Por Natalia Berganza
Granada. 26-VI-2018. Patio de los Arrayanes. 67.º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Obras de Claude Debussy. Pierre-Laurent Aimard, piano.
¿Qué mejor reflejo en el agua del estanque que el de la Torre de Comares? La fantasía sonora de Debussy para transformar cualquier imagen en música, incluso aquellas que no conocía (La puerta del vino es una de sus obras, y nunca estuvo en Granada) es, como dice el protagonista de esta noche en El patio de los Arrayanes, Pierre-Laurent Aimard, “incomparable”. Y así queda confirmado, en este concierto para piano del Festival de Granada: Debussy es capaz de ambientar cualquier imagen mental y Aimard es capaz de materializarla.
Pongámonos en situación: olor a tilo en flor, noche estrenada, luna con tul de calima, piedras de todos los tipos y colores, boj y agua. Con la puerta de madera labrada en lacería como telón de fondo del escenario entre los arcos, el sonido del piano llenaba todo el Patio.
Comenzó el concierto con una obra (fantásticamente explicada en las notas por Víctor Estapé) compuesta de pequeñas piezas por diversos autores del momento rindiendo memoria al autor de quien se cumple el centenario de su muerte este año, epicentro del programa de esta noche y eje axial del Festival programado por su nuevo director, Pablo Heras-Casado.
El dulce sonido de Aimard invadió la atmósfera desde su primera nota, lleno de referencias e intenciones. Cada autor levantó el sombrero al paso del recuerdo de Debussy a su manera: Malipiero pensando en el cortejo, Bartók con su sonoridad de cuartas, Goossens imitando su estilo, Stravinski con la repetición de los acordes a modo de mantra, Dukas con la transformación del obstinato, en una de las piezas más apasionadas. El silencio que se creó después del Tombeau de Claude Debussy fue casi metafísico, provocado por Aimard, con la última nota seca y melancólica de la obra de Dukas a la memoria de su querido amigo.
La obra Images del compositor francés se divide claramente en dos Cuadernos de tres movimientos cada uno. “Reflejos en el agua” es el primero de todos ellos, quizá el más perfecto, y con él, el pianista ya demostró la capacidad evocadora de su forma de interpretar y el equilibrio perfecto de su sonido en todos los registros del piano.
Su sonido, nítido y sin coqueteos con lo superfluo, directo y clarividente, es perfecto para la música contemporánea –que ha trabajado durante toda su carrera–, también para la música más jeroglífica de Bach (El arte de la fuga fue su primer disco para Deutsche Gramophon en 2007), pero no es menos apropiado para un Debussy entendido en toda su dimensión. Delante de nuestros propios ojos y oídos la claridad se volvía sensibilidad, el matiz, caricia sonora y las dificultades técnicas, magia. El control meticuloso de cada movimiento, de cada gesto –canturreando a la vez que tocaba– quizá restó potencia y frescura al conjunto, pero su extraordinaria delicadeza se ponían en evidencia a cada nota.
“Wagner fue una maravillosa puesta de sol y ha sido confundido con un amanecer...” dijo Debussy en una ocasión. Los Études son una página gloriosa dentro de la obra de Debussy, de su periodo final, donde verdaderamente se pone en duda si él es un crepúsculo o una aurora musical; y se llega a la conclusión de que es ambas cosas pues el sol nace y muere a la vez siempre, solo depende de dónde se esté. La obra está dedicada “A la memoria de Chopin” y, si bien puede parecer que su dedicatoria es más simbólica que modélica, podemos observar con atención cómo el virtuosismo se construye sobre la expresividad con la escusa del desarrollo de la técnica, al igual que hizo el compositor francés de adopción; pero Debussy va un paso más allá en ambos aspectos, el expresivo y el técnico; todo ello deconstruyendo la forma tal y como se había concebido hasta entonces, en favor del desarrollo de la imaginación sonora.
Aimard consiguió recrearse en la sonoridad con una interpretación áurea..., ideal, sin dejarse llevar de forma improvisada y, casi siempre, muy controlada. Por fin un poco más apasionada en el Estudio “Para las octavas”; preciosista en el estudio “Para las terceras”, claro y limpio en “Para las cuartas”, chopiniano en el estudio “Para las sextas”, imitando el vuelo del “murciélago” en “Para los ocho dedos”. Limpísimo y elegante de pedal en “Para los adornos”, alardeando en “Para las notas repetidas”, mágico y ensoñador en “Para los arpegios compuestos” y finalmente, evocando el “maquinismo” en un tour de force con el piano en “Para los acordes”. Es decir, un exhibicionismo pianístico impresionante, pero delicado y modesto, no de relumbrón, más bien intimista y serio, para un público selecto.
En fin, una noche calma de filósofos, músicos y poetas: un compositor maravilloso... un programa adecuadísimo... y un intérprete de ensueño... para dejar volar la imaginación en los jardines de la Alhambra.
Fotografía: pierrelaurentaimard.com
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