El afamado tenor germano se pone al frente de la agrupación belga, a la que conoce como pocos, para ofrecer una excepcional lectura del oratorio «bachiano», en la que la indeleble huella de su fundador, Philippe Herreweghe, estuvo también presente.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 22-XII-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Weihnachtsoratorium, BWV 248 [partes n.os I, II, III y VI], de Johann Sebastian Bach. Hana Blažíková [soprano], Alex Potter [contratenor], Georg Poplutz [tenor], Peter Kooy [bajo] • Collegium Vocale Gent | Christoph Prégardien.
Por la elocuente arquitectura musical del Oratorio de Navidad podemos ver que las versiones acometidas por Bach durante la década de 1730 implicaban tareas multidimensionales en donde, por lo general, el mero proceso de transcripción musical no era lo más importante Al recuperar obras compuestas con anterioridad, invariablemente hallaba una oportunidad para revisarlas cuidadosamente y mejor los arreglos.
Christoph Wolff: Johann Sebastian Bach. El músico sabio [2000].
Que el Weihnachtsoratorium [Oratorio de Navidad] de Johann Sebastian Bach (1685-1750) suene dos veces en tan solo cuatro días es sin duda un evento maravilloso. Y, aunque con muy dispar resultado, el mero de tener la obra sobre el escenario, con dos visiones bastante cercanas, aunque de resultados alejados, es una buena muestra que la genialidad del Kantor sigue traspasando todo tipo de modas. Tras la primera versión, dentro de la Serie Arriaga de la temporada de Ibermúsica, fue en esta ocasión el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] quien decidió volver a ofrecérselo al público del Auditorio Nacional de Madrid, aunque aquí de la mano de quienes son actualmente, junto a otro par de conjuntos y directores más, los especialistas «bachianos» más consumados a nivel mundial: el Collegium Vocale Gent.
Como es bien sabido, este ciclo de seis cantatas está en buena medida más cerca de eso, un ciclo sacro de cantatas, que de un oratorio propiamente dicho. Pues sí y no, como veremos, dado que su carácter cíclico es evidente, pero también lo es su unidad. Compuestas y compiladas para la temporada navideña celebrada en Leipzig en el año de 1734/1735, sus seis cantatas estaban destinadas para ser interpretadas en los seis días festivos más importantes entre los días 25 de diciembre y 6 de enero, a saber: primer, segundo y tercer día de la Navidad, fiesta de la circuncisión, primer domingo de año nuevo y fiesta de la Epifanía. Parece claro que cada una de las seis partes se concibió para albergar por sí misma una funcionalidad musical absolutamente independiente, comenzando y terminando cada una de ellas con un coro –excepción hecha de la cantata n.º 2, que se abre con una maravillosa sinfonía pastoral–, además de que cada una de las seis cantatas narra un episodio concreto de la Navidad. No obstante –y haciendo gala de esa máxima de que en Bach casi nunca nada es tan simple como parece–, la intencionalidad por parte del Kantor acerca de este ciclo era darle un carácter unificado, y así lo hizo, con sutilezas que terminan por aunarlo todo de forma magistral: la evidente organización tonal en torno al re –con las partes I, III y VI en dicha tonalidad– o el hecho de que la melodía utilizada para el primero de los corales de la parte I es la misma que aparece en el último número de la parte VI. La cuadratura del círculo «bachiano». El contenido musical del oratorio se basa, en gran medida, en tres cantatas profanas previas: Herkules auf dem Scheidewege, BWV 213; Tonet, ihr Pauken! Erschallet, Trompeten!, BWV 214; y Preisse dein Glücke, gesegnetes Sachsen, BWV 215. Por lo demás, la perdida Markus-Passion parece haber aportado algunos fragmentos, así como la cantata catalogada por Wolfgang Schmieder como BWV 248a. Si bien cada una de las seis partes de este oratorio presenta la forma habitual de una cantata de la iglesia de Leipzig en la época, con la alternancia entre recitativos, arias, coros y corales, posee también una singularidad fundamental que le aporta ese carácter de oratorio: el uso de un narrador [Evangelista] para relatar la secuencia de los eventos aparecidos en el texto. Quizá por eso Bach utilizó el término oratorio [Oratorium tempore Nativitatis Christi] en relación con este trabajo donde el Evangelista protagoniza el devenir de esta narración bíblica, mientras que las arias y dúos para los solistas, así como los coros y corales –estos últimos para la congregación–, servían como elementos narrativos a la vez que invitaban a la reflexión sobre lo ocurrido.
