Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 22-IV-2019. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXV Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]. Obras Robert Schumann (1810-1856), Franz Liszt (1811-1866) y Frank Martin (1890-1974). Andrè Schuen [barítono], Daniel Heide [piano].
Después de las vacaciones de Semana Santa, que es siempre muy buena época para el disfrute de la música, el Ciclo de Lied del CNDM nos convoca a una interesante velada de marcados contrastes en el programa y con jóvenes artistas en el escenario: Andrè Schuen (barítono, 1984) y Daniel Heide (piano). El recital se diseñó en una progresión que deviene desde el más puro romanticismo de Schumann a los Lieder con carácter más pianístico, del virtuoso y viajero –como concertista de este instrumento–, el austro-húngaro Liszt, finalizando esta singladura con el poco divulgado universo cuasi-expresionista del gran músico suizo Frank Martin, cuyos Sechs Monologe aus «Jedermann» (1943-1949) no se escuchaban en este Ciclo desde 1998 (Bo Skovhus, barítono; Helmut Deutsch, piano). Como suele ocurrir, tanto por el diseño del repertorio dentro del recital, como por el tiempo necesario para que el intérprete encuentre el reflejo empático en los asistentes, y pueda establecerse esa deseada comunicación entre el artista y el respetable, el recital discurrió en un imparable in crescendo –aunque con un plus de aceleración final–, que terminó por convencer –en eso las propinas fueron determinantes– e, incluso, enardecer a los allí asistentes.
El recital comenzó con un verdadero plato fuerte, que vino de la mano de los denominados por Schumann como Liederkreis (término que se puede traducir como «Círculo» o «Ciclo de Canciones cerrado sobre sí mismo»). Son dos ciclos de Lieder compuestos por el músico en plena enajenación amorosa con su futura esposa, Clara Schumann, sobre bellos textos de Heinrich Heine (1797-1856). Por el tipo de voz de nuestro protagonista, dúctil, pero densa y en algunos momentos oscura –muy distinta, para que se hagan una idea, a la de Christian Gerhaher, que cantó este Ciclo en 2017–, prestó muy adecuadamente su muy elegante línea de canto y gran belleza vocal, aunque echamos en falta una más elaborada amalgama del binomio texto-interpretación para conseguir traspasar esa barrera que abre la espita emocional del escuchante.
Y no decimos que no existieran muchos momentos y destellos en los que eso se consiguió –con la colaboración inestimable del pianista Daniel Heide–, pero creemos que en general reinó una interpretación excesivamente calculada, «ultra-perfeccionista» –si se nos permite el palabro–, aunque sí refinada, pero un tanto plana y tendente, en definitiva, al «aburrimiento emocional». Destacamos «Ich wandelte unter den Bäumen» [Vagué bajo los árboles], donde el cantante logró, en efecto, detener el tiempo en una ensoñada y doliente interpretación. Más adelante, «Schöne Wiege meiner Leiden» [Hermosa cuna de mis pesares], canción llena de contrastes en la que Schuen sirvió elaboradas matizaciones. Lo opuesto ocurre en «Warte, warte, wilder Schiffmann» [Espera, espera, marinero indómito], canción de duro carácter de acuerdo con la temática. No es la voz de nuestro artista un instrumento «ilimitado» en volumen, por lo que creemos que fue en esta canción en la que rozó sus límites por dinámica –fortísimo– y por tesitura aguda. En la más famosa, la última, «Mit Myrten und Rosen» [Con mirtos y rosas], Andrè Schuen consiguió una muy buena transmisión de los sentimientos que se dibujan en la canción sobre el denodado amor que se profesaban Clara y Robert, y en el que –es bien sabido– la moneda de cambio era muchas veces poemas y músicas que ambos se regalaban cuya factura raya al nivel de la que nos ocupa.
Del resto de las canciones de la primera parte, también sobre sobre textos de Heine, destacamos las «Tragödie I. Entflieh’ mit mir», Op. 64, [Huye conmigo] y «Tragödie II. Es fiel ein Reif», op. 64 [Cayó una helada], que se programan por primera vez en el Ciclo, y lo son en el sentido del humano sufrimiento que reflejaban en su momento las tragedias griegas. La primera, en forte; la segunda, lenta y en piano; exhibiendo nuestro cantante dominio del salto interválico, envidiable afinación, y control del fiato, respectivamente.
