Por David Santana
Madrid. 28-III-2019. Teatros del Canal. XXIX Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid [FIAS]. Plutón. Ernesto Aurignac + Nonet.
Cualquier excusa es buena para acercarse a escuchar a Ernesto Aurignac, uno de los músicos españoles con más renombre en el mundo del jazz al cual asomarse supone un viaje sin retorno. ¿Y cómo justifico yo, que no soy crítico de jazz ni lo pretendo, el escribir sobre este género que camina entre lo clásico y popular? Pues no se crean que uno deba poner excusas muy descabelladas. Por suerte, a parte de un gran saxofonista, Aurignac es también un magnífico compositor que es capaz de reunir en una obra de ochenta minutos décadas de historia de la música aptas para todo tipo de público. Veamos en que consiste todo eso de Plutón, las hormigas y la «movida de los tamaños y las distancias» de la que habló el compositor antes de dar comienzo a su interpretación.
Empezaré hablando de minimalismo que estuvo presente en todo momento como base para varias de las piezas que formaban Plutón, células rítmico-melódicas que se repetían constantemente con un interés manifiesto por atomizar la música, creando bases sonoras sobre las que cualquier cosa podía ocurrir: desde pasajes virtuosísticos que recordaban al bebop que inspiró el «Cool» del West Side Story de Bernstein, hasta valses que se iban corrompiendo con disonancias para dar lugar a acordes que recuerdan al postromanticismo y al impresionismo, algo bastante común en los instrumentistas de jazz de la costa este de EEUU. Sé que para los que venimos de conservatorio esto puede resultar difícil de visualizar... o de sonorizar, así que vamos a probar de nuevo con un ejemplo más práctico:
Imagínense al jovencísimo flautista de la formación Pablo Valero repitiendo constantemente un motivo de cuatro notas, durante 5-6 minutos, sin respirar, o al menos sin que se note que lo hace, y que de repente entre el trombón Dani Anarte con un tema a base de notas largas y que además toca a unísono con el violín para crear un timbre peculiar, pero de repente el batería Juanma Nieto, superpone una línea rítmica nueva contrastante con todas las anteriores y sobre todo ello, virtuosismo jazzístico del saxofón de Aurignac, ¿acaso no es maravilloso? ¿Y si les digo que todo ello puedo derivar en cuestión de unos pocos minutos en una melodía «de marcha» que recuerde a las bandas de circo o de los institutos de secundaria de EEUU o, aún mejor, que nos acaba llevando a la dulzura de una melodía de Rythm & Blues? Parece increíble, ¿verdad? Uno acaba pensando que esto del jazz es mentira, que todo está escrito, pues los músicos, como en cualquier asociación camerística se miraban para sonar en conjunto y Aurignac se vio en la obligación de marcar de una forma un tanto exagerada algunas de las entradas con el fin de lograr la homogeneidad en una obra rítmicamente muy compleja.
En definitiva, una amalgama de sonoridades que causaba un disfrute inmenso a los oídos y que, de no ser por un final completamente jazzístico en el que saxofón, piano, guitarra, trombón y batería mostraron sus capacidades improvisatorias en esta despedida tan habitual de los conciertos de jazz, uno se podría haber creído tranquilamente en un concierto de música contemporánea, de hecho, tal vez estuviera en uno.
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