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Crítica: Brad Mehldau ofrece un recital a solo en el ciclo «Jazz en el Auditorio» del CNDM

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Autor: Juan Carlos Justiniano
10 de noviembre de 2020

Beatlemanía f

Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 05-XI-20. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Jazz en el Auditorio]. Brad Mehldau [piano].

   Brad Mehldau seguramente es el jazzista pop de su generación. Y lo es en todos los sentidos: en lo musical, por supuesto, pero también vendiendo discos, porque dispara el número de reproducciones y por haber alcanzado altísimas cotas de popularidad. Lo meritorio en el caso del pianista es que se ha convertido en una estrella de la música popular tomando el camino largo y tedioso, esto es, comenzando por convertirse primero «simplemente» en músico. Brad Mehldau no es ni mucho menos un producto de publicista o de conglomerado empresarial, sino un verdadero erudito del piano que a pesar de ello tiene un verdadero ejército de fans.

   Por ello descoloca que su visita a Madrid del pasado viernes tuviera lugar en una sala tan apretada como la de cámara del Auditorio Nacional. Es cierto que son tiempos raros, pero aun así sorprende porque todas las veces que el pianista ha visitado el espacio madrileño, tanto en trío como solo, lo ha hecho en la sala sinfónica.

   Casi nunca se acude a un concierto de jazz (entendamos aquí el término generosamente) conociendo previamente el repertorio. Y muchísimas veces se sale igual del mismo: sin saberlo. En este sentido, al menos para algunos fue una verdadera sorpresa que Brad Mehldau aprovechara prácticamente los noventa minutos de su comparecencia en el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] para expresar su profunda, incansable y ferviente beatlemanía (palabro que como neologismo recién incorporado en el diccionario académico ya se ve bien escribir así, en redonda). Beatlemanía denomina, en su única acepción, la «afición acusada por la música y la estética de los Beatles». Quizá lo segundo también –aunque no me consta– pero desde luego lo primero quedó demostrado ante el público madrileño. Y tanto como para que esa primera condición sea necesaria y suficiente para reconocer en el pianista a un verdadero ejemplo de beatlemaníaco.

   Quien siga aunque sea superficialmente la carrera de Mehldau conoce su debilidad por la banda de Liverpool, pero dedicar prácticamente la hora y media larga de concierto a ensayar al piano composiciones del universo Beatles fue de lo mejor que ocurrió el viernes. El pianista sobrevoló prácticamente toda la discografía de la banda, desde Please Please Me [Parlophone, 1963] hasta Abbey Road [Apple Records, 1969] y revisitó páginas de Lennon [«I Am the Walrus», «She Said, She Said»], McCartney [«Your Mother Should Know», «Maybe I’m Amazed», «Here There and Everywhere», «For No One»], de ambos [«I Saw Her Standing There», «Baby’s in Black»] e incluso de Harrison [«If I Needed Someone»].

   A nadie amarga un dulce, pero puestos a exigirle lo debido a un músico de la talla de Mehldau, hay que decir que el pianista hubiera firmado un concierto antológico poniendo un poco más de espíritu, un poco más de duende –signifique esto lo que signifique–. En el listado anterior no hay canción mala y es imposible censurar algo que tenga que ver con los Beatles, pero quizá estaríamos hablando de un concierto verdaderamente inolvidable si Mehldau se hubiera despegado un poquito más del texto para dejarse llevar por esa inspiración que él mismo invoca y que puntualmente, sería injusto negarlo, se produjo en su visita a Madrid.

   El estadounidense interrumpió momentáneamente su homenaje a los Beatles para presentar algunos números de una composición que le ha ocupado los últimos meses: Suite April 2020 [Nonesuch Records, 2020]. El título resulta tan transparente que huelga decir que su programa extramusical no es otro que la situación anímica que está marcando este 2020. Aunque posiblemente no sea la creación que mejor vaya a ser recordada de un pianista tan prolífico, la suite resulta interesante aunque sea como testimonio de que la historia de la música también aspira en ocasiones a integrarse en la historia general.

