Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 14-XII-2019. Capilla del Palacio Real. Patrimonio Nacional [XII Ciclo de Órgano]. El órgano francés y alemán en el siglo XVIII. Benjamin Alard [órgano Jordi Bosch, 1778].
El descubrimiento del órgano de la Capilla Real de Madrid causó en mí un verdadero impacto emocional y musical. Me habían hablado de él […], sin embargo, al encontrarme frente a él quedé particularmente impresionado, tanto por su refinamiento como por la amplia variedad de colores y planos sonoros que este instrumento […] era capaz de desplegar.
Benjamin Alard.
La [absolutamente] apasionada descripción del protagonista de esta velada, el organista y clavecinista francés Benjamin Alard, del magnífico órgano de la Capilla del Palacio Real de Madrid es suficientemente descriptiva y honesta como para servir de un significativo halago de la calidad de este instrumento, concluido en 1778 por el organero Jordi Bosch, aunque comenzando algunos años antes [1756] por Leonardo Fernández Dávila. El organero alemán Gerhard Grenzing, quien llevó a cabo una restauración del instrumento a mediados de la década de los 90, lo describe así: «Es una obra extraordinariamente bien organizada, elaborada cuidadosamente hasta el más pequeño detalle. Está lleno de sorpresas tanto en sentido técnico como musical, por ejemplo, el doble arca de vientos, trompetas de doble longitud, expresiones de afinación, teclados completos en arca expresiva…, demostrando toda la capacidad de Bosch, su autor. Es uno de los órganos mejor conservados de Europa». La enorme capacidad para la gradación dinámica resulta, sin duda, uno de sus grandes aportaciones, al igual que su noble sonoridad y la magnífica oferta de registros que presenta, entre los que destacan los flautados, de una delicadeza y refinamiento sobresalientes. Bosch, que tomó el modelo comenzado por Fernández Dávila, pero lo remodeló y mejoró de forma excepcional, se inspiró en buena medida en el célebre tratado L’Art du facteur d’orgues, escrito por el francés Dom Bèdos de Celles. Desarrolló en este instrumento algunos registros novedosos hasta la fecha, como la voz humana en eco, la flauta travesera y algunos registros de lengüeta, lo que le aportan una variedad tímbrica y, sobre todo, una calidad sonora de los mismos, que sin duda lo convierten en una de las grandes joyas organísticas de nuestro país.
El magnífico teclista galo, que actualmente está absorbido casi por completa por la integral organística y clavecinística de Johann Sebastian Bach (1685-1750), que está grabando para Harmonia Mundi, planteó aquí un programa concebida en buena medida en torno a las pastorales de Navidad y al ambiente bucólico y pastoril, como se demostró la obra que abrió el concierto, la Pastorale en fa mayor, BWV 590, del Kantor de Santo Tomás, obra de delicada y elegante escritura, en la que la selección de los registros sirvió para multiplicar, si cabe, el éxito de la composición, especialmente en el hermoso y sutilísimo segundo movimiento [Allemande]. Es muy poco lo que se sabe del origen de esta obra, que para el propio Alard puede provenir se su etapa en Weimar [década de 1710], mientras que otros estudiosos la sitúan como una composición para las celebraciones navideñas en las iglesias de Leipzig [década de 1720]. Sin duda, su rasgo estilístico más destacado es el uso –en las dos primeras secciones de la obra– del estilo «piffero», caracterizado por el uso de un pedal a modo de bordón o roncón de la gaita, que justifica claramente el carácter pastoral y el nombre la pieza. El tercero de los movimientos [Récit] presenta una escritura más refinada y de corte menos «folclórico», cuyo tema principal presenta un simbolismo especial, con tres bemoles en la armadura y en compás ternario, lo que comúnmente hacia relación a la representación angelical. Cierra esta magnífica composición una Gigue fugada, de espléndida sonoridad, en el que el tema principal enraíza con la conocida melodía latina «Resonet in laudibus», según ha sido rastreado por Christoph Wolff, cuyo texto y la clara referencia a las escenas de los pastores cuando encuentran al niño Dios recién nacido justifica el simbolismo del tercero de los movimientos. Una obra magnífica, que fue interpretada con una clarividencia de ideas y una convicción técnica apabullante por Benjamin Alard, quien además escogió, con abrumadora inteligencia, una registración brillante, que sin duda clarificó de forma vehemente cada una de las distintas características musicales y retóricas de la composición. Fue magnífico observar –gracias a unas pantallas en la que se podía ver de cerca el triple teclado y las manos sobre el mismo– la descollante calidad técnica y expresiva de Alard, quien fue capaz de extraer todas las sutilezas de una composición tan delicada. No es por nada que está considerado como uno de los grandes «bachianos» de las últimas décadas.
Como segunda obra escogió la Sonata para órgano en fa mayor n.º 3, Wq 70, de Carl Philipp Emanuel Bach (1714-1788), extraída de una colección de seis sonatas que el segundo hijo del Kantor le dedicó a la princesa Ana Amalia de Prusia –hermana menor de Federico «el Grande»–, en los que, en un claro lenguaje galante, se requiere de una capacidad dinámica notable del instrumento, lo cual resultó especialmente apropiado para el órgano Dávila/Bosch, que posee un juego dinámico impresionante. Obra en tres movimientos –dos extremos de carácter rápido que enmarcan un movimiento lento–, desarrolla en ella un lenguaje técnicamente de cierta complejidad, lo que demuestra que la princesa no era, desde luego, una mala organista –poseía, además, dos órganos, en uno de los cuales, situado en su mansión de Berlín [1755], el organista holandés Ton Koopman grabó una integral de las sonatas hace pocos años–. Absolutamente evocadora la lectura de Alard, especialmente del Largo central, con el uso del registro de flauta travesera [8’], en uno de los momentos de mayor filigrana sonora.
