El violonchelista y su grupo cerraron la primera edición de este nuevo festival madrileño dedicado a la música temprana con un esplendoroso recorrido por el autor que ha protagonizado su último registro discográfico, en el que fue probablemente el mejor de los conciertos ofrecidos en este «Silva de Sirenas».
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 11-X-2020. Ateneo de Madrid. I Festival Encuentro «Silva de Sirenas» [FESS Madrid]. Antonio Caldara y el violoncello. Obras de Antonio Caldara. La Ritirata: Josextu Obregón [violonchelo barroco], Daniel Zapico [tiorba], Daniel Oyarzabal [clave].
A pesar de la admiración que profesaron por Caldara tanto Telemann y Bach como Haydn, Mozart o Beethoven, y la profusa difusión de sus obras por el continente, su legado fue quedando eclipsado por las nuevas tendencias. Por fortuna, la musicología del siglo XX fue recuperando poco a poco su biografía y su obra, y los intérpretes comenzaron a grabar sus composiciones. Sin embargo, falta mucho camino todavía para apreciar su verdadera dimensión.
José Luis Obregón.
Hace unas cuantas semanas, cuando el verano daba un leve respiro y aumentaba la confianza de los ciudadanos, CODALARIO entrevistaba a Josetxu Obregón en referencia a su última grabación discográfica titulada Antonio Caldara and the cello. Selected instrumental and vocal works. Pues bien, hoy el violonchelista madrileño, uno de los máximos exponentes del movimiento historicista en nuestro país, se encargaba de cerrar, junto a su conjunto La Ritirata, el primer Festival Encuentro «Silva de Sirenas» [FESS Madrid], organizado por Delirivm Musica –con Juan Portilla y Beatriz Amezúa al frente, a los que cabe felicitar de nuevo por su gesta–, contando con el auspicio del Ateneo de Madrid y el apoyo de Cultura Comunidad de Madrid.
El programa, con algunos ajustes para adaptarse a la reducida plantilla, elimina las obras vocales y de carácter más orquestal de la reciente grabación dedicada al bueno de Antonio Caldara (1670-1736), centrándose por el contrario en las obras de marcada factura camerísticas, como sus sonatas o las Lezioni, comenzando por su Sinfonia a violoncello solo, cuyo manuscrito [EM.29] está conservado en la Estensische Musikaliensammlung, una colección musical albergada en la Österreichischen Nationalbibliothek vienesa, que en su origen había pertenecido a la familia Este y que antes que en la capital vienesa estuvo custodiada en la Biblioteca Estense de Modena. Esta obra para violonchelo y bajo continuo supuso una manera magnífica de comenzar el concierto, por dos cuestiones principales: primero, su calidad estrictamente musical, que ejemplifica a la perfección la capacidad y calidad compositiva del autor veneciano, pero también su dominio del instrumento, poniendo el foco sobre el Caldara violonchelista, algo que hasta este momento no se había de forma tan vehemente; segundo, marcar la calidad interpretativa por la que transitaría el concierto de inicio a fin, poniendo de relieve el magnífico estado de forma en el que lleva instalado el violonchelista madrileño Josetxu Obregón desde hace muchos años. Desde el ataque inicial al violonchelo en el Adagio, hasta la cadencia conclusiva del Presto, los cuatro movimientos de la obra fueron descritos musicalmente con la mayor destreza y refinamento que cabría esperar. Magnífica delicadeza de arco, afinación cuidada al extremo, sonido emitido con sumo mimo en cada nota y pasaje, un uso selectivo muy inteligente del bajo continuo, variando entre el clave de Daniel Oyarzabal y la tiorba de Daniel Zapico, ambos de enorme altura en su musicalidad y desarrollo del continuo. Magníficamente bien marcado el cambio de carácter al segundo movimiento [Allegro], interpretando la línea del chelo solista con ímpetu, pero sin caer en la brusquedad, un movimiento en el que se echó en falta algo más de presencia de la tiorba en el conjunto. Ejemplar la plasmación de los trinos en el Grave subsiguiente, movimiento corto que concluyó con una cadencia muy elegante para dar al movimiento conclusivo, delineado aquí con una flexibilidad de arco y una destreza de muchos quilates en la mano izquierda.
De Caldara se conservan un número importante de obras en las que su instrumento, el violonchelo, encuentra un protagonismo imperante: desde sinfonías hasta conciertos, pasando por pasajes obbligati en obras vocales de todo tipo, llegando hasta géneros instrumentales tan fundamentales en la época como la sonata. Del final de su vida [1735] se conservan sus Sedeci sonate a violoncello solo col basso continuo que dedicó al conde de Schönborn, Rudolf Franz Erwein, y que se han conservado en unos manuscritos autógrafos en la biblioteca de Schloss Wiesentheid, microfilmados actualmente y disponibles a través del Deutsches Musikgeschichtliches Archiv de Kassel. Son obras de calidad desigual, pero de las que –como destaca el propio Obregón– pueden extraerse al menos uno o dos movimientos muy interesantes en cada una de ellas. Así lo ha hecho en la grabación, al igual que en este concierto, en el que se interpretaron algunos movimientos sueltos, como el Largo de la Sonata XVI y el Allegro de la Sonata IX, que se interpretaron de manera consecutiva, así como el Adagio de la Sonata V, para finalizar el concierto con la Sonata III a violoncello solo col basso continuo. Los dos primeros movimientos fueron concebidos sobre una variedad del continuo importante, alternando y conjugando el clave y la tiorba en distintos pasajes para aportar colores y expresividad muy interesantes. De hecho, el comienzo de la Sonata XVI se inició con un acompañamiento íntimo y muy bello a cargo de Zapico y su tiorba. Por su parte, Obregón demostró cualidades muy interesantes aquí: el desarrollo de las notas largas con un vibrato muy bien escogido y elegante, su solvencia técnica en los momentos más exigentes y, sobre todo, un virtuosismo muy bien entendido, poniendo este siempre al servicio de la música y no a la inversa. Las articulaciones de la Sonata IX fueron plasmadas con exquisita claridad, haciendo gala de una afinación muy ajustada en el siempre complicado registro agudo del instrumento. El Adagio de la Sonata V, que presenta un lenguaje más avanzado estilísticamente –cercano a lo galante–, fue interpretado con leves problemas de afinación y un sonido un poco más tenso en el registro agudo, aunque no especialmente molesto, por otro lado.
