Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 09-I-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical, Liceo de Cámara XXI. Truls Mørk [violonchelo] y Håvard Gimse [piano]. Fantasiestücke, op. 73, de Robert Schumann; Sonata para violonchelo y piano nº 1 en mi menor, op. 38, de Johannes Brahms; Sonata para violonchelo y piano en re menor, L. 135, de Claude Debussy; y Sonata para violín y piano en la mayor [versión para violonchelo] de César Frank.
Hay ocasiones en las que uno se pregunta los pasos que se dan para la preparación de un programa para un concierto y, sinceramente, me gustaría saber qué pasó para que se cayese la Sonata en re menor de Shostakovich y fuera sustituida por un Schumann que pasó sin pena ni gloria, ¿una cuestión de tiempos? ¿Una decisión personal del artista? Cualquiera sabe. Independientemente de las circunstancias quedó un programa con obras de estilos similares en cada una de las partes y en el recital al completo la oportunidad para Truls Mørk de desarrollar sus capacidades expresivas.
Es cierto que para destacar en la expresión, un buen artista debe dominar también la técnica. No dudo de que Mørk controle ambas a la perfección, pero me hubiera gustado ver más guiños a la segunda, ya que ninguna de las obras requería una excepcional virtuosidad –como sí lo hubiese requerido los vertiginosos Allegri de Shostakovich–, y quizás algo más de moderación en una expresividad que resultó desbordante en la sonata de Franck.
Las conversaciones entre piano y violonchelo funcionaron mejor en la segunda parte que en la primera. Mørk destacó por optar por un Johannes Brahms profundamente romántico sumamente expresivo, con fuerza y densidad tímbrica, lo que no acabó de casar con la opción el pianista Håvard Gimse, más ligero y brillante, especialmente en la articulación de las notas breves del fugado Allegro final en la que la versión de uno y otro no acabó de encajar.
Mejor estuvo la Sonata para violonchelo y piano en re menor de Claude Debussy. Después del descanso, Mørk ofreció un timbre más brillante –siempre dentro de los límites del sonido oscuro y repleto de armónicos característico del noruego– que funcionó mejor con un Gimse más centrado que se batió sin problemas con el papel de solista que el piano reclama en esta obra.
En cuanto a la versión para violonchelo de la Sonata para violín y piano en la mayor de César Franck, he de decir que, si merece la pena el cambio de instrumento, es, sin duda, por artistas como Truls Mørk. Cualquier otro violonchelista podría ser tentado con tratar de emular en exceso al violín despreciando las oportunidades que este arreglo ofrece al cello, por ejemplo, en los pasajes más graves del tercer movimiento, en el que el timbre oscuro del noruego resultó especialmente bello. Mørk hizo gala de su expresividad mediante el uso casi constante de vibratos, logrando desplegar toda una extensa gama de armónicos incluso sobre unas cuerdas al aire que resultaron especialmente bellas, en las que dejaba, literalmente, bailar al violonchelo despegando del diapasón la mano izquierda. Queda aparte la reflexión sobre si César Franck reclamaba realmente tal expresión. Como les he dicho al principio, yo opino que no, pero no me atrevería a criticar, no al menos de forma tajante, una decisión del artista que nos ofrece una nueva visión sobre una obra de un autor sobre el que siempre vale la pena volver a preguntarse sí, tal y como le correspondía por la época, fue o no un verdadero romántico.
Fotografía: Elvira Megías/CNDM.
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