Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 23-I-2018. Auditorio Nacional. Ciclo «Grandes intérpretes» de la Fundación Scherzo. Obras de Franz Schubert. Mitsuko Uchida, piano.
La vigésimo tercera edición del ciclo «Grandes intérpretes» de la Fundación Scherzo se abrió el pasado 23 de enero con un recital que, para qué ocultarlo, quien suscribe aguardaba con ilusión. Mitsuko Uchida es un referente para todos los que amamos el piano, y poder verla en su única parada en nuestro país ha sido un privilegio. Más aún si, como es el caso, el programa está dedicado íntegramente a la obra de un compositor tan complejo y profundo como Franz Schubert, que armándose de la serenidad más apacible es capaz de sacudir el alma del oyente.
La velada comenzó con la monumental sonata D 958. Escrita en la tonalidad de do menor, se trata de una obra de reminiscencias claramente beethovenianas. Al contrario de lo que suele ser más habitual en la música del autor, esta obra está lejos de ser serena y amable, permaneciendo en un constante clima de tensión y de turbulencia. Su primer movimiento se abre enérgicamente y discurre por terrenos sinuosos sin acabar de proporcionar descanso tanto al espectador como al intérprete —que cuando no debe hacer frente a dificultades mecánicas considerables debe dar unidad y calidez a engañosos pasajes de aparente y falsa facilidad—. El segundo movimiento comienza plácido y contemplativo pero no tarda en discurrir por parajes de duda, desesperación y cierta rebeldía ahogada. El tercero, por su parte, es melódicamente inestable, de modo que el oyente no es capaz de predecir el camino que tomará la línea melódica principal, y el cuarto y último es un obsesivo y rítmico movimiento perpetuo que sirve como brillante colofón a una de las sonatas más densas de la producción schubertiana. Sería mentir decir que el nivel de ejecución de Uchida fue altísimo e impecable. Hubo desajustes, hubo errores y el sonido general fue ligeramente turbio, como si en todo momento una neblina envolviese la música. Probablemente esto se debiera a la conjunción de dos factores críticos, el pedal y el tempo. El pedal fue quizá excesivamente generoso, y el tempo muy rápido en según qué momentos, lo que lamentablemente redundó en una pérdida de la claridad. No obstante Uchida es pianista con tablas, su timbre es dulce y cálido, y domina el impacto de los contrastes.
Tras una confusión provocada por un error en el programa de mano —malentendido que provocó que parte del público abandonara la sala creyendo que había llegado el descanso, y que nos dejó la imagen de una Uchida más perdida que molesta— la pianista se enfrentó a la amable sonata D 664 en la mayor. Es la tercera vez que escuchamos esta sonata en un intervalo de tiempo relativamente corto. Primero fue Barenboim en noviembre de 2016, luego Perianes a mediados del año pasado, y ahora Uchida. No tiene sentido entrar en cuál de las tres fue mejor interpretación, pero la de Uchida tuvo momentos verdaderamente agradables y se caracterizó por un fantástico control de la flexibilidad del tempo.
Después del descanso —ahora sí—, Uchida se enfrentó a otra de las geniales e inmensas sonatas del vienés, la D 894 en sol mayor. La pianista consiguió el clima ideal en el inicio, que intensificó a medida que avanzábamos en la partitura. Pasando de la calma estática del primer movimiento a los arrebatos que interrumpen la elegancia del segundo, del vals inquieto y fluctuante del tercero al luminoso Allegretto final, Schubert nos hizo viajar por esos paisajes tan suyos, donde se conjugan la planicie, el verdor y la sombra, guiados por las sabias manos de Uchida. Sin embargo, la neblina envolvió nuevamente el paisaje pianístico de la japonesa en esa leve turbidez que incomoda sin llegar a molestar y debido a la cual no podemos calificar su intervención de magistral. Al terminar la sonata, en pianissimo, el público guardó un instante de religioso silencio antes de vitorear largamente a la intérprete, que abandonó el escenario con visibles signos de cansancio aunque sonriente y agradecida.
Mejorable pero intenso recital el ofrecido por Mitsuko Uchida como apertura de la XXIII edición del ciclo «Grandes intérpretes» de la Fundación Scherzo. Nos permitió apreciar una música que siempre, se mire por donde se mire, ofrece algo nuevo al oyente. Schubert, aunque sea entre la niebla, ilumina.
Fotografía: Justin Pumfrey.
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