Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 30-X-2020. Teatro Monumental. Bajo el epígrafe de «Revoluciones Musicales». Concierto B/4. Obras Robert Schumann (1810-1856): Sinfonía n.º 1 en si bemol mayor, op. 38, «Primavera» y Sinfonía n.º 2 en do mayor, op. 61. Orquesta Sinfónica de RTVE. Guillermo García Calvo, director.
Ya hemos comentado en más de una ocasión que a los críticos nos encantan los intercambios entre los maestros que son titulares de orquestas y las otras distintas sedes de orquestas españolas; es decir, poder ver en acción a tal o cuál director fuera de lo que es su titularidad habitual dirigiendo a otra orquesta (…Por cierto, ¿para cuándo que David Afkham dirija otras orquestas españolas…?). La velada que nos ocupa tuvo este ingrediente, que subrayamos es de nuestro gusto, con el maestro madrileño Guillermo García Calvo (1978), que ostenta el cargo en España de Director Artístico del Teatro de la Zarzuela y el de ‘Generalmusikdirektor’ del Theater Chemnitz, y que además tiene experiencias y afianzadas conexiones con orquestas centroeuropeas como la Deutsche Oper Berlin y la Wiener Staatsoper. Nada mejor que este hecho como pista para comprobar la gran afinidad de este maestro con este difícil repertorio, que es uno de los ejes temáticos de la temporada 2020-2021, y que repartirá las cuatro sinfonías del genio alemán -nacido en Zwickau-, con el titular de la OSRTVE, Pablo González.
Para interpretar correctamente al Schumann sinfonista creemos que es conveniente separarlo -incluso desde el plano estilístico- del Schumann que fue primero pianista, compositor pianístico y de Lieder, escritor de ensayos y poemas, y hasta crítico musical (aunque siempre firmaba con seudónimo), ya que su destino como sinfonista en realidad fue inducido en gran parte por Clara (Wieck) Schumann, a fin de conseguir que el gran músico que ya era Schumann, se afianzara como un gran compositor de su tiempo. Y es por ello por lo que desemboca, siguiendo su propio camino, como sinfonista, un tanto alejado de lo heredado por Beethoven o Schubert, además de verse influido en mayor proporción, por una vida «sufrida» a la manera romántica, en una continua lucha entre la dicotomía de la belleza terrena del amor romántico y su atormentante e intermitente locura, que dotó a su música sinfónica -ya en sus últimos años de vida- de muchos menos corsés expresivos y formales que los de sus antecesores.
García Calvo hizo una lectura -tanto de entendimiento como de ejecución- muy técnica y expresiva -al igual que transparente y delicada- de ambas sinfonías, volcándose de forma arrojada y constante sobre el atril -aun sin batuta-, a fin de comunicar todos los vericuetos lírico-expresivos de ambas obras -que son innumerables-, a una orquesta que fue capaz, a medias, de seguirle en esa actitud. Cierto es, que no tenemos en cuenta el hecho de la frialdad inherente a tener plagado el escenario de metacrilatos transparentes, a modo de parapetos, que queramos o no, distancian la calidez entre las secciones y el propio director, unido a que ahora la orquesta ha ‘tecnologizado’ sus atriles y ‘lucen’ todos electrónicos.
Como estamos comentando, el gesto del maestro -que dirigió casi todo el tiempo con las manos abiertas, y se nos antojó como una benéfica «imposición de manos»- no siempre fue correspondido por la OSRTVE. García Calvo siempre dejó fluir la música en las partes más líricas -con ‘tempi’ muy justos, sin abandonos o rubatos-, y fue muy riguroso en los ‘staccati’. En el primer movimiento de la Sinfonía “Primavera”, en la parte del ‘Allegro’, se echó en falta cierto carácter en la intensidad de los violines primeros. En el segundo movimiento, la corta intervención del cuarteto de contrabajos se nos antojó un tanto desangelada y fría. En el tercer movimiento, costó que la orquesta respondiera a las indicaciones del maestro, de modo que el carácter más activo pretendido resultó un tanto desdibujado. Nos gustó muchísimo el cuarto movimiento, expuesto de forma muy ágil, con metrónomo calibrado y con una sonoridad -cuando debía ser contenida- de exquisita «caja de música». En esta primera sinfonía lucieron espléndidamente, como sección y como solistas, tanto los metales como los viento-metales, así como la ejecución del solista de timbal, dando ajustadamente todos ellos ese carácter de paradisíaca primavera a esta sinfonía.
La Sinfonía número 2, estrenada -al igual que la primera- por Mendelsshon, es muy diferente a la primera sinfonía y mucho más alejada del optimismo. Aunque Schumann utilizó el arquetipo clasicista, en esta segunda sinfonía emplea con profusión lo que los musicólogos han denominado como «interrelaciones temáticas», que ayudan a la unidad del discurso, con la flexibilidad de poder trasplantarse temas de unos movimientos a otros. También se hace notar en esta sinfonía una estructura autocontenida por movimiento, de modo que en cada uno de ellos nos parece estar escuchando una ‘obertura’, en la que aparece material que se reaprovecha de forma conexa. En todo caso, es la sinfonía que muestra claramente el declive mental del autor y su «lucha» vital, al modo romántico, que se ha comentado al principio.
Tanto en el primer como en el segundo movimientos detectamos cierta falta de empatía entre lo que García Calvo marcaba y la respuesta de la orquesta, no atendiendo exactamente a la vehemencia necesaria o a la suavidad, cuando fue preciso aplicarla. Bastante mejor la sección de violines, aunque no supieron responder con prontitud al ‘accelerando’ marcado por el maestro hacia el final del segundo movimiento. En el tercer movimiento, ‘Adagio espressivo’, hipnótico y preciosista, resultó menos sutil que lo esperado, debido a la demasiada sonoridad puesta en juego. Muy logrados los empastes de violines en la tesitura aguda, aunque no se mostró la debida delicadeza en el terceto de violines (primeros y segundos) con violas. Correcto el cuarto movimiento, con el ‘pero’ de que volvimos a encontrar cierta inercia resistiva por parte de la orquesta a la hora de entrar en una atmósfera de contrastes, en línea con el primer movimiento, aunque fueran marcados por la mano de García Calvo.
Para terminar, asistimos a unas muy buenas versiones de ambas sinfonías por parte del maestro García Calvo, firmadas con gran talla técnico-interpretativa. Es verdad que la orquesta pudo haber conectado más con lo que el maestro quiso transmitir, pero hay días en que las cosas no salen totalmente redondas. Una pena. El público -un poco mermado en asistencia- premió a los intérpretes con varios minutos de aplausos, haciendo que el maestro tuviera que salir a saludar en, al menos, cuatro ocasiones. Deseamos volver a disfrutar del maestro Guillermo García Calvo, en el repertorio sinfónico, cuya realidad interpretativa de alto nivel artístico es incontestable. Entre tanto, se le podrá disfrutar en noviembre en el Teatro de la Zarzuela con La del manojo de rosas, de Sorozábal y en diciembre en la Opéra National de Paris, Opéra Bastille, con el ballet La Bayadère, del austriaco Ludwig Minkus.
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