Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 26-II-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Cinco piezas para cuarteto de cuerda, de Erwin Schulhoff; Canciones de cabaret yidis, de Leonid Desyatnikov; Cuarteto de cuerda n.º 2, Op. 26, de Erich-Wolfgang Korngold. Jerusalem Quartet; Hila Baggio, soprano.
Gran concierto el llevado a cabo por el Cuarteto de Jerusalén el pasado martes en el Auditorio Nacional mostrándonos una música que nos permitió viajar en el tiempo y en el espacio. En un programa cuidadosamente seleccionado, los músicos nos permitieron conocer en poco más de una hora los fascinantes sonidos del centro de Europa en el período de entreguerras.
Los años 20 y 30 europeos miran mucho hacia América donde grandes potencias como Estados Unidos, Argentina o Brasil comenzaban a tener gran peso no sólo ya a nivel económico, sino también cultural, exportando sus ritmos más reconocibles tales como el jazz, el tango al Viejo Continente, donde fueron recibidos con los brazos abiertos.
París se convirtió en el gran foco cultural que reunió en sus cafés a artistas de todas las doctrinas y de todos los lugares del mundo. Aún hoy en día es difícil separar en el imaginario colectivo la colina de Montmartre del ambiente de cabaret y vaudeville que se extendió por toda Europa, evolucionando y adaptándose a los gustos de cada zona. Un mundo antaño inmenso comenzaba, gracias a los avances técnicos, a volverse cada vez más pequeño y, de esta forma, se dieron lugar obras como las Cinco piezas para cuarteto de cuerda de Erwin Schulhoff, el cual, siendo fiel a su época fue, por cierto, un reputado pianista de jazz.
El movimiento fue el rey, como no podría ser de otro modo en una pieza que no es sino una suite de danzas que incluye el tango, el vals o la tarantela completamente adaptadas al siglo XX. Schulhoff tiene la capacidad de permitirnos apreciar a la perfección los sonidos tradicionales del cuarteto de cuerda, desde el preciso bajo rítmico del violonchelo hasta las elegantes líneas de la viola. Los violines, se caracterizaron por su flexibilidad, haciendo que sacar los agudos que nos ofreció Alexander Pavlovsky pareciera algo sencillo. Pero el Cuarteto de Jerusalén destacó ante todo por su capacidad para sonar como un único instrumento en cuanto a matices se refiere.
En el mundo de este compositor checo, anterior a que su música en los años 30 se volcara en la causa comunista, se inspira el compositor minimalista ruso Leonid Desyatnikov. Transcribe antiguas melodías judías con una soberbia instrumentación para crear las Cancionet de cabaret yidis. Esa mixtura entre lo popular y la vanguardia compositiva se pudo apreciar en los giros de la voz de Hila Baggio que demostrando un gran sentido estético supo incorporar un tono popular, incluso chabacano, sin ensombrecer las partes más líricas. Es más, diría que esa flexibilidad fue necesaria para transmitir la sonoridad del cabaret que el compositor pretende crear.
Por si fuera poco, los intérpretes nos ofrecieron una versión teatralizada de la obra lo que se debe agradecer pues a ellos se les complicó aún más la tarea de realizar un trabajo correcto, pero a nosotros nos hizo la velada mucho más amena. Un momento que me sorprendió y me gustaría resaltar fue el final del último movimiento ‒uno de los más difíciles para los músicos, por cierto, junto con el tercero‒ en el que los intérpretes se fueron marchando uno a uno, como en «los adioses» de Haydn, quedándose sólo el segundo violín con una tenue línea que finalmente descubrió Baggio, al levantarla, que no era sino el sonido de la aguja del tocadiscos una vez la música había terminado. Un pequeño detalle, pero que convierte la música y la interpretación en una obra indivisible.
Tras el descanso nos esperaba el Cuarteto n.º 2 de Erich-Wolfgang Korngold, una pieza más seria que, personalmente, no hubiera dejado para el final. Pero nos permitió apreciar las cualidades del Cuarteto de Jerusalén: Tras un primer movimiento con poco que destacar y que estuvo un tanto pesado, vino un Intermezzo brillante en el que destacó el hermoso timbre de la viola de Ori Kam. El Larghetto, sin embargo, nos descubrió un nuevo mundo. La melodía de los violines en este movimiento evocó el plano de lo onírico en el que la tonalidad se desdibuja.
Una gran ovación y una propina en cada parte del concierto pusieron el broche a este concierto. Para la primera mitad una animada canción yidis y para la segunda el Allegretto-pizzicato del cuarto cuarteto de Bela Bartók que fue un estupendo final para terminar con esta mirada a ese mundo pasado, tan añorado por Stefan Zweig en su autobiografía, anterior a que el odio consumiera nuestra querida Europa.
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
Compartir