El CNDM inaugura la efeméride monteverdiana con un concierto en el que el espíritu del cremonés se vio ensombrecido por una interpretación en exceso septentrional.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 12-II-2017 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 10, 15 y 20 €uros. Música de Claudio Monteverdi. Balthasar-Neumann-Chor & Balthasar-Neumann-Ensemble | Pablo Heras-Casado.
La Selva morale e spirituale [Venezia, Bartolomeo Magni, 1640/1641] es, sin ningún género de duda, la colección sacra más ambiciosa y rebosante de genialidad de Claudio Monteverdi (1567-1643). En la impresionante cifra de cuarenta piezas, Il divino Claudio firma una colección probablemente sin parangón en la época, la cual, a pesar de ostentar una calidad excepcional, no ha encontrado el predicamento ni la atención prestada a su Vespro della Beata Vergine, en gran medida por las especificaciones de plantilla que requiere, además de un su enorme duración. Dice Paolo Fabbri al respecto de la obra: Al igual que el Ottavo libro provoca admiración como un notable clímax de la carrera de Monteverdi como madrigalista, la Selva morale e spirituale es una digna corona a su continua exploración de la invención y la experimentación de extremos expresivos dentro del ámbito de la música sacra. Monteverdi debió haberla ido preparando aproximadamente al mismo tiempo que el libro octavo, y representa su mayor colección sacra, un compendio de casi treinta años de experiencia como maestro de capilla de la iglesia.
Si su Octavo Libro es un dechado de variedad en todo los sentidos, su Selva morale e spirituale lo es aún más, pero en el ámbito sacro. La colección puede dividirse de manera clara en cinco secciones: I. cinco obras adscribibles al madrigal espiritual y moral; II. una Messa a 4 da capella con cuatro musicalizaciones extras de algunas de sus partes; III. una notable serie de salmos; IV. himnos; V. música para uso en festividades marianas. Quedaría suelta el último número, su contrafactum del Lamento d’Arianna, titulado aquí Iam morir mi fili. La variedad en la concepción de la instrumentación y las voces –que detalla de manera fantástica en la tavola inicial– es absolutamente fascinante, todo un ejemplo de su capacidad creadora. El carácter morale viene aportado precisamente por esos madrigales y canzonette de corte moral, con textos de Francesco Petrarca –los dos primeros números de la colección, precisamente elegidos para interpretarse en el presente recital–, otro de Angelo Grillo y otros dos de autor anónimo, en los que se reflexiona sobre la vida y las tribulaciones del ser humano en ella. El resto de la colección, puramente sacro, aporta la visión spirituale, con esa inmensa variedad de géneros y formas que hemos visto.
Con este programa, que se completará en la próxima temporada con la segunda parte de la colección completa, daba el Centro Nacional de Difusión Musical por inaugurada la conmemoración de este Monteverdi 450, un aperitivo que sirve para abrir boca a la gran celebración que ya anuncian para la temporada 2017/2018. Era este, pues, un concierto ansiosamente esperado por muchas razones: primero, por celebrar la efeméride de Monteverdi –un autor que realmente levanta muchas pasiones en el público–; segundo, por hacerlo con la que es posiblemente su obra menos interpretada en concierto; y tercero, por contar con Pablo Heras-Casado, una de las figuras españolas de la dirección con mayor proyección en la actualidad.
Todo ello hizo que la sala sinfónica del Auditorio Nacional presentase un gran ambiente, con un porcentaje realmente alto de localidades ocupadas y un cierto halo de expectación. Acudí al mismo con notables expectativas, especialmente por mi querencia hacia el autor y especialmente a esta Selva morale e spirituale, probablemente la obra que más he escuchado y disfrutado de todo su catálogo. No obstante, intenté contenerme, porque es bien sabido que cuando uno acude con un nivel excesivo de estas tiende a llevarse sorpresas. Reflexionaba a la salida del concierto con algunos colegas del mundo musical sobre la idoneidad del Balthasar-Neumann-Chor & Balthasar-Neumann-Ensemble para acometer una empresa de este calibre. A priori, sin haber presenciado el concierto, y si la programación del CNDM dependiese de mí, pensaba que probablemente nunca hubiese elegido a esta formación para su interpretación. Quizá hubiese apostado por algo menos arriesgado, algún conjunto más experimentado en Monteverdi, aunque eso no es esencialmente una garantía de éxito –piénsese en el fiasco de la Selva que La Venexiana y Glossa editaran hace años, en grabación en directo durante una Semana de Música Religiosa–. Quién sabe, quizá Cantus Cölln | Konrad Junghänel –que registraron en su día la que es probablemente mi versión favorita en disco–, Akadêmia | Françoise Lasserre –interesante versión fonográfica la suya– o Concerto Italiano | Rinaldo Alessandrini –que dada su exitosa carrera dentro del madrigal monteverdiano y de sus buenas versiones de sus Vespro, se erigen como unos candidatos idóneos– hubieran sido opciones más favorables. En cualquier caso, y a tenor del resultado del concierto, creo que la reflexión no es baladí.
