El conjunto vocal británico pone el punto final a este ciclo, comparando dos figuras trascendentales, y realmente disímiles, en el tratamiento de la polifonía vocal de finales del siglo XVI e inicios del XVII.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 27-II-2019. Fundación Juan March. Disímiles vidas paralelas [Ciclo de miércoles]. Obras de Tomás Luis de Victoria y Carlo Gesualdo. Contrapunctus | Owen Rees.
Desarrollo desde hace ya muchos años mi trabajo, especialmente en la música eclesiástica, a la que me veo llevado por cierto instinto natural, y según me parece entender por la opinión de los demás, de manera no desafortunada.
Tomás Luis de Victoria: Hymni totius anni, 1581 [dedicatoria al papa Gregorio XIII].
[Gesualdo] está mundialmente considerado como el primero en conducir la música a su actual estado de excelencia.
Athanasius Kircher: Musurgia Universalis, 1650.
Aunque estrictamente coetáneas, puede decirse que las vidas de Tomás Luis de Victoria (c. 1548-1611) y Carlo Gesualdo (1566-1613) son las más disímiles y paralelas de las ocho vidas de este ciclo Disimiles vidas paralelas que la Fundación Juan March ha contrapuesto a lo largo de los cuatro miércoles de febrero. Salvo un único y probablemente débil punto de unión, en la figura del cardenal Carlo Borromeo –tío de Gesualdo quien se sabe que mantuvo contacto por carta con Victoria–, con casi total seguridad, ni Victoria supo de la existencia –vital y musical– de Gesualdo, ni el napolitano tuvo constancia de la magna obra del abvlensis. Por tanto, presentar en concierto a estas dos figuras, y hacerlo además con la conciencia de contraponer las músicas que ambos compusieron sobre una serie de textos concretos, supone un ejercicio de inteligencia que es de agradecer. Y lo es porque el resultado general del concierto sirvió para clarificar de manera muy evidente dos vidas, extremadamente disímiles y «euclídeamente» paralelas –como dice José Luis Téllez en las notas al programa del ciclo–, y dos mentes que concibieron la música desde puntos de vista claramente distantes.
No debemos olvidar las posiciones de cada cual, pues son esenciales para comprender la distancia entre ambos: mientras Victoria es alguien que hizo de la música su vida y carrera profesional, Gesualdo fue un noble que en cierto modo se acercó a ella de forma genial, pero tangencial al menos desde el punto de vista profesional. Es decir, Victoria necesitaba de la música para vivir, Gesualdo no. Esta es solo una de las muchas y obvias distinciones que los separan, pues su música es un muy fiel reflejo de la manera que ambos tuvieron de afrontar la vida: Victoria desde la Iglesia y la devoción, Gesualdo desde el hedonismo y la transgresión; el primero desde la humildad, el segundo desde el escándalo; el abulense desde una tonalidad que todavía enraíza en la modalidad; el napolitano desde un cromatismo que rompe con todo lo asumible. En definitiva, si bien Victoria y Gesualdo son claros ejemplos de la modernidad musical, cada uno lo es a su manera y muy alejadas la una de la otra.
El programa aquí planteado contrapone, de forma prácticamente correlativa, dos textos iguales –o en algún caso distinto, pero complementario– sobre los que Victoria y Gesualdo compusieron algunos de sus obras sacras más exquisitas. Evidentemente, Victoria tiene ventaja en este campo, dado que no compuso en otros tipos de géneros que no fueran los dedicados a ensalzar a Dios –misas, motetes, salmos, himnos…–, mientras que Gesualdo destaca especialmente por sus seis libros de madrigales –sobremanera por los tres últimos, esos que supuestamente la locura le llevó a escribir de manera casi expresionista–. Dejando a un lado esos tópicos Dios y locura que la historiografía tanto ha querido asociar con cada uno de estos autores, lo cierto es que la música sacra de ambos se desarrolla por unos derroteros bien distintos. Sin poder entrar en un análisis pormenorizado de cada una de las obras sobre los mismos textos, sí cabe detenerse, por ejemplo, en los motetes que ambos compusieron sobre el célebre texto O vos omnes: Victoria, quien lo concibe a 4 partes, plantea en su escritura una visión doliente, pero netamente esperanzadora, con un tratamiento bastante homofónico del texto, cierta modernidad en su plasmación armónica, pero con una factura extremadamente luminosa; sin embargo, Gesualdo, que lo escribe a 5 partes –al igual que Victoria se elige aquí la versión en motete, no el responsorio dentro del Officium Hebdomadæ Santæ, que ambos trabajaron–, es extremadamente moderno, con una visión que se regocija en el dolor, como se observa en los exquisitos cromatismos y en las falsas relaciones sobre palabras concretas muy expresivas. Victoria es casi litúrgico, Gesualdo mucho más teatral. Algo similar puede decirse de su tratamiento sobre textos más agradables, como el Ave Maria a 8 de Victoria y Ave dulcissima Maria a 5 de Gesualdo, por poner solo otro ejemplo más. Sin embargo, en la estructura de algunas obras es donde Victoria demuestra que en ciertos aspectos es mucho más moderno que Gesualdo, o se ancla menos al pasado, pues mientras Victoria desarrolló de manera profusa el tratamiento del doble coro –incluso el triple coro, de manera excepcional–, Gesualdo prefiere mantenerse siempre dentro del tratamiento a cinco o seis partes, una formación prácticamente igual a la de los madrigales, en la que parece sentirse suficientemente cómodo como para no querer abandonarla ni experimentar, como sí hizo desde los fundamentos armónicos o contrapuntísticos.
