Por Pedo J. Lapeña Rey
Madrid. 02-VII-2018. Teatro Real. Lucia di Lammermoor (Gaetano Donizetti/Salvatore Cammarano). Venera Gimadieva (Lucia), Ismael Jordi (Edgardo), Simone Piazzola (Enrico), Marko Mimica (Raimondo), Yijie Shi (Arturo), Marina Pinchuk (Alisa), Alejandro del Cerro (Normanno). Orquesta y Coro del Teatro Real. Director Musical: Daniel Oren. Dirección de escena: David Alden.
A la espera de la función en versión de concierto de Thais de Jules Massenet con Plácido Domingo y Ermonela Jaho del próximo 26 de julio con la que se cerrará la temporada actual del Teatro Real, en estos días llegamos a la última producción escenificada. Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, un título clave de la Historia de la lírica, que llevaba diecisiete años ausente de la capital. La recordada producción de Graham Vick de 2001 tuvo nada menos que a Edita Gruberova como cabeza de cartel, en unas funciones de las que no se olvidan.
El Teatro Real ha apostado por una gran repercusión de este título. Se han programado quince funciones con dos repartos alternativos, y varias de ellas se integran en la Semana de la Ópera, que culminará el próximo sábado 7 de julio con la retransmisión en semi directo en 3 pantallas delante de su fachada, en la madrileña Plaza de Oriente. Además, también se retransmitirá por plazas, parques, jardines, centros culturales, teatros, ayuntamientos, auditorios y museos de 42 provincias españolas. La difusión internacional se asegura a través de Facebook Live, Palco Digital y Opera Vision.
En CODALARIO ya hemos podido leer la crítica del primer reparto que hizo recientemente Raúl Chamorro. Hoy nos vamos a referir al segundo reparto, compuesto en sus papeles principales por Venera Gimadieva, Ismael Jordi, Simone Piazzola y Marko Mimica.
El Teatro Real ha elegido la veterana producción que David Alden diseñó para la English National Opera en 2010. En su día tuvo bastante éxito, y en estos años se ha repuesto en varios teatros. Tras su paso por Madrid, volverá este otoño al London Coliseum. Ambientada en el comienzo del siglo XIX, cuando Sir Walter Scott escribe su novela La novia de Lammermoor, huye de los espacios abiertos que demanda el libreto, llevando todos ellos a las habitaciones y salones con paredes desvencijadas de la casa de los Ashton, una especie de prisión interior para la protagonista, que a la vista de lo anterior, es normal que acabe loca. El vestuario, diseñado por Brigitte Reiffenstuel es atractivo y acorde a la producción, salvo el de Edgardo, que aparece como un alter ego de Braveheart, y la adecuada iluminación de Adam Silverman, en tonos blanco y negro termina de crear “la prisión” de Lucia. David Alden maneja con soltura la trama, pero ya sabemos que en los últimos tiempos, está de moda llevar todo al extremo. Como la historia no le parece bastante opresiva de por sí, ni suficientemente penosa y humillante para la protagonista, necesita ahondar más en la herida, haciendo aún más odiosos a los personajes de Enrico y Normanno. Para ello recurre a detalles de verdadero mal gusto como cuando Enrico introduce su mano por las enaguas de su hermana para apretarle su sexo, segundos antes del agudo del “…starà sempre innanzi a te” con que termina la escena de los dos hermanos previa a las nupcias, o el empujón final a un Edgardo moribundo en la escena final de un Enrico que, aun no sabemos por qué, se dedica a pasear el cadáver de su hermana en la escena final. En fin, personalmente esperaba mucho más de un David Alden de quien he podido ver producciones muy atractivas de Katia Kabanova en el Teatro Sao Carlos de Lisboa y de Kovantchina en la Opera de Flandes.
