El conjunto español inaugura, con notable nivel, la 29.º edición del FIAS, centrando sus esfuerzos en la recuperación de nuestro patrimonio musical dieciochesco y acompañados por una María Espada en estado de gracia.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 07-III-2019. Iglesia de San Jerónimo el Real. XXIX Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid [FIAS]. Estruendos sonorosos mi afecto guiad. Música para la Real Capilla de Palacio (1743-1797). María Espada • Nereydas | Javier Ulises Illán.
Estruendos sonorosos mi afecto guiad y místicos coros conmigo imitad.
Francesco Corselli: Cantada segunda al Santísimo «¡Oh, qué pena!», 1749.
En este país nuestro llevamos siendo necios demasiado tiempo. Creo que ya es suficiente. Afortunadamente, son ya algunos los investigadores e intérpretes –respaldados en no muchos casos por los programadores– que se han plantado ante esta situación inadmisible que ningunea sin ningún tipo de pudor nuestro vasto y prodigioso patrimonio musical de los siglos XVII y XVIII. Conciertos como el que inauguró el XXIX Festival Internacional de Arte Sacro [FIAS], que programa la Comunidad de Madrid, con su asesor musical y director del festival a la cabeza, Pepe Mompeán, son un verdadero ejemplo de que otra manera de trabajar es posible. Porque sí, queridos lectores, cuando un grupo de musicólogos se une a unos intérpretes sensibles por nuestro patrimonio, y encima –rara avis– consiguen que un programador más sensible aún en este sentido –y especialmente responsable para con lo que supone manejar dinero público cuando se programa– les apoye, lo que se crea no puede menos que aplaudirse de mano, dejando a un lado las subsiguientes consideraciones de otro tipo que puedan hacerse.
Y es que, la figura de Francesco Corselli (1705-1778), nombre original italiano de este autor de ascendencia francesa [Courcelle], continúa aun siendo desconocido para el gran público. No son pocos los que han mostrado su asombro en las diversas RR.SS. ante la calidad de la música de un autor que admiten desconocer. Y eso, que no estamos hablando de un autor de segunda fila, sino de un maestro que ostentó, nada menos que durante cuatro décadas, probablemente los dos puestos más sustanciales a los que un músico podía aspirar en la capital madrileña: maestro de la Real Capilla y rector del real Colegio de los niños cantores, puesto a los que llegó en 1738, sucediendo al gran José de Torres. A Corselli se le deben, además, algunas novedades importantes dentro de la estructura de la Real Capilla, como fueron una nueva organización interna de la institución [1739] que tuvo como novedades la incorporación de la viola, el fagot y las trompas como instrumentos fijos de la orquesta; así como la organización del archivo de música de Palacio [1751]. Por si esto no fuera suficiente, el bueno de Corselli fue uno de los responsables de proveer de música el archivo musical de palacio que había que quedado desierto tras el terrible incendio del Real Alcázar, acaecido aquella funesta Nochebuena de 1734. Y, si es que en algún caso todo esto no fuese garantía suficiente, es que de lo poco que se ha rescatado de su música hasta el momento, resulta que es todo de una calidad superlativa.
