El conjunto escocés ofrece un recital más interesante en lo conceptual que en lo puramente interpretativo, para inaugurar un ciclo dedicado a las figuras que a finales del XIX y principios del XX miraron hacia atrás para revivir las músicas pretéritas.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 09-I-2019. Fundación Juan March. El origen de la «Early Music» [Ciclo de miércoles]. Obras de Henry Lawes, John Jenkins, Henry Purcell, Johann Kuhnau, Benedetto Marcello, Georg Friedrich Händel, Johann Sebastian Bach y Jean-Philippe Rameau. Dunedin Consort | John Butt.
[…] cuando vemos resucitar los instrumentos de museo; cuando los sentimos cobrar vida propia; alentar, no con los potentes alardes de sonoridad de los que fabrica la industria moderna, sino con la plácida tranquilidad, con la suave tinta esfumada y misteriosa de los que usaron Bach y Mozart, los Scarlattis y los Couperin, parece como si viviéramos con estos, como si sus figuras, recargadas hoy de vistosos colorines, fueran encajándose en su marco, en su vida, en su personalidad con suaves colores, sin pátina arcaica. No son ellos los que se modernizan para vivir con nosotros: somos nosotros los que nos anticuamos para vivir con ellos.
Cecilio de Roda [La Época, 4-XII-1905].
Sin duda, el movimiento historicista, esto es, la corriente interpretativa surgida a finales del XIX y que centró su interés filológico en la recuperación de los repertorios y sonoridades de la llamada música antigua [Early Music en inglés, Musique ancienne en francés o Alte Musik en alemán], es uno de los procesos performativos de mayor interés en el estudio de la interpretación musical a lo largo de la historia. Así lo ha entendido también la Fundación Juan March, que, como es habitual en su programación, ha imbricado una serie de cuatro conciertos con un contenido conceptual de importante poso que va más allá de la mera programación fundamentada en nombres y títulos. El origen de la «Early Music» es, pues, una visión hacia la esencia del movimiento historicista, hacia las figuras que fueron dándole forma a finales del siglo XIX e inicios del XX. Por supuesto, el nombre del francés Arnold Dolmetsch (1858-1940) no podía permanecer ajeno a este ciclo, siendo, como fue, el pionero entre los pioneros y el espejo en el que muchos se miraron cuando empezaron a rescatar estos repertorios pasados con criterios históricos. La manera en la que la Juan March ha concebido este ciclo quedó plasmada de forma clarificadora desde este concierto inicial, con una premisa evidente: recrear una serie de conciertos que fueron sustanciales en la recuperación de ciertos repertorios, calcándolos de manera exacta a cómo pudieron fueron en el momento de su realización –al menos conceptualmente–. El concierto aquí recreado tuvo lugar en el taller de los Dolmetsch –en su domicilio de la Keppel Street–, un 18 de febrero de 1896.
Dado que se conocen extremadamente bien los datos de dicho recital, como se aprecia en las magníficas notas al programa de Sonia Gonzalo –quien domina este tema–, incluso con la reproducción de parte del programa de mano original, con lo que es posible observar con claridad las obras interpretadas y quienes las llevaron a cabo, con el instrumentario concreto. Una mina de oro a la hora de poder llevar a cabo un recital como este, que ya fue interpretado un par de días antes por el propio Dunedin Consort en el Hunterian Museum de la Universtity of Glasgow, bajo el elocuente título de Beggining of the Revolution –la Juan March decidió titularlo Arnold Dolmetsch y los instrumentos antiguos (Londres, 1896)–. Un programa que conceptualmente es poco menos que un dislate, repleto de compositores sin apenas relación unos con otros y sin un hilo conductor lógico. Sin duda, dada la temprana fecha y el desconocimiento casi total de la mayor parte del repertorio que hoy día se interpreta, es necesario pasarle por alto al bueno de Dolmetsch este disparate. Música británica, alemana, italiana y francesa se fue desarrollando sin un orden aparentemente razonable, iniciándose, cierto es, con tres autores ingleses que sí guardan relación entre sí: Henry Lawes (1595-1662), John Jenkins (1592-1678) y Henry Purcell (1659-1695), a los que precedió una hermosa Pavan para dos violas y continuo –órgano según el programa original, aunque no se dispuso de un positivo para tal efecto, sino del clave–. De Lawes se interpretaron dos breves canciones, llevadas a cabo por la soprano Rachel Redmond –su única aparición en todo el recital–, con el acompañamiento de la tiorba de Alex McCartney –en el programa original es muy probable que Dolmetsch interpretara todo con un laúd barroco [se indica únicamente lute], dado que la tiorba no fue un instrumento introducido en las interpretaciones historicistas hasta años después–. Ni Redmond –con un timbre hermoso y una buena proyección, así como una cuidada dicción de su inglés natal, pero un vibrato excesivo y casi constante, que perturbó notablemente unas composiciones cuyas líneas han de ser diáfanas y a las que es recomendable importunar lo menos posible–, ni McCartney –con una pulsación solvente, aunque bastante inexpresiva–, fueron capaces de ofrecer versiones memorables de sendas piezas. De Jenkins, que es uno de los ejemplos más exquisitos en la música instrumental, especialmente para consort of viols, de la Inglaterra del XVII, se ofrecieron tres breves airs para dos violas [treble y bass], corformadas por unos hermosos Ayre, Corant y Saraband, que fueron interpretadas con notables problemas de afinación entre ambas violas [Jonathan Manson y Alison McGillivray] y un poco trabajado trabajo conjunto. Una lástima, porque se trata de composiciones verdaderamente hermosas y refinadas, que pueden brillar sobremanera si se llevan a cabo con una mayor atención a la filigrana y un trazo más fino por parte del intérprete.