Y es que el conjunto alemán presentó una versión técnicamente solvente –lo que se daba por hecho–, pero carente en muchos sentidos del espíritu y la esencia moteverdianas. Hay que tener varios aspectos en cuenta en lo sucedido en esta velada. Esta Selva, a pesar de su carácter sacro, es música de extraordinaria pasión y una esencia que algunos dicen mediterránea. Es música más luminosa, radiante y soleada que la de muchos compositores centroeuropeos de la época, qué duda cabe, y esto ha de hacerse notar en cualquier interpretación. Uno de los problemas principales vino del planteamiento del programa. Como es sabido, Monteverdi presenta algunas partes alternativas para su Messa a 4 da cappella, las cuales se contraponen en estilo más moderno a la escritura austera y arcaizante de esta misa, escrita en el llamado stile antico o palestriniano –con reservas, pues es una obra absolutamente genial, repleta de inflexiones puramente barrocas–. Pues bien, director y conjunto decidieron presentar el Credo original –primer problema, aislar uno de los movimientos de la misa del resto–, pero añadiendo en su lugar las partes concertantes y de escritura más moderna para los textos del Crucifxus, Et resurrexit e Iterum venturus est. Justificaba Heras-Casado al inicio del concierto este cambio de programa con respecto al primigenio –hubo otra serie de cambios–, aduciendo que esta visión no se había grabado ni interpretado con anterioridad. Pudiendo ser cierto, personalmente el enfoque no me pareció exitoso, especialmente porque se mutilaron esas partes originales de la misa, impidiendo al público disfrutar del Credo original completo. Todo un pecado.
El resto del programa fue una selección de salmos y obras marianas que se presentaron sin un especial criterio más allá de la alternancia entre obras para solistas y otras para conjunto más amplio, quizá en un intento de hacer la sesión más variada y llevadera –como si eso fuese necesario–. Si bien esta Selva no se concibió para ser interpretada en su integridad y en el orden estricto en que Monteverdi presenta las obras en la tavola de su primera edición, no defiendo la extracción de una de las partes de la misa, o la inserción de los madrigales morales entre salmos, como aquí se hizo. El carácter de los mismos es, a pesar de presentarse en la misma colección, casi como la noche y el día. La interpretación de los conjuntos germanos careció en su totalidad de referencias retóricas –otro pecado, esta vez capital, especialmente en los madrigales morales–, presentando versiones muy lineales, sin apenas inflexiones, poco expresivas, con exceso de ornamentaciones en algunas líneas y una vocalidad extrañamente limitada en algunos casos para un ensemble de este nivel. Los números a solo funcionaron en muy pocos casos, obteniendo un resultado en general más favorable en los números de conjunto que requieren de ocho partes vocales y gran instrumentación, como el Dixit Dominus secondo que abrió el concierto o el Magnificat primo que lo cerró –probablemente el mejor momento de la velada–. Mejores resultados ofreció el aparato instrumental, con una sección de viento por momentos fantástica –gran trabajo de los cuatro trombonistas y los dos cornetistas, además del bajón–. Especialmente buena me pareció la participación de los violines barrocos de Cosimo Stawiarski y Eva Saldin, sobre todo en las piezas más íntimas, ya que en las grupales se vieron ensordecidos por viento y voces. Y cabe destacar, como lo mejor de la noche, el poderoso y refinado continuo llevado a cabo por las tiorbas de Joachim Held y Johannes Gontarski, el violone de Matthias Müller, la viola da gamba y el lirone de Frauke Hess y Juliane Laake, el fascinante sonido del arpa conseguido por Margret Köll y el clave/órgano de una leyenda como Michael Behringer.
Pablo Heras-Casado es un director de gran trayectoria, no cabe duda. Su gesto es realmente pulcro, técnicamente muy pulido, clarificador. Es un director de coro en el mejor sentido de la palabra, y aunque en los últimos años ha ido derivando por otros caminos, su esencia, esa de los conjuntos vocales de cuando empezó en esto de la dirección, se hace notable en obras como esta. Estuvo permanentemente en contacto directo con las voces, intentando aportar seguridad y la vez flexibilidad, la cual en varias ocasiones no fue secundada por sus músicos. En obras de esta exigencia y dificultad es prácticamente imposible evitar en directo ciertos desajustes. Ese no fue el problema. Heras-Casado, a pesar de ser latino, parece un director de sangre más fría, más cercano a los conjuntos alemanes, lo que quizá explique su estrecha colaboración con muchos de los mejores conjuntos historicistas del país. Ante un conjunto que presenta visiones más distantes de esta música se requiere de un director que imprima algo de pasión, que remarque la sensorialidad de la música en un estado más profundo, que no se quede tanto en una propuesta casi puramente sonora. Aportó algunas dinámicas interesantes, pero un contraste en los tempi en ocasiones desmedido. Se preocupó de la dicción –bastante buena en gran parte de los cantores–, pero pareció olvidar –no sé si consciente o inconscientemente– lo más importante en la obra de Monteverdi: la relación palabra/música. Una versión puede ser excepcional técnicamente, con una belleza sonora apabullante, pero esto no es suficiente para Monteverdi. Aun con todo, el público ofreció una monumental muestra de énfasis ante sus interpretaciones, la cual se vio recompensada con un hermoso Quam pulchra es, de Hieronyms Praetorius, fruto de su reciente colaboración discográfica, que ofreció quizá el momento interpretativo más interesante de la velada.
Cabe felicitar al CNDM por poner en liza en Madrid una obra de este calibre y por celebrar la efeméride monteverdiana, aunque el resultado no fuese el esperado. Todavía estamos a tiempo de esperar una vuelta de tuerca para la segunda parte, una visión que acerque al público al Monteverdi más extraordinario, más meridional y apasionado. Aun con todo, continúa siendo indestructible.
Fotografía: Florence Grandidier.
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