Uno de los géneros más interesantes en el Caldara violonchelista, por lo curioso y poco habitual sobre los escenarios, son las Lezioni per il Violoncello con il suo Basso, esto es, unos ejercicios de claro corte pedagógico para perfeccionar el arte de tocar su instrumento. Se trata de ejercicios muy breves, probablemente concebidos para tocarse alumno y profesor juntos, pues algunos de ellos presentan dos líneas claramente escritas para tocarse a dos instrumentos, mientras otros presentan ya un bajo cifrado para ser desarrollado en el continuo. Se interpretaron las Lezioni n.os 6, 14 y 20 –en orden inverso–, además de un ejercicio más que no se había registrado en disco, correspondiente a las pp. 33-34 del manuscrito EM.69 de la biblioteca de Wien. Para el instrumento son obras que presentan momentos interesantes, algunos de ellos incluso de cierta belleza, y que en cualquier caso sorprenden por la calidad de su factura teniendo en cuenta la función para la que se crearon. Lo más interesante de la interpretación, al margen del propio Obregón, fue el planteamiento del acompañamiento para cada una de las obras: desde el sutil diálogo planteado entre el continuo y el solista en la n.º 20, pasando por el rasgueo de la tiorba en la n.º 14, el brillante y desarrollado sustento del clave en la Lezione sin número, hasta el sutil y exquisito tasto solo –término, originalmente dirigido a los instrumentos de tecla, que indica a estos que interpreten únicamente las notas más graves del acompañamiento, sin desarrollar los acordes– de la n.º 6, que fue interpretado por Zapico, en un bello diálogo entre este y Obregón, que fue ganando en sonoridad según avanzó la pieza y permitió a ambos mostrar un lucimiento de notable altura, especialmente en el paso de uno a otro del breve motivo de dos notas que supone el germen parte de la línea melódica.
Oyarzabal y Zapico tuvieron un par de momentos para su lucimiento más personal, especialmente primero, que tuve oportunidad de mostrar otra faceta de Caldara con la interpretación de tres breves fugas para clave, de una serie de obras en esta tipología de las que no se sabe mucho. Oyarzabal, que es uno de nuestros máximos exponentes en el instrumento, las interpretó con convicción, saber hacer y gran inteligencia, desarrollando una labor estructural muy interesante para darles mayor viveza. Son obras de escritura bastante severa, poco «académicas» en el tratamiento fugado del sujeto, con momentos delicados para las disonancias, pasajes imitativos bien planteados –especialmente en la fuga central de las tres–. En definitiva, un gran trabajo en lo narrativo y en el desarrollo de las líneas, mostrando otra faceta muy interesante del compositor veneciano. Junto a la tiorba interpretaron un arreglo –a cargo de los hermanos Zapico para el disco Opera Zapico– de la hermosa aria «Quella Clizia innamorata», de la ópera Il più bel nome, que tiene el honor de ser considerada la primera ópera italiana que se estrenó en territorio español, concretamente en la Barcelona de 1708.
Para concluir el concierto, con Obregón de nuevo es escena, se interpretó la totalidad de la Sonata III a violoncello solo col basso continuo, uno de los ejemplos en los que toda la sonata alcanza unas cotas compositivas de importancia. El Largo comenzó sobre unas notas graves de poderosa sonoridad en el instrumento de Obregón, que continuó su actuación llevando a cabo una brillante realización técnica sobre un pasaje complejo de acordes, afinados con sobrada pulcritud. El fraseo legato y un desarrollo muy elegante y sutil del clave completaron un movimiento inicial brillantemente descrito por el trio protagonista de la velada. Igualmente excepcional resultó la resolución del virtuosístico pasaje final del Allegro, al que siguió una lectura casi cristalina del hermoso Aria andante, en el que el chelo de Obregón mostró la exquisita resonancia que posee en el registro grave. Concluyó el recital con el Allegro assai perfilado en sus marcadas articulaciones rítmicas de forma clarividente, contrastando con lucidez estos pasajes con las secciones que exhiben un mayor legato, remarcado además por un continuo tan solvente como tímbricamente evocador. Sin duda, un magnífico fina para un concierto de relumbrón, de esos que no es habitual presenciar tan a menudo. Obregón posee una poco común combinación de exuberancia sonora con un marcado cariz expresivo, algo que no es muy habitual disfrutar entre quienes se dedican al violonchelo barroco y clásico-romántico. Si, además, se les suman dos brillantes continuistas, de entre lo mejor que puede encontrarse en el panorama español actual, el éxito está prácticamente asegurado. Un broche realmente dorado para una primera edición de FESS Madrid de luces y sombras, que sin embargo ha alzado el vuelo con extraña firmeza en un tiempo tan inusual como esperemos temporal. Al menos queda esperanza, pues la cultura se sigue mostrando segura y, a pesar de la debilidad que nuestros políticos le quieren atribuir permanentemente, en pleno uso de sus facultades. Que sea así por mucho tiempo...
Fotografías: Tempo Musicae.
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