Afortunadamente, ahí al lado, en el archivo musical del Palacio Real, duermen un total de circa 450 obras religiosas de Corselli, la mayor parte de las cuales están todavía por recuperar. Lamentablemente, apenas existe interés por ello –salvo honrosas excepciones, como la que nos ocupa, o las que llevan a cabo otros investigadores como Ars Hispana–. Por tanto, hay que agradecer este acercamiento llevado a cabo por Nereydas, con Javier Ulises Illán y Manuel Minguillón como máximos responsables, quienes escogieron un repertorio que posteriormente fue transcrito y editado para ser tocado por un equipo del Instituto Complutense de Ciencias Musicales [ICCMU], encabezado por Judith Ortega [dirección] y María Álvarez-Villamil [coordinación], que incluyó a los especialistas Joseba Berrocal y Luis López [obras de Lidón]. De las ocho obras incluidas en el programa, seis han sido recuperaciones para ser estrenadas «en tiempos modernos», y que tienen, además, el valor de haber sido interpretada en el lugar para el cual fueron concebidas, pues tras la destrucción del Real Alcázar, la Iglesia de San Jerónimo el Real ocupó como sede la vida celebrativa de la Real Capilla y sus oficiosos religiosos, para los que fue compuesta gran parte de la misma. Bajo el título –algo inexacto– de Estruendos sonorosos mi afecto guiad. Música para la Real Capilla de Palacio (1743-1797), dado que se quedan por el camino algunos de los maestros de capilla y otros grandes músicos que ocuparon plaza en la Real Capilla durante ese tiempo, se interpretaron un total de cinco obras firmadas por Corselli, comenzando por el maravilloso Concertino a quattro [1770], que es en realidad un ejemplo de cuarteto de cuerda de estilo galante y hermosa factura, que aquí se interpretó con toda la sección de cuerda, algo desequilibrada en cuanto al número de componentes de cada parte –hay que felicitar a la violista Isabel Juárez por su defensa brillante de su parte, especialmente en esta obra de notables exigencias, pero también a lo largo de todo el concierto–. Sus otras cuatro composiciones se dividieron entre el género de la cantada, la antífona mariana Salve Regina [1761] –magnífico y elegante puesta en música de este célebre texto latino, aquí en tres movimientos– y las lamentaciones de Semana Santa. Del género de la cantada, dos ejemplos, la breve Cantada para Navidad «Pastores que habitáis» [1743] y un estreno, la Cantada segunda al Santísimo «¡Oh, qué pena!» [1749], una maravilla muestra de dos preciosas arias a las que preceden los correspondientes recitativos, y cuya aria final –que requiere de una luminosa instrumentación con cuerda, oboes, trompas, clarín y continuo–, «Estruendos sonorosos mi afecto guiad», dio título a este programa. Por su parte, la Lamentación segunda del Jueves Santo [1747] está construida únicamente sobre la base del continuo y una espléndida línea de violoncello obbligato que Corselli compuso ex profeso para su colega Domenico Porretti (1709-1783), más talentoso como instrumentista que como compositor, de quien se añadió el programa –como guiño por alusiones– una Obertura [1763] de pocos alardes compositivos, aunque amable para el oído.
El resto del programa se conformó con dos obras de otro autor importante para la Real Capilla, el bejarano José Lidón (1748-1827), quien, tras ostentar diversos cargos en ciudades como Santiago de Compostela u Ourense, fue requerido por el propio Corselli, en 1768, para que se presentara a las oposiciones a organista de la Real Capilla, oposiciones que ganó para ocupar el puesto de cuarto organista de la Real Capilla. Ya en 1771 fue nombrado, tras ganar la oposición, maestro de estilo italiano del Colegio de los niños cantores, plaza que compaginó con la de organista, hasta que en 1788 por fin logra alcanzar la plaza de organista principal de la Real Capilla y, el mismo año, como vicemaestro de la propia institución; algunos años después [1805] lograría alzarze como maestro de capilla. Estamos, pues, ante otro de los grandes maestros de esa sede, por más que su música parece estar –estilos distintos a un lado– un escalón por debajo de la genialidad de Corselli. Si bien el Verso de octavo tono [c. 1780] no sirve como ejemplificativo de su talla como organista –interpretarlo en un órgano positivo tampoco ayuda, por más que Daniel Oyarzabal es un excelente intérprete–, su Lamentación primera del Miércoles Santo [1797] ya deja entrever visos de su calidad compositiva, de notable complejidad vocal y el uso de una paleta orquestal brillantemente trabajada, especialmente en el uso del color, que mira ya hacia una nueva perspectiva de la música sacra en la Real Capilla.
