Por David Santana
Madrid. 16-X-2018. Teatro de la Zarzuela. Notas del Ambigú. Obras de Astor Piazzola, Carlos Gardel, Charlo, Juan de Dios Filiberto, Mariano Mores, Juan Carlos Cobián, Martín Urieta, pepe Aguilar, Jorge Zulueta y Pablo Sorozábal. Rubén Amoretti, bajo; Leonardo Milanés, piano
Un programa potente, con muchos autores poco habituales en la distinguida casa que es el Teatro de la Zarzuela; un gran cantante y un espacio tan excelente como el Ambigú del coliseo madrileño. El espectáculo tenía todos los ingredientes para ser una velada inolvidable.
Comenzó francamente bien, con el pianista Leonardo Milanés interpretando Invierno porteño de Astor Piazzola, prestando mucha atención a los matices, desde la íntima parte central hasta llenar de sonido la pequeña sala en las partes más intensas del tango, con la emoción a flor de piel.
Tras la «obertura» apareció en escena Rubén Amoretti, el protagonista de la noche, cantando El día que me quieras de Carlos Gardel. Desde el comienzo de la velada dominó completamente la escena, moviéndose de un lado al otro del piano siempre de forma seductora y natural. De la misma forma sonó su voz gracias al color oscuro y cálido de su inconfundible voz de bajo. La naturalidad con la que interpretó las obras fue tal que daba la sensación de que apenas se requería técnica y un señor del público, que casualmente se encontraba en frente de mí, se arrancó a cantar en el estribillo de Rondando tu esquina de Charlo ante la irritación de la dama que estaba a su lado.
Tras interpretar la cuarta de las obras de la noche –Caminito de Juan de Dios Filiberto– desapareció por uno de los laterales del Ambigú y rodeó el hall antes de volver a aparecer ante el público mientras Milanés tocaba las primeras notas de Uno de Mariano Mores. Aquí las cosas se empezaron a torcer. Varias veces el agudo sonó algo forzado con un color muy diferente a la calidez de sus graves con los que había conquistado al público.
También la imaginación comenzó a desaparecer a medida que avanzaba la velada y cometió el pecado de interpretar Mujeres divinas de Martín Urieta de forma absolutamente metronómica, sin un solo rubato ni ningún tipo de interés por darle la pasión que a partir de aquel momento sí siguió mostrando con la actuación, pero no con la voz. Llegó el turno del bolero Por mujeres como tú de Pepe Aguilar y no hubo ningún tipo de propuesta que resultase mínimamente interesante, ni por parte de Amoretti ni, mucho menos por parte de Milanés, que se limitó exclusivamente a acompañar, de forma correcta, pero simple y sin afrontar ningún tipo de riesgo. A falta de interés musical, Amoretti se decidió por usar un recurso que ya usaba Bertín Osborne en Sábado Noche, y repartió rosas entre las mujeres del público.
Para aquellos que nos quedamos sin rosa –nótese que el aquí escribiente es una persona rencorosa– y que íbamos por la música, trató de recuperar el interés con Noche de cabaret de Jorge Zulueta. Lo consiguió en parte con una explicación sobre el origen legendario de la pieza y se lanzó a cantar en francés ante la expectación del público. El resultado fue un buen principio, un brillante final operístico y la repetición hasta la extenuación de «si vous saviez» sin ningún tipo de variación. El programa finalizó con la interpretación de Hacer de un mísero payaso que fue correcta pero no destacó.
El público aplaudió, especialmente las señoras, y tras anunciar con un «¿a que no adivináis que obra es?» que iba a cantar las obras más típicas del repertorio ofreció La canción del toreador que canta el torero Escamillo en Carmen. Papel que, por cierto, interpretó Amoretti en el Teatro de la Zarzuela en 2014. Sin embargo, en esta ocasión ofreció una versión muy peculiar que, si bien no fue de mi gusto, hubiera resultado interesante si en la repetición de la melodía no lo hubiera hecho exactamente igual. La segunda propina de la noche fue el aria «Despierta negro» de La tabernera del puerto. También la versionó, pero esta vez de una forma más fresca e interesante.
La conclusión que debemos sacar de esta velada es que tanto Amoretti como Milanés son grandes músicos. Hicieron interpretaciones correctas y muy hermosas gracias a la increíble voz del bajo burgalés, sin embargo, faltó imaginación, seducción y emoción para que ambos nos hubiesen trasladado a los bares de los barrios bajos bonaerenses de los que nos habla Pérez-Reverte en El tango de la guardia vieja. En lugar de ello interpretaron al estilo de los salones parisinos de principios del siglo pasado, contentando con falso exotismo a un público que solo buscaba salir de su rutina burguesa escuchando unos tangos desapasionados.
Fotografía: marenartists.com
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