Maravilloso comienzo del Universo Barroco en la sala de cámara, con una Nuria Rial en estado de gracia, magníficamente bien arropada por La Ritirata en formación de quinteto, ofreciendo una versión memorable de la extraordinaria obra de un «arenense» Boccherini.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 10-X-2018. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Stabat Mater, de Luigi Boccherini. Nuria Rial • La Ritirata | Josetxu Obregón.
De no tratarse de un país como España, en el que por alguna extraña razón suele tenderse a despreciar lo nuestro y privilegiar lo de fuera, parece razonable pensar que Luigi Boccherini (1743-1805) debería ser un autor absolutamente valorado, al menos en la justa medida que su excepcional talento merece. Sin embargo, y dado que en cierta manera a Boccherini se le puede considerar como un compositor italiano –de nacimiento y estilo compositivo– pero español de adopción, esto automáticamente pasa a inhabilitarle como una figura de respeto para la historiografía española de las últimas décadas. Solo así es posible comprender el poco apego que las instituciones han demostrado, y demuestran, por su figura en la España del siglo XXI. Pero quedémonos con lo bueno, pues por fortuna existen intérpretes que son capaces de apreciar la calidad, aunque sea española, y darle el espacio y el valor que en justicia merece. Sin duda, La Ritirata y Josetxu Obregón puede ser considerados –imagino que con sumo orgullo para ellos– verdadera adalides de la obra de Boccherini por buena parte del mundo. El hecho de que hayan querido inaugurar el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical –en su sede de la sala de cámara; la inauguración en la sinfónica corrió de la cuenta de Europa Galante y Fabio Biondi, con más pena que gloria– con un monográfico dedicado al compositor de Lucca, dice ya mucho de sus intenciones y supone, a todas luces, un gesto que hay que alabar convenientemente.
Dos obras conformaron este programa monográfico, ambas compuestas en su estancia en España –lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que pasó aquí los últimos treinta y siete años de su vida, componiendo gran parte de su impresionante corpus musical en tierras patrias. Precisamente de su segunda estancia en Madrid es la primera de las dos obras, su Quinteto de cuerda en Si bemol mayor, Op. 39, nº 1, G 337, su quinteto 73.º, pero aquí renovado y modificado ligeramente, con la sustitución del habitual segundo violonchelo –con el que creó sin duda un género– por un contrabajo, lo que le aporta una dimensión expresiva y sonora de gran densidad, privilegiando más si cabe el registro grave. Es esta, además, una obra muy curiosa en su estructura, casi a la manera de un gran Rondo en el que un amable y elegante Tempo di Minuetto acude cada cierto tiempo como una especie de recordatorio sonoro, que sin duda ayuda a mantener una atención permanente en la escucha, si es que en algún momento la mente se libera de la exquisita escritura a la que Boccherini nos tiene acostumbrados en obras de este tipo, de las que sin duda fue uno de los mayores exponentes en la historia de la música occidental –su aporte al trío, cuarteto, quinteto y sexteto de cuerda es absolutamente fundamental e insustituible–. La interpretación de los cinco miembros del conjunto español brilló desde el inicio, con una limpidez en el sonido y una pulcritud en la afinación que no siempre es posible observar en formaciones camerísticas de este tipo. Impresionante el concurso de los violines de Hiro Kurosaki y Pablo Prieto –un tándem de auténtico lujo, a los que afortunadamente se puede escuchar muy a menudo por estos lares–, entendiendo a la perfección el contrapunto boccheriniano, el juego dialógico entre ambos, traspasándose de forma muy fluída los diversos temas entre uno y otro, y sabiendo adoptar de forma brillante cada cual su papel, sin duda Kurosaki –al que noté más cuidadoso y equilibrado en su sonido, menos áspero que en otras ocasiones– como el gran protagonista, y Prieto como un «gregario» de una inmensa calidad.
La obra principal del programa fue el descomunal Stabat Mater, Op. 61, G 532, en su primera versión para tiple con acompañamiento de cuerda [dos violines, viola y dos violoncelli obbligati, sustituyendo de nuevo aquí el segundo de ellos por el contrabajo]. Obra de una factura exquisita, toma para sí el claro ejemplo del célebre Stabat Mater de Pergolesi, al que aporta su fascinante tamiz, con una versión camerística que sin duda sitúa la obra en otra dimensión. La composición, que ha alcanzado una notable atención por parte de los intérpretes historicistas, cuanta con grandes versiones discográficas –la mayoría con la versión para quinteto y con dos violonchelos, aunque alguna también en versión de orquesta de cámara–, pero podemos decir con total convicción que la versión ofrecida por la inconmensurable Nuria Rial y La Ritirata se sitúa sin duda a la cabeza de todas ellas, como una referencia interpretativa que debería ser llevada al disco más pronto que tarde. Así lo espero.
