque su cierta afectación característica también lo hizo.
Tras esto, el primer interludio orquestal, con el primer movimiento del Concierto para cuerda y bajo continuo, RV 156 del veneciano Antonio Vivaldi (1678-1741), una obra de asombrosa energía y una finura en el tratamiento de las diversas líneas para la sección de cuerda que no encontró especial acomodo en una interpretación problemática en afinación y empaste, principalmente en los primeros violines. La diafanidad de la escritura y la acústica algo seca del espacio no favorecieron una versión en la que se apreciaron en exceso sus costuras. Sin duda, el tutti encontró un espacio más cómodo para el sonido, además de un continuo notablemente colorista y con el ritmo muy marcado. «Empio, dirò, tu sei» es un aria que exige ya la presencia de una coloratura solvente, la cual Mehta posee, aunque por momentos resultó algo mecánica, con un agudo en ocasiones algo tenso, mientras que en la sección de continuo se echó en falta una mayor presencia sonora de laúd y arpa –van a disculpar que no se mencionen los nombres de los instrumentistas, pero el Teatro Real no tuvo a bien facilitar la plantilla de la agrupación ni en el programa de mano ni en una solicitud posterior–. Muy interesante en esta aria el planteamiento excepcionalmente dramático por parte del solista vocal, que incluso abrió y «afeó» la emisión de algunas palabras del texto para ahondar en su expresión. Algunas notas largas se desarrollaron con un vibrato quizá excesivo, aunque su uso no resultó generalizado.
Del compositor italiano Arcangelo Corelli (1653-1713) se interpretó su célebre Pastorale del no menos afamado Concerto grosso, Op. 6, n.º 8, «Fatto per la notte di Natale», que se inició con un preludio a cargo del laúd barroco, en un ostinato que se fue elaborando aunando el arpa hasta fundirse con el inicio en el bordón de la Pastorale. Curiosas las ornamentaciones planteadas, como el uso recurrente y algo desubicado del glissando, en una versión en la que afinación, ni de los violines, pero tampoco de la sección del concertino, resultó especialmente encomiable. «Non è si vago e bello il fior nel prato» es otra bellísima aria, trabajado aquí óptimamente desde el unísono inicial, elaborando con certeza la gracilidad melódica que sostiene la pieza. La dicción, de nuevo exquisita, así como unos sutiles ornamentos en el da capo fueron lo más destacado de eta interpretación.
La Ouverture à 5 en fa mayor, TWV 44:8 de Georg Philipp Telemann (1681-1767), de la cual se interpretaron sus dos movimientos iniciales [Ouverture y Chasse] sirvió para dar lugar en el escenario a las trompas, que junto a lo oboes protagonizaron este momento, en algunos momentos incluso sin la presencia de la cuerda. Labor correcta en las trompas especialmente en el segundo de los movimientos, que exige un virtuosísimo muy notable. Aprovechando la presencia de una de las dos trompas se ofreció el aria «Va tacito e nascosto», que requiere de una línea hermosa para el instrumento, bien resulto aquí, aunque sin alardes extraordinarios, especialmente con algunos «regateos» de notas en la articulación. Solista y trompa plantearon un dúo grácil, bien resuelto, con meritorias ornamentaciones en el da capo, sostenidos por una orquesta en la que faltó cierta calidez en la sección de cuerda. Le siguió una pieza denominada en el programa Lidia Sinfonia, que no es otra cosa que la sinfonía que precede a la hermosa aria «V’adoro pupille» que canta Cleopatra, con una actuación correcta de los oboes y un solo de violín no especialmente brillante. Magnífica labor aquí del arpa, realizando un acompañamiento tan cálido como repleto de sutilezas. Con el aria «Se in fiorito ameno prato» se cerraba la primera parte del recital. Llegó de nuevo con el violín solo de Robin Peter Müller –fundador y director de la agrupación–, algo más solvente aquí, pero en absoluto excelso, en un dúo comedido aquí con un Mehta que no es un cantante de excesos, lo que es de agradecer en una vocalidad como la suya, en la que abundan los extremos, aunque no en muchas ocasiones convincentes.
La segunda parte se abrió con un movimiento [Die Schlacht] de la Battalia à 9, de Heinrich Ignaz Franz von Biber (1644-1704), obra y compositor algo extraños en este recorrido, tanto por sonoridad como por temporalidad. Sin embargo, fue esta una de las interpretaciones puramente orquestales más destacadas de la noche, con un sonido más firme y afinado de la cuerda, además de un planteamiento de diálogo inteligente entre las líneas. «Al lampo dell’armi» es un aria guerrera, de bravura, que contiene por tanto una alta exigencia en la coloratura para el solista. Parece que la cuerda retomó las buenas sensaciones del inicio, resolviendo los giros siempre complejos del aria con un buen trabajo de empaste y sincronización en las articulaciones, dando paso a un Mehta cuya voz se desenvolvió con fluidez en las ornamentaciones, aunque la subida hacia el agudo en intervalos amplios requirió de él una apertura en la emisión poco agradable.
De Antonio Vivaldi, una nueva pieza orquestal, el Adagio del Concerto in re minore per violino, archi e basso continuo, «Per Pisendel», RV 242, una nueva muestra de que Peter Müller o no tuvo el día o es que verdaderamente no es un violinista excesivamente fiable, pues sus carencias se mostraron con demasiada evidencia. «Dall’ondoso periglio - Aure, deh, per pietà» comenzó con una excepcional dicción del estadounidense en el recitativo, con un planteamiento tímbrico más blanquecino, muy interesante como recurso, especialmente por el impacto que esto provocó al pasar al aria, que cantó reposado, con dulzura, calidez expresiva y un timbre más carnoso, además de un fraseo exquisito. A pesar de todo, su interpretación no logró epatar. Y no es que se trate de un cantante frío, en absoluto, pero quizá su vocalidad no permite transmitir hasta la emoción más sincera. Destacado aquí el aporte de color y solvencia en el continuo a cargo del violonchelo y el laúd.
De otro italiano, Francesco Geminiani (1687-1762) se interpretó su Concerto Grosso Op. 5, n.º 12, «La follia», inspirado en la Sonata para violín y continuo que cierra el Op. 5 de Corelli. Fue, sin duda, el momento orquestal más destacado de la velada, ya desde su inició con el arpa elaborando el tema de la folía, al que sumó la guitarra barroca y el resto del continuo para dar paso a un tutti de gran poderío y solidez, esa que no tuvieron en gran parte de la noche. El éxito, no obstante, residió en gran medida en el ripieno, dado que la sección del concertino no logró una exquisitez acorde, sino todo lo contrario, con algunos desajustes en los solos muy evidentes. Para cerrar el recital, «Quel torrente, che cade dal monte», con una coloratura de nuevo algo desenfocada, aunque el canto legato demostró una estabilidad y elegancia muy destacables, desarrollando además las notas con mucho refinamiento.
Un recital de grandes éxitos, sin aspavientos, ni lucimientos superfluos que desmerecen el enfoque puramente musical. Al contrario, Mehta es, antes que un solista, un músico que persigue la calidad artística, no un lucimiento vacuo. En este mundo de solistas deslumbrados por el éxito de la mercadotécnica, la honestidad y la humildad son muy de agradecer, por más que las cualidades vocales puedan ser mejorables en diversos aspectos, como quedó patente. A pesar de todo, parece que queda Mehta para rato, y es algo de lo que debemos alegrarnos.
Fotografías: Javier del Real/Teatro Real.
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