Para la primera sección de la segunda parte, atendemos al Liszt que compone en alemán, conscientes de que es más conocido su repertorio italiano o francés, si bien en la música siempre hay que tender a ampliar horizontes, más si estos son sólo idiomáticos. En esta ocasión, se trata de sus Liebesträume. Drei Notturni [Sueños de amor. Tres nocturnos], que fueron ideados de forma inicial para piano solo, pero a los que luego se les dotó de los textos de Johann Ludwig Uhland (1787-1862), para los dos primeros, y de Ferdinand Freiligrath (1810-1876) para el tercero. Las breves «Hohe Liebe» [Amor exaltado] y «Gestorben war ich» [Estaba muerto] –también interpretadas por primera vez en este Ciclo de Lied-, dieron paso a la archiconocida «O lieb, so lang du lieben kannst» [Oh, ama tan dilatadamente como puedas] que se corresponde con la versión francesa titulada como «Rêve d'amour» [Ensueño de amor], de dinámica creciente en intensidad en perfecta amalgama con el piano que después repite la melodía principal. Tanto Schuen como Heide sacaron todo el partido de esta preciosa joya que suele interpretarse con más frecuencia por voces agudas.
Para finalizar, sobre textos de Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), se interpretaron los Sechs Monologe aus «Jedermann» (Seis monólogos de «Jedermann»), de Frank Martin, un músico cuyo estilo se inspiró en el dodecafonismo de Arnold Schönberg (a partir de 1932), pero sin abandonar por completo lo tonal. Obra que exige un canto más declamado –propio del expresionismo y muy exigente vocalmente, con textos largos y de dramatismo complicado–, permitió a Andrè Schuen exhibirse y vaciarse de una expresividad que supo transmitir sin filtros al respetable. La potencia de los dos primeros («Ist alls zu End das Freudenmahl» y «Ach Gott, wie graust mir vor dem») contrasta con el tercero («Ist, als wenn eins gerufen hätt»), que el artista declama introspectivamente, hacia sí mismo, sobre células sonoras que moldea con propiedad Heide. De igual forma, el piano recrea las atmósferas de horror con secos ataques en «So wollt ich ganz zernichtet sein» y de miedo en «Ja! Ich glaub: Solches hat er vollbracht». El último Lied se corresponde con el monólogo de preparación del rico Jedermann ante la muerte, «O ewiger Gott! O göttliches Gesicht!», interpretada muy lenta, donde la ausencia del acompañamiento pianístico demuestra nuestra soledad ante ese trance. Desde luego, un final perfectamente adecuado e interpretado que nos devuelve al sosiego –aunque sea el de la muerte– para rematar unos monólogos de complicada ejecución.
Dado el éxito obtenido hasta ese momento, no sin demasiada insistencia por parte del auditorio, con sólo dos salidas a saludar, los dos artistas acometieron la parte dedicada a las propinas comenzando por el Lied de Schumann «Hörst du den Vogel singen?» [¿Oyes el canto del pájaro?]. Después, se interpretó la bella y celebérrima «L’ultima canzone del nacido a orillas del Adriático», Francesco Paolo Tosti (1846-1916), que desde luego consiguió elevar muchos grados la intensidad de los aplausos del público. Ante tal situación, y después de cuatro salidas más a saludar, se obsequió con una penúltima propina, esto es, la quintaesenciada y de belleza sin parangón «Ständchen» [Serenata], de Franz Schubert, que terminó por convertir en un gran éxito el recital de la pareja Schuen-Heide, coreada por una algarabía de bravos y parte del público puesto en pie que los vitoreaba. Finalmente, el artista anunció una canción de su región, la de Los Dolomitas y en su dialecto, de temática y carácter asimilables a una nana. Siempre decimos que es un placer recibir a nuevas promesas del Universo del Lied y que esa es la línea que el CNDM debe continuar, impulsando a la vez el seguir programando figuras de relumbrón.
Fortografía: Ben Vine/CNDM.
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