Louis-Claude Daquin (1694-1772) es uno de los mayores exponentes de la escuela organística francesa del XVIII, como demuestra su uso complejo y muy inteligente del órgano. Las colecciones de versos navideños, algunos de ellos con música, comenzaron a aparecer en Francia en el siglo XV y se extendieron ampliamente en el siglo XVI –como explicitó David Ball en las notas al programa de la grabación integral de estas Douze Nöels llevada a cabo en Hyperion Records por Christopher Herrick–. A lo largo del siglo XVII, los organistas llegaron a usarlos como la base de improvisaciones extendidas, completando tiempos libres en los oficios anteriores a la medianoche en las fiestas navideñas. La primera colección sobreviviente de variaciones para órgano de este tipo de melodías es de Nicolas-Antoine Lebègue [1676], al que siguieron otros como Nicolas Gigault [1682], André Raison [1714] y Pierre Dandrieu [1720]. Tras Daquin –quizá el ejemplo más conocido de este tipo de composiciones– hubo ejemplos muy destacados, especialmente los de Michel Corrette [1753] y Claude Balbastre [1783]. Norbert Dufourcq señalaba, en su libro La musique d'orgue français de Jehan Titelouze à Jehan Alain [1949], que «el Noël con variaciones requería una habilidad manual especial. No cualquiera podía llevarlo a cabo. El enfoque no era probar la originalidad, sino que todo el meollo se encontraba en el espíritu y el trabajo de los dedos. […] En este arte, alejado del verdadero estilo de órgano francés y que limitaba con la música descriptiva, destacaron los Noëls de Pierre Dandrieu, de Michel Corrette, Dornel o de Daquin, los cuales no tienen contraparte que conozcamos en todo el corpus de música de órgano». Como Jean-Jacques Rousseau explicó en su Dictionnaire de musique [1768]: «los Noëls deberían tener un carácter rústico y pastoral que coincida con la simplicidad de las palabras y de los pastores que se suponía que los habían cantado mientras rendían homenaje a Cristo en la cuna».
De entre todo ellos, Daquin, concluye Dufourcq, era «el rey de los Noëlistes». Sus Noëls aparecen indicados en la página del título para «órgano y clavecín, la mayoría de los cuales se pueden tocar en violines, flautas, oboes, etc.». Parece que están escritos teniendo en cuenta la sonoridad del órgano clásico francés, pero muchos podrían tocarse en uno o dos claves, y los más simples en otras combinaciones de instrumentos. Casi todas las melodías se conocen de otras fuentes, pero a menudo con una variedad de textos. Muchos de los Noëls emplean una técnica de variación acumulativa en la que la figuración se vuelve cada vez más rápida a medida que avanza la pieza, produciendo un efecto de brillantez y virtuosismo cada vez mayor. Se logran impresionantes efectos de eco, como en los números I, VI y X, saltando de manual a manual [grand orgue, récit, écho] en el uso de una impactante gradación dinámica por planos, que Alard llevó a cabo de manera muy lograda –con la compeljidad técnica que exige– en el Noël VI sur les jeux d’anches, sans tremblant et en duo y Noël X grand jeu et duo. La escritura para pedal en los números II y IX implica una notable amplitud de registro, que aquí se solventó con un inteligente uso de la registración en el Nöel IX en récit, en taille et en duo. Sin duda, uno de los momentos técnicamente de mayor impacto, especialmente porque Alard exhibió una excepcional disociación de manos, con un manejo del trino realmente pulcro y muy efectivo.
Cerró el programa la presencia de un organista que sin embargo nunca compuso para órgano: Jean-Philippe Rameau (1693-1764). De él se interpretaron unos arreglos de tres danzas de su ballet héroïque Les Indes galantes, de 1735, en concreto la célebre Les Sauvages [Los salvajes], que fue compuesta primeramente por Rameau para clave [Nouvelles suites de pièces de clavecín, 1729], a la que siguieron dos Tambourins I/II –con uso del evocador y muy poco común registro de tambor y timbal en el pedal–, para cerrar con la exquisita y monumental Chaconne, en la que Alard pudo hacer uso de la magnífica trompetería del órgano Bosch, con interesantes resultados, aunque en esta transcripción y registración se perdieron algunos matices de las líneas intermedias en la orquestación original.
Sin duda, una oportunidad magnífica de escuchar uno de los mejores órganos históricos, no solo de España, sino del mundo, en manos de quien es actualmente uno de los máximos exponentes en el arte de tañer estos instrumentos. Un cierre excepcional para esta décimosegunda cita con el órgano organizada por Patrimonio Nacional. Un lujo al alcance de unos pocos afortunados, que sin duda escucharon con bastante respeto y silencio –algo no muy habitual entre el público madrileño– uno de los conciertos de órgano de mayor impacto que se habrán podido escuchar en la capital en los últimos años.
Fotografía: Facebook Benjamin Alard.
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