Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 6-II-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de cámara XXI]. Cuarteto Dalia y Seong-Jin Cho, piano. Sonata para piano en si menor, Op. 1 de Alban Berg; Cuarteto de cuerda de Witold Lutosławski; Concierto para piano nº 1 en mi menor, Op. 11 [versión para quinteto y piano] de Fryderyk Chopin.
Fíjense ustedes que el buen músico parece que debe dominar dos habilidades que, a simple vista pudieran parecer opuestas: la técnica de tocar un instrumento y la musicalidad. Ambas pueden ser enseñadas, aunque en el caso de la segunda sea un tanto más difícil, pues requiere, más que practicar, escuchar y sentir.
Escuchar es especialmente importante cuando se toca en grupo. Witold Lutosławski tiene en su cuarteto todo tipo de texturas: de imitación, en la que el resto de instrumentos deben recoger los temas del violín tratando de que el cambio de timbre resulte natural al oyente. También hay momentos en los que Lutosławski nos evoca texturas corales con una fuerte presencia armónica en las que es preciso saber fusionarse o sobresalir, dependiendo del momento. Hay partes eléctricas, los pizzicati del segundo movimiento por ejemplo, en las que se genera una falsa sensación de caos, y digo falsa porque es un caos guiado por la composición. Todo esto lo dominó el Cuarteto Dalia en una interpretación de su Cuarteto de cuerda en la que solo faltó destacar un poco más las numerosas indicaciones de expresividad –con eccitazione, indiferente, flautando, etc.– que el compositor introduce en esta complicada pieza.
Con Alban Berg ocurre también que es difícil transmitir cuando una armonía tan extendida emborrona el sentido de la direccionalidad de la música, y sin embargo, Seong-Jin Cho supo encontrarle significado a través de una articulación rica tan fuerte y rítmica como delicada en otros momentos, permitiéndose incluso estirar el tempo para mostrar su increíble musicalidad.
Mayor fue el sentir con el Concierto para piano n.º 1 de Fryderyk Chopin y más numerosos los ejemplos de la musicalidad de la que hizo gala Seong-Jin Cho. El cuidado en cada nota en las delicadas melodías y escalas descendentes notablemente destacadas sobre el mar de armonías del primer movimiento, las pequeñas cesuras y licencias en el tiempo que llenaron de expresividad el Romance y una interpretación íntima incluso en el vibrante Rondo final fueron lo más brillante del joven pianista que ganó en 2015 el Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin. En el acompañamiento se echaron de menos los timbres de las maderas o la trompa, pero el Cuarteto Dalia supo hacer una buena labor de acompañamiento con unos graves de sonido pleno y oscuro y, aunque a Elena Rey le faltó mayor liderazgo para erguirse como una verdadera concertino de aquella orquesta en miniatura, hicieron un trabajo decente que nos permitió deleitarnos con la musicalidad o, dicho de otra forma, escuchar y sentir.
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
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