La dirección musical ha estado encomendada al veterano director israelí Daniel Oren, en su segunda aparición este año tras La favorite del pasado mes de noviembre. Una dirección con luces y sombras, lastrada por unos tiempos en general lentos, faltos de empuje y ayunos de tensión teatral, pero que por el contrario, tuvo momentos concretos de auténtica magia como toda la introducción al sexteto, el acompañamiento de la cavatina “Regnava del silenzio” o casi todo el acto final, destacando la introducción al “Tombe degli avi miei”. Hubo algo que me llamó negativamente la atención. En los saludos finales, cuando la Sra. Gimadieva fue a buscarle, la evitó y fue directamente a levantar a la orquesta alzando los brazos como si hubiera marcado un gol en el Mundial. No se si tuvo algún problema con ella, pero es una reacción que no se entiende en un hombre como él, tan apegado a las tradiciones de la ópera.
La soprano rusa Venera Gimadieva y el tenor jerezano Ismael Jordi tuvieron a su cargo los papeles protagonistas. Esta obra, no nos cansaremos de repetir, es un auténtico miura, en el que grandes voces han naufragado a lo largo de la Historia. A priori, ninguna de las dos parecían apropiadas para ambos roles, pero tenemos que ser prácticos. O hacemos una enmienda a la totalidad, y nos quedamos en casa, o vamos al teatro a tratar de disfrutar. Y la verdad es que la noche del lunes, sin ser nada excepcional, ambos intérpretes nos dieron una buena noche de ópera.
La rusa Venera Gimadieva, soprano lírico-ligera con un registro central cálido, intenso y delicado, hizo una meritoria interpretación del rol principal. Lástima que el registro grave brille por su ausencia, y que el agudo, brillante y luminoso cuando entra, se descontrole más de la cuenta. Quizás el problema no es solo suyo, ya que el Sr. Alden le obliga a dar agudos casi de trapecista –varios tumbada en un mesa, algunos estando en brazos de su hermano o de su amante, e incluso, alguno cabeza abajo– con lo complicado que es no estar bien asentado y con los pies en la tierra. En general, su fraseo es grato y tiene momentos interesantes, sobre todo en los dúos, pero en otros se queda en la epidermis, transmitiendo poco. Y Lucia debe transmitir para poner el teatro patas abajo. Su dominio de la coloratura tampoco es destacable, pero aun con los problemas mencionados es capaz de salir airosa y componer una Lucia más que aceptable.
Me costaba a priori asociar la voz del tenor jerezano Ismael Jordi, de volumen limitado y timbre poco atractivo, al papel de Edgardo. Llevaba más de 5 años sin verle –desde que cantó el Enrique de Brujas en el Duque de Alba de Donizetti en la Opera de Flandes– y en este tiempo, la voz ha ganado peso en el centro, sin perder su capacidad en el registro superior. Pero al contrario que otros, el Sr. Jordi, gracias a su buen gusto cantando y a su dominio del estilo belcantista, conquista al público con entrega, fraseo preciso y cuidado, solvencia, y una apreciable expresividad, siendo el triunfador de la tarde.
Decepcionante la actuación de Simone Piazzola como Enrico, sobre todo por una emisión muy pobre, retrasada, y sin liberar, que le obliga a cantar casi siempre en forte. Aun así, su voz que tampoco es atractiva, no corre, y aunque trata de cuidar la línea de canto, y tiene un buen sentido del legato, al final lo estropea lanzando agudos desagradables por doquier. Escénicamente perfiló un Enrico más violento y feroz de lo que ya es el personaje de por sí.
Mucho más entonado el bajo croata Marco Mimica como Raimondo. Su voz es homogénea y pastosa, y su emisión es fácil salvo en el registro grave que le cuesta mucho cubrir. Su fraseo aquilatado y la nobleza de su canto destacaron por encima de todo.
Todo un lujo fue la presencia del tenor chino Yijie Shi como Arturo. Una voz atractiva, de calidad, radiante, bien emitida, capaz de emitir agudos limpios con facilidad insultante, y con un fraseo muy elegante. También destacable el Normanno del tenor cántabro Alejandro del Cerro, de buena emisión y de fraseo emotivo e intenso. Más pobre la Alisa de Marina Pinchuk.
El público, bastante parco en aplausos a lo largo de la función, aclamó en los saludos finales al Coro y a todos los protagonistas, con especial al Sr. Oren y a los dos protagonistas.
Fotografñia: Javier del Real.
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