Con estos mimbres de genialidad, y aunque haya que lamentar de nuevo que no se haya propuesta una versión integral del oratorio –sin duda un fiasco de monumentales dimensiones, dada además la calidad de la versión aquí ofrecida–, lo escuchado aquí a la formación belga está a la altura de tan pocos intérpretes en la actualidad, que cabría decirse único y excepcional, irrepetible. Quizá se esperaba con especial interés la puesta de larga en la capital madrileña de una figura bien conocida en estos lares, pero en su faceta de cantante, tanto como tenor especialista en Bach –de la mano del propio Herreweghe, pero también de Ton Koopman, Christophe Coin, Nikolaus Harnoncourt o Gustav Leonhardt–, así como en su magnífica faceta de liederista. Es evidente que Christoph Prégardien es un extraordinario conocedor de la música de Bach, pero también de la herramienta que tenía entre sus manos, con la que ha compartido muchas horas desde el otro lado, ese que ahora comandó con buena mano, pero sobre todo dejando hacer, sabedor de que esa es, y no otra, la mejor manera de conseguir un resultado tan impactante como el aquí ofrecido. Por eso no se afanó en dejar una impronta evidente, sino que prefirió –muy inteligentemente, habría que remarcar– que hablasen la música y la calidad de un conjunto que se ha convertido en lo que es –tras casi cincuenta años de carrera, que se dice pronto– bregándose en el universo «bachiano» año tras años. Ese comentario habitual de «es que estos tocan solos», tiene aquí un exponente muy claro. Por tanto, dejó cantar, dejó tocar y se dedicó a marcar el compás y a perfilar algunos pasajes, sobre todo en su tratamiento dinámico. Especialmente interesante –quizá el punto donde se dejó entrever su interés por aportar un toque más personal– resultó su trabajo sobre los corales, en los que quiso remarcar su contraste de carácter, realizando un trabajo retórico digno del mismísimo Herreweghe, realizando una labor dinámica muy refinada, lo que fue respondido con perfección milimétrica por un coro del Collegium Vocale Gent en estado de gracia, conformado aquí por 16 cantores –incluidos los solistas–, tan equilibrado en número como en el resultado coral ofrecido. Escuchar corales con tanto trabajo textual como «Wie soll ich dich empfangen», con un equilibro entre coro y orquesta tan logrado como en «Ach mein herzliebes Jesulein», con el poso que requiere «Wir singen dir in deinem Heer», con la delicadeza de «Ich will dich mit Fleiß bewahren», o especialmente con la belleza y la emoción vertidas en «Ich steh an deiner Krippen hier» –escogido como segundo bis, para poner fin a la velada– resulta tan inusual como lo es escucharlos con tanta delicadeza, tanta filigrana retórica, delineados con epatante exactitud, con tanto mimo por la disonancia, por el trabajo armónico, con unas partes dobladas por la orquesta tan exquisitamente sutiles y afinadas. Sin duda el culmen de una maravillosa cita con el genio de Bach. En algunos otros puntos, como en la personalísima expresión en los recitativos «Da berief Herodes die Weisen Heimlich» y «Du Falscher, suche nur den Herrn zu fällen» [parte VI] –el primero con un poderoso tenuto en forte sobre el último acorde y el segundo con una 2.ª añadida sobre el acorde final del accompagnato– pareció apreciarse también la mano de Prégardien, de lo cual hay que alegrarse.
Pero no solo en ellos sobrevoló el coro del CVG las más de 2.300 localidades de un Auditorio Nacional casi a rebosar de público, sino que en los coros se pudo disfrutar, asimismo, de su monumental calidad y savoir faire. La fluidez casi etérea del compás ternario en el coro inicial de la parte VI [«Herr, wenn die stolzen Feinde schnauben»], la imponente luminosidad del coro que abre este oratorio [«Jauchzet, frohlokket! auf, preiset die Tage!»], los pasajes fugados delineados con exactitud de orfebre en «Lasset uns nun gehen gen Bethlehem» [parte III], o el regocijo tan bien entendido y comedido en «Ehre sei Gott in der Höhe» [parte II], son solo algunos ejemplos de la grandeza acontecida esa noche.
