Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 06-X-2020. Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI [Centro Nacional de Difusión Musical]. Trío para piano n.º 4 en mi menor, «Dumky», op. 90, de Antonín Dvořák; Álbum, de Josep Planells Schiaffino; Trío para piano n.º 1 en re menor, op. 49, de Felix Mendelssohn. Trío VibrArt [Miguel Colom, violín; Fernando Arias, violonchelo; Juan Pérez Floristán, piano].
El violonchelo, interpretado por Fernando Arias, copó mi atención desde el comienzo, no les voy a engañar y estoy seguro de que sus compañeros me lo permiten. Arias supo aprovechar la potencia de su instrumento para erguirse como líder del trío cuando así se le permitía. Atacó con fuerza y seguridad los primeros compases del Lento maestoso creando una gran tensión que se vaporizó al instante al llegar el Allegro quasi doppio movimiento que marca el inicio de la «danza». Aquí ya cogió el testigo el pianista Juan Pérez Floristán. El contraste fue total. De una tensión plena, pasional y profunda a la completa despreocupación, representada en la agilidad del acompañamiento del piano junto con las síncopas del violín.
Otro momento similar se da en el segundo movimiento en el que de nuevo pasamos de un tranquilo Poco Adagio a un Vivace non troppo. En este caso es el violín quien propone el tema. Miguel Colom atacó la melodía con seguridad, ligereza y precisión, subiendo con delicadeza hasta la fuerte entrada del piano con el tema con el que Pérez Floristán llenó la sala de cámara con sus sonoras armonías, lo que fue un fuerte contraste con el momento inmediatamente posterior: la cadenza del violonchelo. De nuevo Arias estuvo profundo, muy sonoro y extremadamente lírico, exprimiendo cada nota, sacándole todo su sentimiento y transmitiéndoselo a la sala. El foco pasa después, otra vez, al violín y el piano y el cello pasan a acompañar. En este caso, quedó clara la versatilidad de los integrantes del trío y especialmente la de Pérez Floristán que supo pasar del protagonismo al delicado acompañamiento con naturalidad, haciéndose notar solamente cuando así debía ser y ocultándose sin que el oyente, de no ser muy perspicaz, lo notase, lo que es toda una virtud en un músico.
En general el Trío VibrArt se caracterizó por la complicidad entre sus miembros: mirándose constantemente, marcándose las entradas e incluso respirando a un mismo tiempo, lo que, sin lugar a dudas, marcó la diferencia en el caso del «Dumky» en el que el protagonismo de los instrumentos está muy bien balanceado y está en continuo cambio.
En Dvorák también, pero fue principalmente en el trío de Mendelssohn donde pudimos apreciar el lirismo de Pérez Floristán al comienzo del Andante con moto tranquillo e, inmediatamente tras este, la perfecta fusión de timbres entre el violín y el violonchelo, con un protagonismo perfectamente balanceado y bien construidas desde los armónicos más graves, lo que provocó una sonoridad perfecta. Muy diferente a los dos últimos movimientos, concretamente en el Scherzo pudimos apreciar con notoriedad la agilidad y virtuosismo de Colom en constante diálogo con el piano.
Es curioso porque, fíjense ustedes, pareció que hubieran sido A. Dvořák y F. Mendelssohn los que habían estado trabajando y mensajeándose con los miembros del Trío Vibrart, en lugar de Josep Planells Schiaffino. Mientras que los decimonónicos supieron aprovechar las brillantes capacidades de la formación que he ido detallando a lo largo de la crítica (ya ven que no son pocas, precisamente), sentí que Álbum era otro trío contemporáneo más. Se podrían destacar algunas partes más violentas y rítmicas, los contrastes... Pero no cuenta con nada que se quede grabado en el oyente, en definitiva, que lo haga digno de ser recordado. El sentimiento general que provocó fue el de indiferencia y, francamente, me sentí decepcionado y con la sensación que lo mismo que la estrenó el Trío VibrArt, podría haberlo estrenado cualquier otra formación y hubiera sonado prácticamente igual.
Me permito recomendarle a Planells Schiaffino que trabaje más junto al Trío VibrArt, que saque del repertorio en el que más destaquen los fragmentos más notorios y que trabaje con ello. Que ponga el orden, la forma, al servicio del arte y del oyente, lo apolíneo subyugado a lo dionisíaco, y no al revés. Porque hay mucho que aprovechar de esta formación que, si uno escucha a ciegas, cuesta creerse que sobre el escenario sólo haya tres hombres.
Fotografía: Elvira Megías/CNDM.
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