Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. 27-XI-2019. Auditorio Nacional. Ibermúsica. Concierto para violín, Op. 15, de Benjamin Britten; Sinfonía nº 5, de Gustav Mahler. Vilde Frang [violín], London Philharmonic Orchestra, Valdimir Jurowski [dirección].
Nueva visita a la temporada de Ibermúsica de Vladamir Jurowski y la Filarmónica de Londres, con dos programas de gran interés. Lamentablemente, son pocas las ocasiones que tenemos de ver en directo el Concierto para violín de Benjamin Britten, por lo que la ocasión la pintaban calva. La solista anunciada, Arabella Steinbacher, se cayó del cartel debido a su próxima maternidad, y fue reemplazada por la noruega Vilde Frang, de quien no guardaba un buen recuerdo tras su deficiente Bartók de la pasada temporada.
La «vanguardia oficial» posterior a la II Guerra Mundial nunca consideró a Britten «uno de los suyos». Sin embargo nunca pudieron ocultar que el británico fue un habitual de los programas de la ISCM [Sociedad Internacional de Música Contemporánea] desde muy pronto. En la edición de Florencia, cuando solo tenía 21 años, se interpreta Phantasy, Op. 2, su cuarteto para oboe, violín, viola y violonchelo, y entra en contacto con el violinista tarraconense Antonio Brosa, profesor en el Royal College of Music. Toca con él su Suite para violín y piano en la edición de 1936 en Barcelona, y la relación se afianza cuando poco después, empieza a componerle su Concierto para violín. Meses antes del comienzo de la II Guerra Mundial, Britten se «autoexilia» en los Estados Unidos, y gracias al éxito que cosecha la interpretación de sus Variaciones sobre un tema de Frank Bridge por la Orquesta Filarmónica de Nueva York en uno de los conciertos veraniegos en el Lewisohn Stadium del City College of New York, la orquesta le encarga una obra para su temporada habitual en el Carnegie Hall. El 28 de marzo de 1940, Antonio Brosa y John Barbirolli estrenan el concierto que a pesar de su belleza no ha entrado nunca de lleno en el repertorio.
Cuerdas y percusión dieron a Vladimir Jurowski el tono de misterio con el que arranca la obra, y éste puso en suerte a la noruega, quien jugó sus cartas desde el principio. Su innegable gusto y su gran musicalidad brillan en este concierto mas que en el Primero de Bartók. El sonido sigue siendo pequeño y sin gran atractivo, pero el fraseo estuvo mucho mas conseguido. El Sr. Jurowski extrajo sonidos y colores de la orquesta de excelente tímbrica por lo que el precioso dialogo del segundo tema nos llevó en volandas hasta que el arpegio del arpa nos introdujo el enigmático tema de cinco notas con arpegios posteriores en pizzicato con el que la Frang continuó su andadura. Quizás faltó algo de elegancia y belleza, pero su discurso fue limpio y bien articulado. Más complejo fue el Vivace donde las intervenciones orquestales magníficamente moduladas por Jurowski –excelente el equilibrio conseguido en el crescendo previo a la cadena– tuvieron más enjundia que el pobre sonido de la solista, que aquí quedó mas en evidencia. Una cadenza bien entonada, pero de vuelo corto nos adentró en la Passacaglia final, donde vuelven a la palestra alguno de los temas anteriormente expuestos y donde se retoma ese carácter misterioso que no nos abandona hasta el final. De nuevo aquí brilló la exquisita musicalidad de la noruega y su apreciable dominio técnico, en una versión que en global fue bastante conservadora, de riesgos muy limitados, pero sin duda de mejor nivel que en su visita anterior.
En la segunda parte del programa nos adentramos en el universo mahleriano. Su Quinta Sinfonía, compuesta entre 1901 y 1902, está a caballo entre sus años Wunderhorn y sus obras finales, en una etapa del compositor marcado por su noviazgo y matrimonio –se casaron en marzo de 1902– con Alma Mahler.
Aunque interpreta con cierta regularidad varias de sus sinfonías –principalmente su Cuarta, en menor medida Segunda y Sexta, y a final de temporada hará la Novena– no es Vladimir Jurowski un director que asociemos inmediatamente con Gustav Mahler. Lo que a priori pudiera parecer un hándicap, se transformó, sin embargo, en una versión única marcada de manera clara por la impronta del moscovita. Reconozco que durante cerca de media hora estuve dándole vueltas a la cabeza: ¿me gusta?... ¿no me gusta?... Y es que lo propuesto por Jurowski no fue fácil de clasificar. Tuvo muchos de sus rasgos característicos –cuidado tímbrico excepcional, transparencia casi cristalina, con un rango dinámico amplio– y algunos que no lo son tanto. Los tempi fueron muy lentos en líneas generales –la versión rondó los 80 minutos– con lo que aumenta el riesgo de que «el edificio se caiga». Sin embargo, si eres capaz de mantener el discurso y la tensión te abre enormes posibilidades –descubrí notas que jamás había escuchado con otros directores–. Jurowski jugó con fuego en la Marcha fúnebre inicial, donde por momentos parecía que nos caíamos al abismo. Sin embargo, el moscovita regulaba y regulaba para que nunca decayera la tensión. El balance sonoro parecía caer del lado de los vientos, aunque frase a frase, las cuerdas –sobre todo violas y violonchelos– recuperaban terreno. Fue una marcha fúnebre que no dejó indiferente a nadie –a unos para bien, y a otros para mal–.
Menos radical fue el Stürmisch bewegt posterior, lleno de contrastes, de rutilante sonido y de gran rango dinámico. Orquesta y director brillaron sobre todo en la construcción de los crescendi, perfilados con pulso firme y con un control absoluto de las dinámicas. En el Scherzo, con un magistral ejercicio de transparencia y con unos valses que casi parecieron, Jurowski nos volvió a mostrar uno de esos detalles que tiene para aumentar los contrastes tímbricos. Con algo tan sencillo como mover al trompa solista a la parte derecha del escenario, junto a trombones y tuba, consiguió que los juegos entre las trompas destacaran aún más. Al Adagietto, bien fraseado y en exceso expresivo, le faltó algo de pasión. El conclusivo Finale fue arrebatador, de una tensión extrema. De nuevo el Sr. Jurowski volvió a arriesgar en una versión expresiva, viva e intensa, con un tempo mas lento del habitual. La orquesta, un guante en sus manos, mostró lo mejor de sí misma y respondió al reto con una ejecución que rayó la perfección. No fue una versión para todos los gustos, pero el moscovita tiene ese don que pocos poseen. Desprende tal personalidad y tanto convencimiento, que aunque su propuesta esté lejos de «tu versión ideal», te acaba llevando a su redil.
Fotografía: Rafa Martín/Ibermúsica.
Compartir