Por Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 24-X-2018. Fundación Juan March. Luis y Víctor del Valle, piano. Obras de Mozart, Schubert y Brahms.
Sólo en contadas ocasiones disfruto abierta y verdaderamente de la música de cámara. Deben darse una serie de condiciones poco frecuentes para que se produzca esa placentera electricidad que me recorre en un buen recital de piano, clave u órgano, y naturalmente en presencia de una buena orquesta. La música de cámara requiere un trabajo minucioso, detallado e intensivo no ya por parte de cada intérprete en solitario sino del conjunto mismo, y las apretadas agendas de los grandes nombres hacen que ese trabajo se reduzca al mínimo. Pero el pasado 24 de octubre sucedió que, sobre el escenario de la Fundación Juan March, aparecieron dos músicos de inmenso talento que pulverizaron mis reparos a la música para pequeño conjunto, rubricando un concierto de esos que uno no olvida fácilmente. Me refiero a Luis y Víctor del Valle.
Invitados por la Fundación a participar en el ciclo dedicado al piano de Schubert, ambos pianistas interpretaron un programa que visitó obras de Mozart y Brahms, además de dos conocidas partituras del protagonista vienés. Comenzó el recital con el Andante con variaciones KV 501. Sorprendió desde el primer momento la unidad de la interpretación; no ya la unidad formal, sino el nivel de integración mecánica de ambos pianistas. No hubo un acorde, un adorno, un detalle en la parte de uno de los dos músicos que se adelantara mínimamente a la intervención del otro. La sincronía, la conexión entre los hermanos del Valle, fue sencillamente impecable. Su gestualidad, amplia y expresiva, no cae en la exageración ni distrae al espectador, que más bien percibe sus movimientos como parte de la música, como una forma de sentir y razonar la partitura. Si Mozart es uno de los autores más comprometidos para piano solo, a cuatro manos se vuelve ciertamente arriesgado: la precisión del toque, de la articulación, la claridad en la exposición melódica, todo ello multiplica la necesidad de unos músicos perfectamente compenetrados. Víctor y Luis del Valle son esa clase de músicos. Se entienden, se intuyen como sólo dos hermanos pueden hacerlo, y el resultado se hace evidente por sí solo. Así, la Sonata KV 521 del de Salzburgo fue prácticamente perfecta: limpia, clara, no exenta de gran energía cuando así fue necesario, pero siempre con deslumbrante transparencia.
Llegó el turno de Schubert y sus Variaciones sobre un tema original D 813. El protagonista de este ciclo programado por la March toma mucho del modelo mozartiano y esta serie de variaciones no es una excepción. Desarrolladas a partir de un tema preñado de posibilidades, las variaciones siguientes se extienden a lo largo de casi veinte minutos en los que Schubert despliega la fascinante paleta de recursos que le permite mostrar tan diversos puntos de vista sobre un mismo material temático. Los hermanos del Valle volvieron a convencer con una sólida interpretación llena de contrastes, energía y lirismo.
Tras el intermedio, una clásica partitura schubertiana para piano a cuatro manos nos estaba esperando. La primera vez que escuché en concierto la Fantasía en fa menor D 940 fue en las manos del Dúo Wanderer, formado por dos músicos españoles cuya trayectoria se ha desarrollado principalmente en el ámbito de la docencia: Teresa Pérez Hernández y Francisco Jaime Pantín. Recuerdo que me causó un fuerte impacto la inventiva del compositor —cuya obra, por entonces, apenas conocía— y me agrada comprobar que esa misma sensación me recorre todavía cuando la escucho en la actualidad. El Dúo del Valle la abordó con madurez, solvencia y —nuevamente— una cohesión entre ambas partes realmente espectacular. No tiene sentido seguir insistiendo en el talento de estos dos músicos, talento que no demostró flaqueza en ningún punto del recital. Baste añadir que Brahms no fue menos interesante y que la selección de números pertenecientes a las Danzas Húngaras WoO 1 estuvo plagada de instantes de gran interés y cuyo hilo conductor fue un discurso musical fruto de un trabajo realmente profundo.
En resumen, un concierto francamente brillante. No quiero dejar de felicitar a los hermanos Luis y Víctor del Valle por su pulcro, minucioso e inteligente trabajo. Así da gusto disfrutar de un programa como este, comprometido, difícil y bello, y más aún cuando el nivel de cohesión entre ambos intérpretes es tal que sus cuatro manos parecen pertenecer a un único pianista que persigue y alcanza su ideal. ¡Bravo!
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