En su visita a Madrid, Artemis ofreció un poco de todo y todo muy bueno, alcanzó verdaderos momentos de apoteosis y mantuvo un nivel espectacular a lo largo de un concierto de hora y media que se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.
La huella de Artemis
Por Juan Carlos Justiniano
Madrid, 18-II-22, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Jazz en el Auditorio]. Artemis: Anat Cohen [clarinete], Nicole Glover [saxo tenor], Ingrid Jensen [trompeta], Noriko Ueda [contrabajo], Allison Miller [batería], Renee Rosnes [piano y dirección].
Todavía a estas alturas no faltarán las lecturas aviesas que solo vean en Artemis una maniobra de marketing. Incluso aunque Artemis sean Cécile McLorin Salvant, Anat Cohen, Melissa Aldana, Ingrid Jensen, Renee Rosnes, Noriko Ueda y Allison Miller. Pero nada más lejos de la realidad: simplemente enunciar semejante nómina permite adivinar que son mucho más que un grupo de mujeres o una ocurrencia de una compañía discográfica como Blue Note –a la que por otro lado no se le puede negar el verdadero talento que tiene para contemporizar con la industria musical y el mainstream siendo originalmente un sello de jazz–. Es cierto que la feminidad del proyecto constituye una anécdota noticiable –que algún día debería dejar de serlo–, pero lo mollar, el fundamento, la sustancia que da empaque artístico a Artemis tiene que ver exclusivamente con el nivel musical de sus integrantes, todas y cada una de ellas intérpretes y creadoras colosales –que como Artemis, también proviene del griego–.
El pasado viernes, después de un lustro de su nacimiento como grupo, de un interesantísimo disco homónimo (Artemis, Blue Note, 2020), de una pandemia mundial y de varias cancelaciones y aplazamientos, Artemis visitó por fin Madrid dentro del ciclo Jazz en el Auditorio del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] habiendo agotado las entradas hacía semanas. Parece que poco importaron los pequeños pero sonoros cambios en la formación titular, que el septeto original mutara en sexteto o la ausencia de Cécile McLorin Salvant y de Melissa Aldana, a quien sustituyó la tenorista Nicole Glover.
Escuchar a Artemis en vivo y en directo es una experiencia de las que dejan huella. Ya la grabación de 2020 causó una grata sorpresa, pero el mero impacto que provocaron los primeros minutos del sexteto sobre el escenario disipó cualquier duda de que Artemis juega en otra liga. Ya con los primeros compases reivindicaron una propuesta musical construida en torno a ese sonido de principios y mediados de los sesenta que algunos denominan postbop, en torno al Coltrane de Giant Steps (Atlantic, 1960) o a aquel Miles en transición y durante las primeras andanzas con su segundo quinteto. El estilo del grupo comparte esa actitud de avanzada de los sesenta experimentando con la forma y con los límites de la tonalidad y la modalidad pero sin dejar de dar cabida a ritmos más urbanos o a referencias «periféricas» como el choro (esto seguramente a propuesta de Anat Cohen, una ferviente amante de la música brasileña).
En su visita a Madrid, Artemis ofreció un poco de todo y todo muy bueno, alcanzó verdaderos momentos de apoteosis (también del griego) y mantuvo un nivel espectacular a lo largo de un concierto de hora y media que se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Interpretaron clásicos como «Hackensack» (Thelonius Monk) –momento en el que brilló el subyugante sonidazo del tenor de Nicole Glover después de quedar un rato fuera de juego por algún problema con su saxo– y versionaron temas como «The Fool On The Hill» (Lennon y McCartney) y «Penelope» (Wayne Shorter), dos arreglos firmados por Ingrid Jensen que planteó como tiempos medios muy apropiados para el sonido cálido y oscuro de su trompeta.
El sexteto también presentó varias composiciones originales expresamente compuestas por sus integrantes para la formación. De Anat Cohen tocaron «Nocturno», una balada con tintes de habanera inspirada en Chopin que sirvió a la clarinetista para recrearse en su absoluto dominio del instrumento y dar rienda suelta a esa manera tan versátil de acercarse a la música. De Renee Rosnes interpretaron un swing up tempo con el título «Big Top». Fue este el momento más destacado de su autora, la pianista canadiense, que, salvo en sus intervenciones puntuales como solista, adoptó un papel a lo largo de la noche extremadamente correcto, manteniéndose demasiado en su sitio e incluso mostrando una excesiva generosidad con sus compañeras, lo que en ocasiones se tradujo en que quedara relegada a un segundo plano. Desafortunadamente remató esta situación una amplificación que, aunque notable en general, no hizo justicia a su piano.
Pero lo mejor de la visita de Artemis a la capital llegó al final y de la mano de un combo rítmico imbatible, la baterista Allison Miller y la contrabajista Noriko Ueda. Ambas fueron quienes más despuntaron tanto en su faceta de compositoras (autoras de «Goddess of the Hunt» y «Step Forward» respectivamente) como en calidad de intérpretes –con el permiso de Anat Cohen–. Allison Miller es puro magnetismo, pura fuerza y pasión. Fue un completo espectáculo observar cómo desde una idea de la batería siempre melódica se manejó con absoluta naturalidad tanto con el swing más canónico y explosivo como con grooves de las músicas urbanas. Por su parte, Noriko Ueda cuando menos la igualó en actitud, en contundencia y en pegada exhibiendo una autoridad y una seguridad muy de la escuela de Ray Brown: con un sonido y un fraseo perfectamente definidos, limitando el vibrato a la mínima expresión y, aun así, resultando completamente certera en la digitación y precisa en todo el registro de su instrumento.
En un contexto que parece que se dirige por fin hacia lo pospandémico y ahora que el conjunto está girando por Europa y creciendo en popularidad, todo apunta a que Artemis está llamado a ocupar un lugar importante en la escena del jazz venidero –siempre y cuando las agendas personales de sus componentes lo permita–. Si como solistas ya hace tiempo que están consolidadas como verdaderos puntales de la interpretación, con Artemis han concebido un auténtico supergrupo. Cuando menos, el sexteto que el pasado viernes visitó Madrid nos dejó huella a muchos. Y lo hizo exclusivamente desde parámetros artísticos, porque Artemis es una formación diez (un numeral invariable, por cierto) que trasciende lo sociológico y que arrolla cualquier tipo de vaivén de la industria musical.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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