Por su parte, el trabajo de la orquesta no puede tildarse sino de impresionante, con un plantel de instrumentistas que resultaba absolutamente envidiable. Si a la calidad intrínseca de estos se les suma su conocimiento extraordinario de la música de Bach y el trabajo continuado de muchos años bajo la tutela de Herreweghe, el resultado algo tan inmenso como lo que aquí se pudo escuchar. No hubo una sola línea que no brillara de forma impecable en alguno de los momentos, comenzando por la impecable labor de las trompetas barrocas –que no trompas, como anunciaba el programa de mano– de Rupprecht Drees, David Staff y Matthias Kamps, que ya desde el coro inaugural de la parte I demostraron una calidad y una técnica apabullantes, pero también en el coral conclusivo «Nun seid ihr wohl gerochen» [parte VI], en el que exhibieron una claridad de discurso y un equilibrio entre las partes, además de un manejo del trino, descomunales. Resulta poco menos que milagroso –en verdad lo es– escuchar con tanta claridad las líneas de las trompetas en este oratorio; por tanto, un punto más a sumar a este milagro «bachiano». Por su parte, Drees ofreció una lección magistral al acompañar al bajo en el aria con trompeta obbligato «Großer Herr, o starker König» [parte I]. Inconmensurable trabajo de las maderas, contando con un exquisito y refinado discurso elaborado por los traversos barrocos de Patrick Beuckels y Amélie Michel, con un logrado equilibrio en los corales y un magnífico trabajo de acompañamiento en las arias, especialmente del primero en el aria para tenor «Frohe Hirten, eilt, ach eilet», exhibiendo una sutileza y pulcritud mayúsculas en el fraseo, con bello trabajo sobre los giros y gran soltura en las agilidades. Por su parte, los oboes barrocos de Marcel Ponseele y Taka Kitazato y los oboes da caccia de Timothée Oudinot y Marta Bławat bridaron fantásticos momentos, lo que se puede apreciar en todo su esplendor en la maravillosa Sinfonía introductoria de la parte II, solventando en la repetición los problemas de afinación y los leves desajustes surgidos en la primera parte. Impactante su refinamiento y la belleza del fraseo en el acompañamiento del aria para alto «Bereite dich, Zion, mit zärtlichen Trieben» [parte I], así como en el dúo para soprano y bajo «Herr, dein Mitleid, dein Erbarmen» [parte III] pero también en el solo obbligato de Ponseele en el aria «Nur ein Wink von seinen Händen», que sigue demostrando que hay pocos especialistas en oboe barroco que logren estar a su altura. Lástima que se optase por sustituir los oboes d’amore por oboes simples a lo largo de la velada, lo que sin duda le restó riqueza tímbrica y ese carácter que Bach pretendió lograr con la mixtura de estos con los da caccia en momentos concretos.
Por otro lado, la sección de cuerda resultó increíblemente expansiva teniendo en cuenta que se contaba con una plantilla limitada [3/3/2/2/1]. Sin embargo, la limpidez de sonido, su tersura, su empaste tan pulcro, una afinación excepcional, el apabullante equilibrio logrados y, sobre todo, ese carácter tan bien trazado, entre el regocijo bien entendido y especie de una tristeza despreocupada de la escritura «bachiana». Mención honorífica merece la concertino Christine Busch, por comandar con tanta inteligencia la cuerda, pero especialmente por su labor a solo en el aria para alto «Schließe, mein Herze, dies selige Wunder» [parte III], de una fluidez en la línea, solvencia técnica y una profundidad sonora que no son habituales sobre los escenarios; todo ello, además, sin darse mucha importancia. Excepcional, del mismo modo, el concurso del continuo, comenzando por la siempre inconmensurable Ageet Zweistra al violonchelo barroco –que extrañamente hizo uso de la plica–, pues es capaz de aportar siempre el carácter concreto –siempre en un rango entre lo sobrio y lo austero–, la sonoridad más adecuada y, sobre todo, una profundidad textural y una densidad expresiva que no dejan de impactar. Junto al contrabajo barroco de Miriam Shalinsky conforman una dupla tan bien avenida como excepcionalmente poco común de encontrar sobre un escenario. Muy bien balanceado y exquisito el aporte, a su vez, del fagot barroco de Julien Debordes y del órgano positivo de Maude Gratton, que supieron sustentar con rigor la compleja arquitectura sonora del genio de Eisenach desde la base.
