Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 11-XI-2019. Teatro de la Zarzuela, Notas del Ambigú. Cristina Faus, soprano y José Antonio Domené, arpa. María, de García a Malibrán. Obras de M. García, G. Rossini, N. Bocsha, V. Bellini y M. Malibran.
Aunque es de agradecer el intento de hacer un recorrido por la vida de María Malibrán a través de la música como excusa para sacar a relucir este repertorio, no hubiese hecho falta, pues el programa escogido, es una música sumamente grata para cualquier oyente, ya sea aprendiz o veterano. Sin embargo, el hilo conductor escogido nos permitió escuchar como preludio al concierto una interesante introducción a cargo de José Antonio Domené para que a aquellos a los que aún no lo hacía, les empezase a sonar el nombre de Manuel García, figura muy importante para la historia de la música de nuestro país y al que el Teatro de la Zarzuela ya le brindó otro programa el año pasado de la mano de Marina Monzó y Rubén Fernández Aguirre en el mismo espacio.
La intención era buena, pero cuando llegué al café del Ambigú –con el tiempo justo como siempre– y me senté en una de las sillas del fondo me vinieron tres preguntas a la cabeza: la primera, relacionada con mi asiento, ¿cómo pueden estas sillas ser tan incómodas? De verdad, créanme que si no llegan con tiempo para coger sitio en las primeras filas, las contracturas están aseguradas. La segunda pregunta –ahora ya sí me voy a la música, que imagino que es por lo que siguen leyendo– ¿por qué un arpa y no un piano? Y la tercera y última: ¿por qué una mezzosoprano como Cristina Faus es la encargada de hacer un homenaje a la Malibrán que era soprano lírica?
De estos tres interrogantes, desgraciadamente solo les puedo dar respuesta a uno: fue la propia Cristina Faus la que escogió interpretar su repertorio acompañada de un arpista. La verdad es que lo considero un acierto, pues es algo poco habitual y nos permitió conocer la figura de José Antonio Domené, desconocido al menos por mí hasta ayer y verdadero prodigio como instrumentista. Si bien le costó lidiar un poco más con las obras de García, seguramente debido a la transcripción para arpa, mostró verdadero virtuosismo tanto en «Se m’abbandoni» de Bocsha como en la Sonata para arpa de Rossini, en la que la escritura idiomática para el arpa le permitió interpretar con amplitud de matices y gran expresividad.
No tan acertada fue la elección del repertorio para la cantante. Aunque Cristina Faus tiene un amplio registro vocal que ha demostrado en numerosas ocasiones, su voz y especialmente su timbre siguen siendo de mezzosoprano. Si bien es cierto que otras mezzos como la Bartoli han interpretado en alguna que otra ocasión el «Yo que soy contrabandista», sigue sonando mejor con la voz de una soprano ligera, que es para la que está pensada y, si me permiten la recomendación, echen un vistazo a la versión de Teresa Barrientos en su disco Perlas españolas del XIX.
Pero Faus es una mezzosoprano, y no sé si por eso o también porque, como ella admitió, estaba en medio de un proceso gripal o incluso por falta de calentamiento de la voz, tanto en esta obra de García como en «Beltá crudele» de Rossini los agudos estuvieron muy justos, forzados con un timbre irregular, distinto al de su registro medio-agudo en el que no tuvo problemas como nos demostró con «Fortunilla» o «Assisa a piè d’un salice», mucho más cómodas para su voz, no sólo en cuanto a registro, sino también respecto a las capacidades vocales que demandan estas obras.
Con la voz ya calentada sonaron mucho mejor las arias de Bellini a pesar de ser para soprano, tanto «Dopo l’oscuro nembo» [de Adelson e Salvini] como «Ah, non credea mirarti» [de La sonnambula]. Faus supo contener la voz y realizar prodigios de ligereza en un registro agudo con tal naturalidad que por un momento me hizo dudar de la clasificación de las voces. Con «La bayadère» de Malibrán Faus acabó de ratificar su dominio del registro agudo de soprano.
Al margen de que hubiera preferido escuchar obras más acordes con su voz en las que destacaría más, es innegable que Faus se consagra una vez más como una cantante «todoterreno» con capacidades de sobra para interpretar repertorios de lo más variopintos y, ante todo, con expresividad que mantuvo hasta el final con una íntima y hermosa versión de la Nana de Manuel de Falla y con teatralidad que suponen un necesario complemento para interpretar un programa como el escogido, repleto de guiños a la ópera y la música escénica.
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