   A Brad Mehldau se le suele comparar con Bill Evans, Keith Jarrett, Fred Hersch, Esbjörn Svensson o incluso con Ahmad Jamal. Es innegable que en ellos hunde sus raíces musicales y pianísticas. Si bien, a esto habría que añadir que en lo sustantivo se puede decir que Mehldau posee una voz propia. Mehldau es un estilo en sí mismo, un pianista que además ha creado escuela y uno de los paradigmas para entender el estado del jazz (para bien o para mal) de los últimos veinte o treinta años. Esa voz precisamente estriba de nuevo en lo pop y en que su música se alimenta, sin ningún tipo de prejuicios, en todo tipo de tradiciones y registros.

   Lo de convertir en standards las canciones que más pegan o pegaron en la radio (incluyamos musicales y películas) no constituye algo original en la historia del género ni es genuino en el pianista estadounidense. Ahí están Brubeck, Evans o Coltrane, artistas precisamente recordados por ello de cara al gran público. De esta manera, su voz poética no depende tanto de la filosofía como de su actualización, que en su caso se produce a través de un lenguaje «externo» como el rock (volvamos a entender aquí el término con generosidad). De ahí proviene su recurrencia a determinados patrones y motivos rítmicos, su proceder compositivo a partir de ostinatos, vamps o power chords (feísimos anglicismos que no obstante tendrán que seguir siéndolo hasta que el uso, si acaso, los reemplace). Posteriormente todo ello se filtra a través de estéticas como el minimalismo o la música ambiental y se ejecuta con una técnica y un fraseo eminentemente académicos y propios del piano romántico. Un academicismo que censura, por cierto, los aplausos que, como en todo buen concierto, llegan a destiempo de vez en cuando…

   La beatlemanía, por tanto, no es un pasatiempo para Mehldau sino una poética, un concepto sobre el que construir un estilo. Ahora bien, la canción no agota, para nada, a un grandísimo pianista que como Mehldau también hace jazz. Y prueba de ello fueron algunos guiños a la más pura tradición releyendo clásicos como «Here’s That Rainy Day», dos títulos de Monk [«Pannonica» y «Bye-Ya»] y una escurridiza versión de un tema que no era ni de Parker ni de Coltrane ni de Miles: un tema que más bien era un poco de todos ellos y que bien podría llamarse «Confirmation», «Countdown», «Satellite», «26-2» o «Tune-Up». Mehldau interpretó de alguna manera todos ellos. Bueno, más bien un esquema armónico compartido y una manera concreta de abordar la armonía que ha pasado a la posteridad asociada a Coltrane. Es esa cosa que tiene el jazz, que como lenguaje musical convertido en tradición se autocita continuamente.

   Para despedirse, el pianista interpretó nada menos que cuatro bises donde (¡sorprendentemente!) hubo más Beatles [«Maxwell’s Silver Hammer», «Golden Slumbers»], un poquito David de Bowie [«Life on Mars»] y un pedazo de Neil Young [«Don’t Let It Bring You Down»]. La introversión es otro de los rasgos que definen a Mehldau, sin embargo, quién lo diría, se le vio cómodo dejándose querer mientras entraba y salía continuamente.

   Como hemos dicho, Brad Mehldau es mucho más que canción. Y de hecho hoy mismo puede ser un buen momento para escucharlo, por ejemplo, en otro reciente trabajo con el cuarteto de Joshua Redman y junto a Christian McBride y Brian Blade: RoundAgain [Nonesuch Records, 2020]. Es imposible que se atraganten los Beatles, pero no conviene olvidar que es en contextos como en este trabajo, cuando aparca su vertiente solista más pop, cuando sale el mejor Mehldau o al menos el que más gusta a los viejos aficionados al jazz. De aquí a mayo puede pasar de todo, pero si no se tuerce el calendario el pianista volverá precisamente en ese registro: en trío [con Larry Grenadier y Jeff Ballard, por supuesto]. Y además, esta vez sí, lo hará en la sala sinfónica.

Fotografía: bradmehldau.com.

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