El trabajo de los solistas vocales rindió a un nivel general entre lo notable y lo sobresaliente. Lo soprano checa Hana Blažíková, que es una habitual del CVG desde hace años, es siempre un valor seguro. Aunque pasó por algunos momentos de apuro, con un agudo un tanto tenso y de limitado sonido [«Du Falscher, suche nur den Herrn zu fällen», parte III], solventó con su habitual belleza tímbrica, su calidez vocal y su extraordinaria musicalidad su aria «Nur ein Wink von seinen Händen», así como el dúo con el bajo «Herr, dein Mitleid, dein Erbarmen». Si hay un papel que tiene gran protagonismo en este oratorio, ese es sin duda el del alto, a quien Bach dedicó probablemente las arias más bellezas de la obra. El contratenor británico Alex Potter, que me sigue pareciendo un contratenor notablemente irregular, tuvo esta una de sus grandes noches –desde luego la mejor que yo he podido escucharle en directo–, y aunque en algunos puntos se pudo apreciar cierta tensión en el agudo –especialmente cuando su línea presenta saltos interválicos amplios hacia el agudo– y una evidente heterogeneidad entre sus registros vocales, fue capaz de ofrecer algunos momentos realmente fantásticos, especialmente en «Bereite dich, Zion, mit zärtlichen Trieben» –qué belleza la de esta aria–, «Schlafe, mein Liebster, genieße der Ruh» y «Schließe, mein Herze, dies selige Wunder», merced a una magnífica dicción, una expresividad muy lograda, una fluidez en la línea vocal de gran naturalidad, aunque sigue resultando por momentos un tanto discontinuo en su discurso y su expresividad presenta excesivos picos de dramatismo.
Por su parte, el alemán Georg Poplutz ofreció un Evangelista un tanto endeble, con poca personalidad, neutro, pero si carácter, mostrando además una cierta tensión y un sonido a veces limitado en el registro agudo –teniendo delante a quien ha sido uno de los mejores Evangelistas «bachianos» que se recuerdan, tanto en pasiones como oratorios como este, las comparaciones no fueron nada favorables en su caso–. Algo mejor en las arias, aunque sin alardes: en «Frohe Hirten, eilt, ach eilet» hizo gala de un timbre noble, mostrando unas agilidades elegantemente solventadas, delineando el aria con sutileza y una vocalidad calmada y sutil; en su aria final [«Nun mögt ihr stolzen Feinde schrekken», parte VI] estuvo más cómodo vocalmente en el agudo, incluso más fluido en su línea, que fue además contrastada con magnífico resultado por el acompañamiento orquestal. El último protagonista solista, el bajo holandés Peter Kooy, es un legendario intérprete de la obra vocal de Bach. Que no está vocalmente al nivel de sus años gloriosos es una obviedad, pero sigue manteniendo algo que se tiene o no se tiene, como demostró en el dúo, pero también en su exigente aria «Großer Herr, o starker König», con unas agilidades que todavía corren, un timbre totalmente reconocible, de tintes casi áureos y una presencia escénica que deja en evidencia a sus colegas, incluso estando vocalmente por debajo en estos momentos.
Una manera inmejorable de despedir el año para el CNDM, pero también de anunciar los fastos que están por venir en el 2020 para el Collegium Vocale Gent y Philippe Herreweghe, que celebran 50 años de existencia. Quizá el belga esté pensando ya en alguien que le pueda sustituir cuando falte –como están haciendo otros desde hace algún tiempo: Christie, Christophers…–. No parece Prégardien una mala opción. Quizá deba pulir aun aspectos en la dirección –aunque ya da muestras de un gesto claro y de cierta elegencia–, pero el conocimiento de buena parte del repertorio que suele acometer este conjunto lo conoce en profundidad, así como los entresijos de una agrupación con la que ha compartido escenarios y grabaciones en infinidad de ocasiones. Esperemos que quede Herreweghe para rato, pero desde luego no parece que haya un final cercano para el Collegium Vocale Gent a tenor de lo visto. Por lo demás, entrañable la forma en que fue saludando de manera casi individual a los miembros de la orquesta, solicitando para ellos el aplauso y queriendo mantenerse un tanto al margen del éxito de la velada. Fue, además, generoso, ofreciendo dos bises, incluso cuando el ánimo de sus músicos estaba ya en los camerinos. Si mantiene este afán por poner siempre a la música por delante y se forja más en las lides de la dirección, Prégardien puede hacer una buena carrera en esto cuando definitivamente abandone la del canto.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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