Por Fabiana Sans | @fabianasans
Estella. 06-IX-2020. Iglesia de San Miguel. 51.º Semana de Música Antigua de Estella. In vino veritas. Obras de Alfonxo X «el Sabio», Fernando Soares de Quiñones, Guillaume du Fay, François Rabelais, anínimos y extractos de Roman de Fauvel, Codex Las Huelgas y Carmina Burana.
Bacche, bene venies gratus et optatus,
per quem noster animus fit letificatus.
Istud vinum, bonum vinum, vinum generosum,
reddit virum curialem, probum, animosum.
Tras largos meses de zozobra y con la cancelación de festivales como el FeMÀS, el panorama de la música antigua cada vez se ve más agravado. Por ello, hemos tomado con gran satisfacción que, contra viento y marea, se celebrase la 51.ª Semana de Música Antigua de Estella.
Organizado por la Fundación Baluarte y el Gobierno de Navarra, y dirigido por Raquel Andueza, este festival, que llega a su cincuenta y una edición, se alzó con una amplia programación que contó con veintiuna representaciones. Destacaron en la inauguración, la participación de los Campaneros de la Catedral de Pamplona y el espectáculo realizado por los Ministriles Hispalensis y el Club Academia da Espada de la Coruña, especializados, los segundos, en las artes marciales históricas de mediados del siglo XVI, el XVII y principio del XVIII en la Península Ibérica. A lo largo de la semana, dos conjuntos formaron parte la SMADE social y, finalmente, Manuel Horno y el grupo L’Apothéose convirtieron la iglesia de Santa Clara en un espacio de diálogo.
El resto de la programación estuvo conformada por conciertos que iban del Medioevo al Barroco, destacando, sobre todo, la apuesta casi total por los grupos españoles y la variedad de la misma, en la que se combinan grupos emergentes con otros más consolidados. La música medieval ocupó un lugar importante en la programación con la inclusión de tres destacadas agrupaciones del panorama nacional como son Musicantes, Tasto Solo y Artefactum.
Tras ciento ochenta y dos días de pausa obligada por la pandemia, el grupo sevillano compuesto por Álvaro Garrido, César Carazo, José Manuel Vaquero, Alberto Barea e Ignacio Gil retoman su actividad. Artefactum, creado en 1994, nace con la intención de «recuperar y difundir el repertorio musical de la Edad Media». Esto, que hoy en día nos podría sonar a tópico, ha sido la piedra angular para mantenerse activos durante veintiséis años en el panorama musical nacional e internacional.
Con un programa dedicado a la importancia del vino para la cultura medieval, Artefactum brilló en Estella. In vino veritas reúne un variado repertorio en torno a este embriagador caldo, compuesto por piezas desde el siglo XIII hasta el siglo XV de muy diferente naturaleza: desde Cantigas de Santa María al Códice de las Huelgas; de canciones de trovador al Roman de Fauvel; de repertorio tradicional a Guillaume Dufay. El desarrollo del concierto estuvo articulado en seis secciones.
Avanzando hacia el escenario como si de una procesión se tratara, iniciaron su programa con el Preámbulo, donde pudimos escuchar la Estampida en mai la rousse y ungaresca. En un ambiente alegre y festivo, el la agrupación rápidamente nos hizo olvidar que estábamos en la grandiosa Iglesia de San Miguel y nos introdujeron en su taberna medieval. Continuaron con la misma energía en la siguiente sección: Vino en las cantigas, interpretando tres de ellas, donde se destacó especialmente a Alberto Barea, con una voz natural y muy apta para este tipo de repertorio. La gestualidad de Barea, su impecable pronunciación y su gran expresividad, permitió a los asistentes seguir con facilidad las historias que se iban relatando. Pero, sin duda alguna, uno de los momentos más lucidos de todo el concierto, tanto para Barea como para el resto de la agrupación, fueron las siguientes secciones: Visión trovadoresca, con la interpretación de «Ai amor de pero cantone» del trovador Fernando Soares de Quiñones y «Vino y clero», con el tropo «Divinum misterium» del Códice de las Huelgas, en la que el conjunto demuestra que son capaces de abarcar otra parte del repertorio con la rigurosidad musical que éste necesita.
En la segunda parte del concierto, la «fiesta» no se hizo esperar. El camino a la taberna y su llegada fue escenificada por el conjunto con algunas copas de vino, las cada vez más jocosas intervenciones de José Manuel Vaquero y la invitación al público a cantar el estribillo en «Bon vin je ne pluis laisser» de François Rabelais. En la sección final, ya En la taberna con «Quand je bois du vin claret» [anónimo], «Alte clamat epicurus» [Carmina Burana] y especialmente con su «Vinum bonum», del mismo códice, los músicos hicieron gala de sus instrumentos pero fue Álvaro Garrido con su percusión quien puso el broche de oro para un final embriagado.
Una zanfoña, un organetto, penderos, flautas, una gaita, orlo y fídula fueron solo una parte de los instrumentos que fueron utilizando los integrantes de Artefactum. Curiosamente, esta agrupación no se caracteriza por hacerse ver como «históricamente informada», ni maneja esta idea en la preparación de su repertorio, aunque esto no los separa de sus amplios conocimientos en esta etapa de la música. Su idea, es llegar al público e involucrarlos desde la potente expresividad de cada una de las piezas. Su ejecución no destaca por ser especialmente pulcra, tampoco erudita, aunque tampoco es el fin de este repertorio. Cantan con más energía que maestría, pero a través de la búsqueda de sonoridades y expresiones consiguen entablar un impecable diálogo tanto entre los componentes como con el público.
Conjuntos como Artefactum demuestran que es perfectamente posible hacer las cosas correctas, sin pretensiones pero con respeto y conocimientos, dejando una estela imborrable por donde pasan.
Fotografía: Facebook Artefactum.
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