Por Alejandro Fernández
Roma. 14-I-2018. Auditorium Parco della Musica Roma. Sala Santa Cecilia. Sinfonía n.º 1 en sol menor, Op. 13, Ilusiones de invierno, y Sinfonía n.º 6 en Si menor, Op. 74 Patética de P. I. Tchaikovsky. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky. Director: Valery Gergiev.
Rusia será una de las la protagonistas de buena parte de los acontecimientos culturales y artísticos que se van a suceder en Italia durante este año, tal y como fue escenificado por la vicepresidenta de la Federación Rusa y su homóloga italiana, a la que no le faltaron espontáneos abucheos. Todo esto retrasó veinte minutos la aparición en la escena de los protagonistas de la velada: Valeri Gergiev, la Orquesta del Mariinsky y el comienzo del primero de los tres encuentros que van a repasar la integral sinfónica de P. I. Tchaikovsky coincidentes con el ciento veinticinco aniversario del oscuro fallecimiento del compositor.
No faltan ejemplos del acercamiento de grandes batutas y conjuntos al mundo sinfónico del músico ruso. Juanjo Mena lo hizo en el 2005 y, coincidiendo con el 175 aniversario del nacimiento del músico, la Filarmónica de Málaga organizó un intenso ciclo a lo largo de cinco programas entre sinfónicos y camerísticos en 2015. Pero sin duda, el gran atractivo de la propuesta romana de Gergiev radica en el juego de espejos que propone no sólo en el programa, sino también en el aspecto interpretativo. El director ruso marca en este punto una severa frontera que delimita dos momentos claros, los que separan una primera etapa que ocuparían las tres primeras sinfonías frente a una etapa extensa en el tiempo que protagonizan la Cuarta, Quinta y el gran monumento que constituye la Sexta sinfonía.
Apenas tres décadas separan el opus 13 de la Patetica y las diferencias entre ambas quedaron severamente contrastadas por Gergiev. A pesar de la escasa frecuencia de la primera sinfonía (Ilusiones de invierno) en los atriles –en tan sólo cinco ocasiones ha sido audicionada en Santa Cecilia– no es recomendable obviarla, dado el reto que supone para una una batuta y conjunto sinfónico su interpretación. Y sobre esta precisa idea se centró el director ruso: desplegar toda la paleta de ideas que se amontonan en esta sinfonía de la que destacan los dos primeros movimientos en contraposición a los últimos, menos precisos. Sirva como ejemplo el finale que retoma parte de los motivos expuestos del Allegro inicial. Resaltar el tono oscilante que marcó Gergiev a lo largo de toda la lectura de la página en busca de la ansiada unidad formal que Tchaikovsky intenta retratar. Al soberbio primer tiempo le seguiría el imborrable adagio dando paso al allegro que concluye en tiempo de vals. El tiempo fugado del cuarto movimiento desembocaría en la coda final especialmente pirotécnica.
La segunda parte del programa estuvo protagonizada por la última partitura firmada por Tchaikovsky y para la que Gergiev prescindió de partitura y batuta. Gesto firme y enérgico sin espacio o descanso para los profesores caracterizaron la lectura ofrecida por Gergiev y la Orquesta del Mariinsky. De principio a fin, de la nada al silencio, un silencio largo y penetrante que dibujó Gergiev tras las última notas de los chelos del adagio conclusivo. Pero antes en el primer tiempo dibujaría los miedos y angustias del autor a través de una atmósfera en ocasiones asfixiante, veladas otras. El Allegro que continuó no estuvo falto de elegancia como para contrastar al irresistible crescendo marcado por Gergiev para el tercer movimiento. Y tras éste, el adagio lamentoso rebosante de emoción en la conclusión de la sinfonía y la dialéctica personal iniciada por Tchaikovsky treinta años atrás. Definitivamente Gergiev es el referente de la interpretación sinfónica del compositor ruso.
Fotografía: mariinsky.us
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