Un total de 18 motetes, con paridad total entre ambos compositores, que se fueron desgranando en las voces del ensemble vocal británico Contrapunctus, conjunto formado hace pocos años por Owen Rees, uno de los musicólogos y directores con más experiencia y tradición en el estudio e interpretación de la polifonía de los siglos XV y XVI, que presta especial atención a la polifonía británica –así se desprende de su discografía, dedicada en su totalidad a compositores de la Pérfida Albión, salvo honrosas excepciones–, pero con interés por otras producciones, como la franco-flamenca o la portuguesa. Muchas caras conocidas entre los integrantes del conjunto, pues el modelo del cantor freelance inglés provoca que en varios conjuntos sea pueda ver un alto porcentaje de coincidencia entre sus miembros. Esto, que a priori puede parecer anecdótico, provoca en ocasiones una falta de personalidad entre las diversas agrupaciones, siendo pocas las que logran ser reconocibles y destacar más allá de la pulcritud técnica, la calidad en el sonido y una afinación absolutamente excepcional. Lamentablemente, este conjunto no se encuentra en los elegidos.
Rees es un director atento a los detalles, con un gesto bastante trabajado, comprensible, diáfano en sus directrices y con ideas claras a la hora de acometer este repertorio, que sin duda conoce bien –aunque Gesualdo no es un compositor al que le haya prestado especial atención–. Sin embargo, quizá por la complejidad del repertorio, sobre todo en las obras del napolitano, y dado que la acústica de la Juan March no ayuda absolutamente nada a que las voces corran –quizá este tipo de agrupaciones vocales son las que más sufren en este auditorio, más incluso que las de cámara instrumentales o los solistas–, se produjeron notables desajustes en el equilibrio de las voces, inteligibilidad de líneas e incluso en varios momentos de la afinación –lo que en estos conjuntos es casi un sacrilegio–. Especialmente floja la línea de contratenores [Matthew Venner y Rory McCleery], de timbre excesivamente estridente y una línea de canto poco delicada en relación al resto del ensemble. Mejor trabajo el de las cuatro voces femeninas [Amy Haworth, Amy Carson, Katy Hill y Alison Ponsford-Hill], de hermosos y etéreos timbres, una afinación muy lograda, sonido muy pulido y un empaste extraordinario en muchos pasajes. De cualquier forma, el contar con una formación con diez cantores a veces desequilibra el conjunto, provocando que pueda haber dos cantores por parte en una línea y solo uno para las restantes, lo que es muy difícil de compensar en el balance. Gran trabajo de Simon Wall en los tenores –aunque vibra en exceso en ciertas ocasiones–, aportando siempre su noble timbre y un registro agudo muy aposentado y tremendamente solvente para estas complejas líneas que exigen a estas voces las obras de Victoria y Gesualdo. Realmente muy bueno también el trabajo en las voces graves de Greg Skidmore y Giles Underwood, que conforman una dupla muy bien equilibrada entre el registro más baritonal del primero y la firme base sonora que supone el registro grave del segundo. Voces muy presentes –a veces demasiado–, pero que cumplen con diligencia las exigencias que se requieren de las voces graves, y lo hacen con una altísima calidad.
Quizá lo carencia más destacada en estas interpretaciones tuvo lugar en la ausencia del dramatismo que exigen algunas obras, especialmente las de Gesualdo. Si antes comentaba que contraponer estas dos figuras en un mismo concierto es un ejercicio de gran inteligencia, también lo es de inmenso riesgo. Temo que, en general, el modelo british al que estamos tan acostumbrados para la polifonía renacentista no le sienta igual de bien a un autor como Gesualdo –que en muchos aspectos es tremendamente barroco– que a uno como Victoria –moderno a su manera, desde luego, pero todavía con una visión más «clásica» de la polifonía–. Esa manera de interpretar, a veces tan distante de la expresividad, que puede funcionar muy bien con ciertos autores, no encaja desde luego con la carnosidad y la entraña de Gesualdo, pero tampoco lo hace con la teatralidad de los motetes de Victoria basados en el Canticum Canticorum, por ejemplo. No es una falta estricta de Contrapunctus, habría que decir en su descargo, pues sinceramente dudo que exista en la actualidad un conjunto vocal en todo el planeta que sea capaz de acometer con total solvencia, y en un mismo concierto, estos dos autores. Aun con ello, hay que agradecer el intento y sobre todo el poner en valor a dos de los genios musicales más absolutos de finales del Renacimiento.
Fotografía: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.
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