Por José Amador Morales
Salzburg. 21-VIII-2018. Großes Festspielhaus. Gustav Mahler: Sinfonía n.º 9. London Symphony Orchestra. Simon Rattle, director musical.
Tras el festín sinfónico del día precedente con un concierto que superó las dos horas y media de duración, la London Symphony Orchestra y Simon Rattle se despidieron de Salzburgo con una Sinfonía n.º 9 de Gustav Mahler de gran impacto expresivo. Las “cuatro maneras de decir adiós”, lúcida expresión con la que Leonard Bernstein definió la última sinfonía completa del compositor bohemio, fue compuesta probablemente en el clímax trágico de su vida pues durante su proceso creativo tuvo lugar la muerte de su hija María, el descubrimiento de la infidelidad de su esposa Alma y el diagnóstico de su enfermedad cardíaca que a la postre resultaría mortal. Una sinfonía en la que Mahler, como señaló Pérez de Arteaga, “plantea la disyuntiva entre el ‘ser’ y el ‘dejar de ser’, entre el sentido y la ausencia, entre la fe religiosa y la duda racional, entre el amor y su carencia”, todo ello con un tratamiento musical que, a pesar de no incluir el canto como en sus trabajos sinfónicos precedentes, supera empero en carácter cantabile a todos ellos pues a esas alturas los recursos orquestales del compositor eran insuperables en términos expresivos, como sugiere David Holbrook.
Rattle, sin partitura ni siquiera atril por delante al igual que el día anterior, ofreció una “Novena” muy comunicativa pero sin extravagancia y hasta cierto punto sobria en su intimismo. La ejecución, soberbia en su transparencia y brillantez en un plano meramente sonoro, también rezumó equilibrio, concentración y musicalidad a raudales. Tal vez más ligero y menos insondable en los länder del segundo movimiento y en el tan satírico y como descomunal Rondo-Burleske, en todo casos muy lejos de toda afectación y siempre temperamentales, pero decididamente auténtico y conmovedor en todo el apasionante entramado de los movimientos extremos. La infinita gradación dinámica de los veintisiete compases que conforman el intenso adagio fue desgranada de forma sutilísima sin perder un ápice de tensión. En definitiva, una versión de enorme belleza y atractivo interpretativo con la que Simon Rattle se vuelve a reivindicar como director mahleriano al tiempo que la London Symphony hace lo propio como la mejor orquesta sinfónica británica.
Tras salir del trance que suele acompañar la audición de esta sinfonía quasi requiem, más aún si se trata de una interpretación en directo y de este nivel, un público puesto en pie agasajó efusivamente a los intérpretes obligando al director a salir en numerosas ocasiones para recibir las aclamaciones.
Fotografía: Marco Borrelli.