Música, casi toda ella, de primer nivel, que vino servida por la que es en la actualidad española de la música antigua una de las indiscutibles grandes voces del panorama, la soprano extremeña María Espada. Tras superar un pequeño bache vocal hace algunos años, Espada parece estar en una especie de segunda etapa de esplendor. Su voz sirve como un guante a este tipo de composiciones, en la que puede sacar a relucir un timbre de una belleza como pocas veces se puede escuchar, con una magnífica homogeneidad entre el registro agudo y el medio-grave, una proyección notable –aunque aquí fue en ciertos momentos algo tapada por el tutti–, una dicción muy bien trabajada que paladea el texto con mimo, pronunciando el latín a la italiana con limpidez y el español con excelente resultado. Su línea de canto es refinada y delicada, pero a la vez se presenta con firmeza y carnosidad, incluso en los pasajes más agudos, en los que los armónicos salen a relucir con espléndida luminosidad. Es severa cuando se necesita, realmente expresiva –sin resultar superficial– y dramática en ciertos pasajes, pero siempre con criterio. La coloratura, sin ser apabullante, rinden con lo necesario, y sus articulaciones y canto sul fiato son sólidos y fluyen con insultante facilidad.
El trabajo de Nereydas fue, en general, notable e interesante, con buenas interpolaciones solísticas en varias de sus secciones, desde el magnífico oboísta Rodrigo Gutiérrez –que dio una lección de belleza y elegancia en el aria «Ea afectos caminad» de Corselli–, hasta el violonchelista Guillermo Turina –que emuló al bueno de Porretti en la lamentación de Corselli, demostrando una vez más que está en un excepcional estado de forma, siendo hoy por hoy el chelista que todos requieren para sus formaciones historicistas, dada su musicalidad y dominio técnico, aunque aquí mostró ciertos problemas en algunos pasajes en el registro agudo–, pasando por los mencionados Juárez y Oyarzabal. La sección de continuo, superlativa en prácticamente todo momento, estuvo comandada por Turina y el incombustible Ismael Campanero [contrabajo] en la cuerda grave, a quienes ayudaron el siempre buen hacer –colorista e inteligente– de Manuel Minguillón en la cuerda pulsada –por más que el uso de estos instrumentos en la Real Capilla esté abierto a debate–, el propio Oyarzabal al clave y órgano –me reitero siempre en la calidad y solvencia tan descomunales del vitoriano–, así como en el aporte al fagot de Marta Calvo –magnífico desempeño, sin duda, con partes notablemente exigentes, que suplió con garantías y un equilibrado y pulido sonido–. Por su parte, el viento metal estuvo bien representado en las trompas de Miguel Olivares y Ferrán García –bastante afinados y ajustados en sus partes–, así como en la trompeta barroca Ricardo Casañ, que intervino únicamente en el aria «Estruendo sonorosos», con mejor resultado en la repetición como propina del aria que en su primera interpretación.
Debo lamentar, una vez más, el punto de inflexión que falta a la sección de violines de Nereydas para alcanzar la excelencia que considero pueden lograr y la que les situaría al nivel del resto de secciones, lo que sin duda daría el salto cualitativo definitivo que esta orquesta puede alcanzar para ocupar un puesto de importancia en el panorama. Mejor que en ocasiones precedentes, el lujo y trabajo de contar con un concertino del nivel del italiano Luca Giardini se hizo notar, aún se aprecia una falta de empaque sonoro, de sincronía, de equilibrio y especialmente de afinación entre sus miembros, que en varios pasajes se hizo muy notable. Es algo que resulta incomprensible, más siendo el propio Javier Ulises Illán intérprete de este instrumento. Por su parte, el director toledano mostró de nuevo sus facetas de líder, en un conjunto que sin duda está hecho a su imagen y semejanza. Se agradece ver a un director de verdad ante una orquesta ya de ciertas dimensiones, controlando, equilibrando, marcando detalles y exigiendo un trabajo de dinámicas interesante, por más que no siempre encontró una respuesta en la orquesta. Es apasionado, tanto por lo que hace como por el repertorio, lo que siempre es de agradecer. Considero a Nereydas un conjunto capaz de grandes cosas, porque tiene los mimbres para ello. Desde luego, este concierto inaugural creo que les ayudará a dar un paso más en esta carrera.
Si España fuese un país normal, la música de genios como José de Nebra y Corselli no sería una anomalía sobre los escenarios. En pleno 2019 un concierto como este supone un hito, cuando debería ser algo habitual. Cabe felicitar, por supuesto, a quienes han creído en ello, porque estos pasos son los que nos llevarán a que, quizá algún día, Nebra y Corselli sean tan habituales para el público como otros de los grandes maestros del Barroco europeo.
Fotografía: Noah Shaye.
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