Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 30-I-2018. Auditorio Nacional, Sála sinfónica. Obras de Coello, Chopin y Prokofiev. Rafal Blechacz, piano. Agnes Zwierko, mezzosoprano. Orquesta y coro de la Comunidad de Madrid. Coro de Radio Televisión Española. Víctor Pablo Pérez, director.
Desde que en 1975 Krystian Zimerman ganase el internacionalmente conocido concurso Chopin de Varsovia, ningún otro polaco había recibido de nuevo este galardón. Hasta que en 2005 el joven pianista Rafal Blechacz se hizo con los cinco primeros premios del certamen –sí, los cinco–. Semejante hazaña, sumada a su espectacular grabación de los Preludios Op. 28, llamó la atención de todos aquellos que, cada cinco años, seguimos el desarrollo del concurso. Era, pues, imprescindible la cita del pasado 30 de enero en el Auditorio Nacional, en la que pudimos escuchar al polaco en su interpretación del Segundo concierto para piano y orquesta de Frédéric Chopin, arropado por la ORCAM y por su director titular Víctor Pablo Pérez.
No obstante, antes de disfrutar de la interpretación de Blechacz, los asistentes a la velada pudimos presenciar el estreno absoluto de la obra Los sueños de Ossian, del compositor tinerfeño Emilio Coello. Se trata de una obra construida para coro mixto y orquesta que, sin ser especialmente rompedora desde el punto de vista estético, alcanza a crear unos paisajes oníricos bastante interesantes y el resultado global traspasa el significado de la palabra «agradable». No sólo es una obra de escucha amena, también se aprecia una minuciosa orquestación y un buen tratamiento de las voces en la parte coral, cuyas líneas denotan una especial atención al texto, escrito por María Teresa de los Frailes. El conjunto formado por la orquesta y el coro hicieron un trabajo muy digno pero, como es habitual en los estrenos, queda un amplio recorrido para perfeccionarla. Confiemos en que la ORCAM la añada a su repertorio habitual y la interprete con cierta frecuencia, alcanzando el dominio de la partitura y la maestría en su interpretación.
Fue después el turno de Blechacz y del maravilloso segundo concierto de Chopin. Pese a que Chopin era un compositor eminentemente pianístico y no dedicó más que un pequeño número de obras a la escritura orquestal –y siempre como complemento al piano–, no renunció a rendir homenaje a una forma que nace en el Barroco pero encuentra en el Romanticismo su cumbre. La relación del piano y la orquesta en estas páginas chopinianas se caracteriza por una supremacía del solista frente a la masa orquestal, cuyas intervenciones son más un descanso para el héroe que un momento de elaborado desarrollo. La interpretación de Blechacz fue sencillamente espectacular, sin fisuras, capaz de las más dulces sutilezas y del sonido más rotundo, dentro de la rotundidad que Chopin permite. Un cantábile envidiable y una claridad transparente completaron una versión deliciosa en la que el pianista no renunció ni a su individualidad como músico ni al respeto hacia texto del compositor, consiguiendo una fusión perfecta de ambas visiones. Las ovaciones fueron largas y cálidas, lo que propició que Blechacz obsequiase al público con dos piezas fuera de programa: el Vals Op. 64, n.º 2 en do sostenido menor, y el Preludio Op. 28, n.º 7 en la mayor, el más breve de la colección.
Tras la aplaudida intervención de Blechacz presenciamos la primera interpretación de la cantata Alexander Nevsky Op. 78, de Sergei Prokofiev, en la historia de la ORCAM. Para su realización se contó con el apoyo del coro de RTVE y con la breve pero contundente participación de la mezzosoprano –y doctora en música– Agnes Zwierko. Prokofiev escribió Alexander Nevsky como música incidental para la película homónima dirigida por Sergei Eisenstein en 1938. Ese mismo año el compositor la adaptó como cantata para coro, orquesta –con una abundante sección percusiva– y mezzosoprano solista. El papel de la mezzo es corto pero de una gran fuerza expresiva, y así supo traducirlo Zwierko en su interpretación. Aparecida como de la nada, con paso lento y ceremonial, la cantante polaca exhibió un timbre oscuro, con un vibrato que al principio nos pareció excesivo pero que poco a poco se fue volviendo casi necesario, hasta el dramático e intenso final del aria El campo de la muerte. Después, igual que entró, salió lenta y teatralmente del escenario. Debo reconocerme gratamente sorprendido por la seguridad, el aplomo y la resolución con los que la ORCAM hizo frente a esta partitura, que nunca antes había sido interpretada por la agrupación. Hubo ciertos desajustes, por supuesto, pero no cabe duda de que Víctor Pablo Pérez hizo un excelente trabajo con los maestros de la orquesta y que su visión de la obra de Prokofiev fue sólida y meditada. Del mismo modo cabe elogiar la labor de ambos coros y sus directores, Paulo Lourenço y Javier Corcuera. El público reconoció largamente los logros de director, orquesta, coros y solista, brindándoles una calurosa ovación antes de abandonar el Auditorio.
A pesar de la rutilante grandeza con la que finalizó el concierto, del buen hacer de la ORCAM, de la intervención maravillosa de Agnes Zwierko y de la fantástica labor de los coros, debo confesar abiertamente que mi pasión por la tecla me obliga a situar a Blechacz como protagonista incontestable de la noche, con un pianismo maravilloso que aúna lirismo, fuerza y personalidad. Un pianista que se prodiga poco en nuestro país y al que sin duda deseamos ver con frecuencia. Quizá un día podamos contar con él en la próxima temporada del ciclo «Grandes Intérpretes» de Scherzo, en un recital a solo. Sin duda, eso sería fantástico.
Fotografía: ORCAM.
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