Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 9-X-2019. Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI [Centro Nacional de Difusión Musical]. Isabelle Faust, violín; Anne-Katharina Schreiber, violín; Danusha Waskiewicz, viola; Kirstin von der Goltz, violonchelo; James Munro, contrabajo; Lorenzo Coppola, clarinete; Javier Zafra, fagot y Teunis van der Zwart, trompa. Seis bagatelas para cuarteto de cuerda, op. 9 de Anton Webern; Cuarteto de cuerda n.º 12, «Quartettsatz» y Octeto en fa mayor, de Franz Schubert.
Un crítico debe tener la conciencia tranquila porque, si no, se podría llegar a dar el caso en el que empezase a sospechar que el resto del mundo conspira contra él. En ocasiones, uno puede llegar a pensar que el programador le está poniendo una trampa o planteando un dilema irresoluble porque, de verdad, que por mucho que me estruje la cabeza ‒y sepan que es ése precisamente mi trabajo‒ no consigo encontrar ningún tipo de nexo entre las obras de Webern y Schubert presentadas en el concierto de inauguración del Liceo de Cámara XXI el pasado miércoles en el Auditorio Nacional. También me es difícil explicarles el motivo que llevó a repetir las bagatelas de Anton Webern antes y después del Quartettsatz, pero el caso es que sí sonaron diferentes, imagínense que hasta tuve que cerciorarme, preguntando a otros asistentes, si no habían cambiado papeles los violines o habían hecho algún otro tipo de modificación que pudiera haber pasado por alto. Pero no, la interpretación fue igual y aún así sonó diferente. Tal vez el cambio se produjo en el receptor, en el oído del propio oyente, ¿quién sabe? Así es la música, que por mucho que uno crea conocerla siempre le quedarán fenómenos que sea incapaz de explicar, o a lo mejor es que soy demasiado joven, juzguen ustedes mismos.
Exceptuando estos aproximadamente diez minutos de Webern, el resto de la velada estuvo centrada en un Franz Schubert clásico, así que olvídense por un momento del Winterreise y piensen más en sus primeras obras sinfónicas.
En primer lugar sonó el Quarterttsatz que, por su brevedad y comparado con el larguísimo Octeto, quedó en algo anecdótico. Sin embargo ya entonces pudimos escuchar la que iba a ser la tónica general de la velada: Isabelle Faust como líder indiscutible de la formación convirtió la melodía del violín en un estandarte que gracias al penetrante y brillante timbre muy propio del clasicismo que la intérprete le confirió, pudo guiar al resto de músicos entre las diferentes capas melódicas de estas obras de Schubert que, aunque por su estructura y su uso de matices y otros elementos de carácter y articulación son clásicas, empiezan a mostrar profundidad en la textura que darán lugar a los despliegues armónicos de los que el compositor vienés hará gala en sus últimas obras.
De este primer cuarteto me gustaría mencionar también el papel del violonchelo interpretado por Kristin von der Goltz, quien mantuvo una precisión asombrosamente mecánica para esta parte en la que el instrumento más grave se convierte en el motor que mueve todo el engranaje de la melodía. También destacó von der Goltz en el octeto, pero esta vez no solo por su precisión rítmica, sino también por su gran expresividad que pudo ser escuchada y también vista en sus constantes gestos de complicidad hacia sus compañeros y sus movimientos al compás de la música.
No fue lo único digno de ver. También resultó interesante para cualquier persona con interés en este periodo ver de cerca y escuchar las copias de instrumentos históricos con los que interpretaron el octeto. Pudimos así admirar la calidad de Teunis van der Zwart que supo con su trompa natural mostrar una amplia gama de matices y timbres que estoy seguro que incluso superan a los de una trompa actual. El fagot, Javier Zafra, también hizo un papel adecuado con un instrumento histórico que produce un timbre mucho más nasal y un sonido menos potente, pero que es adecuado para las melodías que Schubert decidió darle a este instrumento. Para acabar con los vientos faltaría mencionar el clarinete en su versión clásica y al que Lorenzo Coppola supo sacar toda la expresividad que la obra pedía.
En las cuerdas solo se echó de menos en muy pocas ocasiones algo más de cohesión entre las diferentes voces, no todos mostraron la misma complicidad que Von der Goltz, que le vamos a hacer. Sin embargo, sí nos dejaron un precioso Scherzo para el recuerdo en el que el grupo sonó como un único instrumento luciendo un amplio repertorio de matices y un carácter que permitió a quien más quien menos, transportarse por un momento a los galantes salones de la burguesía vienesa o, como propuso Coppola para la propina, que fue un arreglo para octeto de un minueto de Schubert, a un café vienés desde el cual, de fondo, se puede escuchar desde alegre música klezmer hasta el llanto desolado de una joven vienesa.
Fotografía: Elviara Megías/CNDM.
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