Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 5-X-2020. Teatro de la Zarzuela. Celso Albelo, tenor y Juan Francisco Parra, piano. Canciones canarias y selección de números de zarzuela.
«Se elevan a categoría de lied», comentaba Celso Albelo del repertorio canario que nos ofreció el pasado lunes en el Teatro de la Zarzuela. ¿Querrá decir con eso que están al nivel de los mismísimos, Schubert, Brahms, Mahler y Strauss? Un poco pretencioso, tal vez, para unas piececitas a las que simplemente podríamos haber tildado de «canción», pues con lo que yo las encuentro profundamente ligadas es con la «canción romántica» española del siglo XIX que tan popular fue entre la alta burguesía de la naciente industria que se forjó al calor del reinado de Isabel II. Fíjense, que curioso, ¿no? Que coincide también temporalmente con el nacimiento de la Zarzuela moderna.
No es en absoluto una casualidad. Mientras en Alemania los músicos se encerraban en castillos propios de un reino de fantasía a componer alejados de cualquier influencia profana, buscando que les fuera revelado el Parnaso germánico, en España tomamos, por una vez, una buena decisión. Prueba de ello es que para finales de siglo, ya en tiempos de Alfonso XII, media Europa copiaba y reescribía esas canciones españolas.
¿Cuál fue esa decisión? Escribir para el público. ¿Qué tenía que dar un concierto para los jeques de la industria textil catalana? Pues una fantasía de Els Pirineus de Pedrell y una selección de obras de Clavé. ¿Que son armadores sevillanos? El Corpus Christi y El Puerto de Albéniz, obras de Manuel García y la «soleá» de La verbena de la Paloma. En fin, todo a gusto del cliente, que ya cobraba poco el músico como para no asegurarse el jornal.
Celso Albelo dio un concierto completamente en esta tónica. Desde el principio se consagró al público, rompiendo esa tercera pared y estableciendo diálogo, lo que ayudó a crear un ambiente distendido ideal para el repertorio que el tenor había escogido. Las canciones canarias que hinchieron de orgullo el nacionalismo de los numerosos isleños que asistieron al teatro, difícilmente se pueden comparar al lied alemán. Ni falta que hace, la verdad. Se adaptaban perfectamente a la voz de Albelo, lo que le permitió realizar en filigranas como atacar agudos en un pianissimo delicadísimo o recrearse en largas y melódicas frases gracias al excelente fiato de este tenor. Optó varias veces por finalizar las obras con un potente ataque el agudo, un recurso poco elegante, si me lo permiten, pero que fue muy del gusto del público al que emocionaron esos finales.
En cuanto a los higlihghts de zarzuela que nos ofreció, destacó una interpretación con varias licencias, a veces demasiadas, lo que hizo que «Yo no sé qué veo en Ana Mari» y «Por el humo se sabe», por ejemplo, tomaran un carácter un tanto artificial, es decir, que era imposible «trasladarse» a la escena. Juan Francisco Parra mostró, así mismo, un talento muy versátil, destacando tanto por sus delicados acompañamientos cómo por sus melodiosos tutti, haciendo cantar al piano especialmente en el arreglo del célebre bolero de Los diamantes de la corona.
Para finalizar, Celso Albelo llamó a un guitarrista, algo también muy popular en aquellos recitales del XIX y cantó unas cancioncillas más melosas en esta parte del recital. Especialmente emotiva fue la interpretación de la tercera y última propina: Pueblito, mi pueblo de Carlos Guastavino, en la que el tenor tuvo que parar al no poder contener las lágrimas.
En definitiva, fue un recital quizás más propio de otra época, sí, pero no obstante, su gran voz: potente, melódica y con un timbre vibrante y envolvente; y su carácter humilde y simpático nos permitieron durante algo más de una hora olvidarnos de toda esta situación, relajarnos y concentrarnos solamente en disfrutar, algo que, a más de uno, quizás nos hiciera falta.
Foto: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
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