John Butt acometió las siguientes dos obras a solo sobre el escenario, comenzando por la Suite para clave en Re mayor, Z 667, de Purcell, una obra maravillosa, de apabullante delicadeza en su factura –sobrecogedor el Prelude inicial–, que el clavecinista, director y profesor inglés interpretó con flema británica, sin alardes, pero con una notable inteligencia a la hora de asumir ese particular estilo de Purcell, tan de las islas, que conjuga muy bien el sabor francés con esa escritura propia. Acto seguido pasó a interpretar una maravillosa obra, la priera de las sonatas de las Musicalische Vorstellung einiger biblischer Historien [Leipzig, 1700] de Johann Kuhnau (1660-1722) un conjunto de seis sonatas para tecla de corte eminentemente programático –pueden ser probablemente las primeras de este tipo para tecla en la historia–, que se centran en seis episodios del Antiguo Testamento, añadiendo además una breve descripción al comienzo de cada sonata, así como limitados textos italianos previos a cada una de las secciones, con la intención de clarificar el contenido programático–. Sin duda, la sonata inicial narra «El combate entre David y Goliat» de manera muy descriptiva. Una visión de nuevo bastante distante la de Butt, técnicamente solvente –aunque sin impactar–, inteligentemente concebida en lo estructural, pero que añadió muy poco en el aspecto expresivo, en una obra en la que ese aporte –por su carácter intrínseco– podría haber tenido una acogida más intensa.
Lo mejor de la velada hasta el momento llegó con la figura de Bendetto Marcello (1686-1739), a través de su Sonata para violonchelo y continuo en Sol menor, cuarta sonata extraída de sus Sei s[u]onat[e] per violoncello e basso continuo [como Op. I en Amsterdam, 1732; como Op. II en London, 1732]. Se respeta aquí la decisión interpretativa de Hélène Dolmetsch, quien utilizó una viola da gamba y no un chelo barroco. Manson se encargó de la parte solística ofreciendo una lectura absolutamente deslumbrante, con una afinación y una pulcritud de sonido muy logrados. No fue una interpretación excesivamente apasionada, pero desde luego sí concebida con menor distancia que las del resto del programa, lo que le aportó una luminosidad y calidez muy efectivas. Fue acompañado, además, con ligereza e inteligencia por Butt y McCartney. Con un ejemplo de sonata en trío, formado por Georg Friedrich Händel (1658-1750), continuó este recorrido por algunos de las grandes figuras del Barroco europeo. De su magnífico catálogo camerístico se escogió la Sonata para violín y continuo en Mi mayor, HWV 373, catalogada como la n.º 12 de su Op. I, aunque Anthony Hicks y David Vickers dudan de su autoría y la catalogan como espuria. Se trata de una sonata en la línea de las sonate da chiesa del modelo corelliano, en cuatro movimientos alternos en tempo y carácter. El violinista Huw Daniel salió al escenario por primera vez para ofrecer una lectura sosegada, técnicamente brillante, de hermoso sonido, aunque de nuevo carente de toda expresividad.
Butt volvió a quedarse solo con el Preludio y fuga en Mi bemol mayor, BWV 876, extracto del segundo libro de Das wohltemperirte Clavier. El británico, que es un magnífico conocedor de la música bachiana –sin duda uno de los expertos de mayor renombre en los últimos años–, estuvo dubitativo por momentos, casi pasando por la música con una inexpresividad pasmosa, incluso ofreciendo algunos errores más notables de lo que cabría esperar para un teclista de su talla. En general, dio la sensación de que al programa le faltaba rodaje. Un solo concierto previo no exime a intérpretes de esta calidad de un nivel mucho menos excelso de lo que se les supone. El otro gran momento de la noche llegó con el quinto de los conciertos de las Pièces de clavecin en concerts [Paris, 1741], de Jean-Philippe Rameau (1683-1764), acogido aquí en su versión original para violín, viola da gamba y clave –aunque Rameau propone como opción alternativa, en su Avis aux concertans, la presencia de una flauta en lugar del violín y un segundo violín en lugar de la viola–. Son obras de carácter –como suelen decir los franceses–, con títulos descriptivos de personas o elementos, en este caso La Forqueray, La Cupis y La Marais. Música de una calidad superlativa, recreada aquí con solvencia, gran refinamiento, exquisitez y un delicado gusto para la ornamentación. Sin duda, la tríada Huw, Manson y Butt alcanzó las cotas más altas de la velada gracias a una música que deja entrever el genio rameauniano.
Como broche final, y agradeciendo los aplausos de los asistentes que llenaban el auditorio de la Fundación, se interpretó la maravillosa aria «Fairest Isle», de la semiópera King Arthur, de Purcell, adaptando el orgánico de la velada para ofrecer una pieza de cierre más elocuente que efectiva. Sin duda, un concierto muy esperado –a pesar de su probada calidad, Dunedin Consort no se prodiga apenas por los escenarios españoles– que, aunque en formato pequeño, presagiaba grandes momentos. Sin embargo, parece que habrá que esperar para disfrutar del conjunto escocés en plena forma, quizá con un repertorio más cercano a sus intereses habituales. No obstante, cabe felicitar a la Juan March y su departamento de música –encabezado por Miguel Ángel Marín–, por ofrecer siempre un giro de tuerca a las programaciones y por acercar a este conjunto al público madrileño. Sin duda, el historicismo y aquellos que en su momento optaron por romper los moldes de la tradición heredada, bien merecen este homenaje.
Fotografía: Fundación Juan March.
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