Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 19-01-2020. Canadian Opera Company. Four Seasons Centre for the Performing Arts. Il barbiere di Seviglia, de Gioachino Rossini. Coproducción de Houston Grand Opera, Opéra National de Bordeaux y Opera Australia. Libreto: Cesare Zerbini. Dirección de orquesta: Speranza Scappucci. Dirección teatral: Joan Font. Codirección y coregrafía: Xavi Dorca. Escenografía y vestuario: Joan Guillén. Diseño de Luces: Albert Faura. Orquesta y Coro de Canadian Opera Company. Dirección del Coro: Sandra Horst. Vito Priante, barítono [Figaro, el barbero]; Santiago Ballerini, tenor [conde de Almaviva]; Emily D’Angelo, mezzosoprano [Rosina]; Renato Girolami, barítono [Don Bartolo]; Brandon Cedel, bajo [Don Basilio]; Joel Allison, bajo-barítono [Fiorello]; Simona Genga, mezzosoprano [Berta, gobernante de Rosina]; Vartan Gabrielian, bajo-barítono [oficial].
Es la primera vez, desde que atiendo las producciones de la Canadian Opera Company, que salgo del teatro realmente satisfecha: hasta me atrevo a decir que esta edición le hubiera gustado ¡al mismísimo Rossini!
Me había preguntado por qué la C.O.C. estuviera presentando nuevamente el Barbero sólo 5 años después de la anterior puesta en escena con Els Comediens, buena pero no entusiasmadora, sobre todo desde el punto de vista vocal. Todavía no tengo respuestas al respecto, pero después del estreno, ya ¡no importa tenerlas!
Este Barbero conserva de hecho el equipo artístico-técnico catalán [dirección, coreografía, vestuario, diseño de iluminación], el bosquejo general y los elementos escenográficos de 2015: la vivaz paleta de colores en objetos y vestuario; el ventanal al fondo con el arbolito, que cambian de luz y color según la atmósfera que se quiera crear; la enorme guitarra sobra la que el Conde de Almaviva se trepa para dar su serenata; el estilizado panorama vial al inicio del primer acto, una maqueta que gira luego sobre sí misma dando lugar al interior de casa de Don Bartolo, invariado hasta el final de la obra; el inmenso piano rosa de gran cola, utilizado de vez en vez como instrumento, como un altillo para que Figaro pueda por fin afeitar a Don Bartolo, come tarima de exhibición, y como mesa puesta para el festejo final; incluso la araña de la que se cuelga uno de los sirvientes-acróbatas, trabajosamente subida hasta el plafón para luego soltarla de repente, casi encima de los personajes reunidos sobre el piano (un detalle, éste de la lampara, que me parece totalmente desprovisto de utilidad o sentido escénicos, y me lo hubiera ahorrado sin problema).
La producción resulta sin embargo muy distinta a la de 2015, y es toda una cuestión de música y ritmo, a partir de una mejor coordinación de los movimientos en escena, con los personajes bailando de manera intencionalmente ridicula al son de las repeticiones musicales, que son parte integrante de la comicidad rossiniana.
Y, por sobre todo lo demás, una orquesta en forma radiante, galvanizada por la concertación de Speranza Scappucci; las óptimas voces de todos los intérpretes, muy buenos también desde el punto de vista teatral; la impecable pronunciación italiana (con la excepción muy notoria del bajo-barítono estadounidense Brandon Cedel, cuya voz es sin embargo muy buena): todo ha contribuido para que el espectáculo fuera un auténtico éxito.
Ha sido impactante la dirección de Scappucci, quien se presenta por primera vez en Toronto a pesar de una larga experiencia musical en los Estados Unidos: el público del Four Seasons Centre se enamoró al instante de ella, aplaudiendo con entusiasmo la excelente ejecución de la Ouverture a telón cerrado. «Imperiosa, cabellera leonada, la primera italiana en el podio de la Ópera de Viena» –la describía Leonetta Bentivoglio en 2016, cuando ya era un prodigio–, «...en el podio gasta un calzado ascético, negro y plano, indispensable para sobrevivir a las largas horas de pie sin reventar ante la orquesta que la juzga, le obedece y la sigue. Y [...] al final de la ópera, sube al escenario para disfrutar con los aplausos, por lo general muy vivos, trepada en unos zapatos rojos de tacón, a lo Jessica Rabbit. 'Es como un código mío', dice Speranza Scappucci con tono malicioso […] Speranza es una nube prerrafaelista de rizos claros, sumida alma y cuerpo en un oficio de hombre, ser el director de orquesta. Mas parece decidida a seguir siendo ella misma. Lo cual implica femenina, armoniosa y agraciadamente espléndida» (L. Bentivoglio, Musica Maestra! , del suplemento de La Repubblica, 8 febrero 2016). Asistenta de Riccardo Muti por ocho años, muestra la clara influencia del maestro en su estilo de concertación: su batuta y los dedos de su izquierda son tan expresivos que, de estarlos mirando y percibir su efecto sobre instrumentos y voces, pueden distraer de todo lo que ocurra en escena. Leyendo acerca de sus ejecuciones, y del programa de la Opéra Royal de Wallonie, de la que es desde hace dos temporadas director residente, dan ganas de escucharlas todas para descubrir a un Puccini, a un Donizetti, a un Bellini distintos a todos los que hemos escuchado, así como Toronto acaba de descubrir a un Rossini que no conocía, por cierto al más auténtico escuchado hasta la fecha, ese Barbero en el cual –escribe Roberto Mori en las notas para el Teatro La Fenice en 2019– «la excepcional frescura de todas las arias (incluso las de los comprimarios), el ritmo incesante, la fluidez arrastradora de las piezas de conjunto, la ironía de los recitativos y la perfecta fusión entre escritura vocal y escritura orquestal, son expresión de una alegría suelta y liberadora».
La mezzosoprano italo-canadiense Emily D’Angelo [Rosina] –voz plena y fuerte y una presencia en escena desenvuelta y agradable– y el barítono italiano Vito Priante [Figaro] –voz segura y pastosa, óptima ironía en la actuación– se llevan la palma en esta producción. También el barítono Renato Girolamo [Don Bartolo], el único que «repite» de la edición de 2015, parece haber dado el salto, interpretando su papel con fuerza y certeza vocal. En cuanto al Conde de Almaviva, a menudo el anillo débil en esta obra rossiniana, el tenor ítalo-argentino Santiago Ballerini, de buena voz y buen comediante, ha mostrado por momentos cierto titubeo, pero por lo general se desempeña muy bien, a pesar de no tener un pleno physique du rôle. El bajo-barítono canadiense Joel Allison [Fiorello] por lo pronto sigue enfrentando papeles de comprimario, así como la mezzosoprano ítalo-canadiense Simona Genga [la gobernante Berta], pero sus voces y sus buenas cualidades teatrales pueden abrirles campo para roles más importantes.
Un hermoso principio de año para la música lírica en Toronto, en una temporada que puede parecer a primera vista demasiado heterogénea para detectar en ella un hilo conductor definido.
Fotografías: Michael Cooper/COC.
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