Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 10-IV-2019. Iglesia de San Ginés. XIII Ciclo «Música de órgano en San Ginés» [Ayuntamiento de Madrid]. Daniel Roth [órgano].
La música para órgano tiene un público minoritario pero fiel. Así como los grandes nombres del piano son capaces de reunir en un auditorio a gente que, por lo general, no pisa la sala de conciertos durante el resto de la temporada —resulta lamentable comprobar que en los últimos tiempos esto mismo también sucede con nombres no tan grandes—, el público asiduo a los conciertos en los que el órgano es protagonista suele ser mucho más constante, más conocedor del repertorio y, en definitiva, más especialista. Para ese público el nombre de Daniel Roth no sólo no es desconocido, sino que constituye un referente en el panorama organístico actual. A sus setenta y seis años Roth combina su carrera concertística con la titularidad de uno de los órganos más grandes e imponentes de Francia, el inmenso Cavaillé-Coll de la parisina iglesia de Saint Sulpice.
No era de extrañar, por tanto, que en la iglesia de San Ginés de Arlés, en la céntrica calle madrileña del Arenal, apenas fuese posible encontrar un banco libre donde sentarse a escuchar el concierto que el francés ofreció el pasado 10 de abril, como parte de las actividades que el Ayuntamiento de Madrid organiza para la semana santa. Traía Roth un programa denso, configurado para ofrecer una suerte de muestrario estilístico del órgano, como si pretendiera hacer un recorrido por su historia o, lo que es lo mismo, por la historia de las formas y las técnicas musicales asociadas al instrumento.
Así pues, abrió el recital la Fantasía cromática de Jan Pieterszoon Sweelinck. Esta obra del músico neerlandés es una clara muestra del interesante momento en el que Sweelinck desarrolla su quehacer compositivo, pues exhibe claros rasgos armónicos de la tradición musical renacentista mezclados con texturas contrapuntísticas propias del estilo barroco. La interpretación de Roth estuvo marcada por una cierta frialdad general y una ligera confusión en los pasajes más ágiles. Ambos aspectos no estuvieron presentes, sin embargo, en el resto del programa. Dietrich Buxtehude fue el siguiente invitado al concierto con su Passacaglia en re menor, BuxWV 161, una obra que es —como dejó claro en su presentación del concierto el organizador del ciclo y titular del órgano de San Ginés, el músico e investigador Felipe López— claramente precursora de la monumental BWV 582 de Bach. Pese a que la invención del Kantor es a todas luces superior en calidad e importancia, la página de Buxtehude no está exenta del atractivo que poseen muchas construcciones musicales sobre ostinato —folías, pasacalles, chaconas, etc.—, pues exigen que el compositor sea capaz de entregar variedad y dinamismo sobre el inamovible cimiento del bajo. El organista alsaciano realizó una versión reposada y bien definida que condujo con gran acierto.
Fue después el turno de Bach y su monumental Preludio y Fuga en si menor, BWV 544. Se trata de una obra especialmente compleja, con una densa textura contrapuntística y una singular atmósfera armónica, un tanto angustiosa, que fluye hasta culminar en una doliente fuga. La versión de Roth estuvo a la altura de lo esperado. El organista supo captar el espíritu de la obra y tradujo su discurso óptimamente gracias a una cuidada selección de los registros. Es cierto que, a su edad, Roth no está ya en el momento más brillante de su carrera y que hubo a lo largo de la partitura ciertos desajustes menores, pero sigue siendo un músico muy sólido y cuya paleta de recursos continúa siendo muy amplia.
Sin realizar descanso, el organista se enfrentó a la imponente Sinfonía Romana, Op. 73, n.º 10 de Charles-Marie Widor. Ya sólo la denominación de sinfonía nos pone sobre la pista de las intenciones del autor. Estamos hablando de una obra inmensa, cuya duración ronda los treinta minutos, que presenta una estructura en cuatro amplios movimientos y que persigue —como por otra parte es típico en la música francesa para órgano del siglo XIX— una recreación de las texturas, los colores y los timbres instrumentales de la orquesta sinfónica. Siendo Roth titular y responsable de uno de los órganos románticos más importantes de Europa, no es de extrañar que sienta predilección por este repertorio y que lo interprete fantásticamente. No se trata en modo alguno de una obra fácil, ni para el intérprete ni para el público, pero no hay duda de que Roth se encuentra muy cómodo en este tipo de repertorio. Si fuera necesario mencionar algún aspecto que, a mi juicio, fuese mejorable sería el empleo del pedal de expresión, que por momentos pareció algo brusco y poco gradual en el primer movimiento. No obstante, pesan más todos los logros musicales que Roth pudo realizar en un instrumento que, siendo de calidad más que aceptable, no es el gran Cavaillé-Coll de Saint Sulpice ni posee todo su arsenal de recursos.
Para terminar el concierto, Daniel Roth hizo lo que todo gran organista sabe hacer: improvisar. La improvisación es uno de esos raros artes musicales que parecen haberse perdido, salvo en los reductos del jazz y del órgano. Sobre un tema dado, Roth realizó una improvisación en la que extrajo todo el potencial sonoro del instrumento de San Ginés, que no es poco. Un viaje que comenzó en unas aterciopeladas sonoridades, transformadas progresivamente, merced a la adición de nuevos registros, en un luminoso y apoteósico final. Si habitualmente hago una mención al comportamiento del público suele ser para reprocharle su falta de modales y de respeto hacia el intérprete, pero hoy no; hoy sólo tengo buenas palabras para los aficionados al órgano que llenaron la iglesia de San Ginés. Un público que se mostró considerado con la música y el músico, y entre el cual hubo pocas deserciones. Aunque los aplausos estuvieran muchas veces fuera de lugar —entre movimientos de la sinfonía, por ejemplo, o entre el preludio y la fuga de Bach— es un detalle que considero totalmente perdonable si hay respeto, saber estar, y devoción por un repertorio que no es nada fácil y que pone a prueba incluso a los más acérrimos entusiastas de la música para órgano. Así pues, felicito a la audiencia y hago extensiva mi felicitación al organizador del ciclo por saber atraer y conservar a un público tan fiel, que puede ostentar orgulloso el calificativo de «respetable». De pie, vuelto totalmente hacia el coro, aplaudió intensamente la labor de Daniel Roth, quien sin duda mereció tal ovación por condensar con maestría y solidez, en poco menos de una hora y cuarto, una retrospectiva del órgano y su vasto —y en general desconocido— repertorio.
Fotografía: Joe Vitacco.
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