Lo que Rial nos regaló en esta hermosa velada no está al alcance de muchas sopranos de la actualidad: belleza tímbrica, una dicción excepcionalmente clara del texto –algunas consonantes palatales algo duras en ocasiones–, un magnífico dominio de las agilidades, con un fluir envidiable en el fraseo y la articulación. Únicamente en algunos momentos –muy pocos– descontroló el agudo, ofreciendo las más de las veces un apabullante dominio de la línea de canto, moviéndose con igual exigencia por la zona media que por el registro agudo. Sin ser una obra vocalmente muy exigente, sí plantea algunos retos –quizá más a nivel expresivo que técnico– que solo las grandes cantantes pueden afrontar con insultantes garantías. Rial demostró aquí que sigue en ese magnífico estado de forma en el que se mantiene desde hace años –y que sea por muchos más–. Me quedo con su magnífico desempeño en las ondulantes y sugerentes coloraturas del Quæ moerebat et dolebat o del Virgo virginum praeclara; pero también con su capacidad de epatar en pasajes de tanta hondura como en el inicial Stabat mater dolorosa o en el Quando corpus morietur conclusivo –que retoma el tema inicial–. La obra, de una escritura muy particular, a veces incluso algo desconcertante –con esos finales un tanto abruptos e inesperados, la inclusión de una especie de recitados en algunos de los movimientos o la curiosa factura del Amen conclusivo–, rebosa momentos de gran dramatismo y belleza, que encuentran en Stabat mater dolorosa; Quæ moerebat et dolebat; Eja Mater, fons amoris y, especialmente, en Virgo virginum praeclara –absolutamente hipnótico, en cuya aparente ingenuidad melódica radica un encanto maravillosamente bello, por lo que quizá elegido como bis para finalizar del concierto– algunos de los momentos álgidos de la composición. Con la soprano catalana se tiene la sensación de estar escuchado una voz casi etérea, por momentos de tan hermoso sonido que resulta difícil de asumir. Su naturalidad extrema y su capacidad para lograr un refinamiento extremo en cada pasaje la convierten en un ejemplo sonoro para este tipo de repertorios...
Rial se vio arropada permanentemente con la mayor delicadeza posible por los cinco miembros de La Ritirata, con los restantes miembros ofreciendo momentos muy logrados en el tratamiento sonoro. El violista Daniel Lorenzo, acostumbrado a mantener un papel en segundo plano –pero fundamental–, tuvo aquí la oportunidad de lucir su magnífica capacidad interpretativa, logrando un color vigoroso pero muy cuidado, y especialmente una gran visión de equilibrio sonoro dentro del conjunto. Lo de Ismael Campanero, que ya ha pasado de joven promesa a presente arrollador, es realmente admirable: siempre firme en el sonido, sustentando desde el grave la construcción del quinteto, aportando en cada momento el punto justo de sonido –siempre presente, pero sin acaparar–, con una asombrosa capacidad rítmica, nunca fuera de tempo, y con un magnífico manejo del pizzicato.
Por su parte, Josetxu Obregón, el alquimista por cuya mente se concibe todo lo que sucede en estas veladas de La Ritirata, demuestra cada vez que se sube a un escenario que es uno de los mejores violonchelistas en el campo de la interpretación histórica que existen en el panorama mundial de la actualidad. Tremendamente dotado en lo técnico –impresiona su control sobre todo lo que sucede, teniendo además la complejidad que tiene siempre la línea del chelo en las obras de Boccherini–. Resulta impactante su capacidad sonora, siendo uno de los chelistas con una mayor pulcritud en el registro agudo del instrumento –aquí tuvo oportunidad de lucirlo de manera brillante tanto en el Quinteto como en el Stabat–. A pesar de que descargó aquí su papel de director prácticamente en toda la velada –contar con un concertino con Kurosaki también permite relajarse en este sentido–, buena parte de la «culpa» de lo que sucede siempre con este conjunto hay que anotársela a él. Sin duda, La Ritirata está en ese momento de forma extraordinario en el que cada uno de sus conciertos se convierte en un evento de mayúsculas proporciones. Que disfruten y aprovechen de este momento, porque sin duda lo merecen.
Magnífico arranque del Universo Barroco en la sala de cámara, ahora sí por unos derroteros que hacen disfrutable una buena velada musical: programas sugerentes, música extraordinaria, patrimonio musical español y unos intérpretes españoles de excepcional nivel. Poco más se puede pedir.
Fotografía: CNDM.
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