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Crítica: 'L'elisir d'amore', de Gaetano Donizetti, en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona

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Autor: Raúl Chamorro Mena
18 de enero de 2017

UN ELISIR UN TANTO INSÍPIDO

   Por Raul Chamorro Mena
Barcelona, 14-I-2018, Gran Teatro del Liceo. L’elisir d’amore (Gaetano Donizetti). Jessica Pratt (Adina), Pavol Breslik (Nemorino), Roberto de Candia (Dulcamara), Paolo Bordogna (Belcore), Mercedes Gancedo (Giannetta). Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Director musical: Ramón Tebar. Director de escena: Mario Gas.

   En este fin de semana Donizettiano que planteaba el Gran Teatro del Liceo de Barcelona y después del poco habitual Poliuto del día anterior, llegaba el turno el domingo a una de las óperas más populares y representadas del catálogo donizettiano y de toda la historia de la ópera. Y ello es comprensible, ya que L’elisir d’amore contiene un hit de esos que trascienden el mundo de la lírica, el aria “Una furtiva lagrima”, pero además y fundamentalmente, la obra es un mecanismo perfecto fruto del talento de Gaetano Donizetti y Felice Romani, una impecable combinación entre lo cómico, lo ligero y lo patético; un canto a la sencillez, a la inocencia, la pureza de sentimientos y a la más limpia ingenuidad. Ya fuera compuesta en dos semanas como dice la leyenda o en seis como, al parecer, ocurrió en realidad, resulta igualmente asombrosa la genialidad que demuestra el bergamasco en esta obra maestra.

   Pero esta obra aparentemente fácil requiere intérpretes que fraseen y acentúen con intención, con desenvoltura, naturalidad y espontaneidad, además de tener una técnica asentada y dominar el estilo belcantista. Sin embargo, esta función comenzada a las seis de la tarde, pareció, durante gran parte del primer acto, invitar a la siesta con unos intérpretes planos y sin chispa y una dirección orquestal de impecable factura musical, pero sin vuelo, ni vivacidad. Con un ambiente desangelado y un público gélido se desarrolló todo el primer acto. Cierto es que en el segundo mejoraron las cosas, pero sin terminar de caldearse la representación de un título tan emblemático.

   El tenor Pavol Breslik es un buen ejemplo de insulsa corrección. En cualquier examen de canto obtendría buenas calficaciones, pues es muy aplicado musicalmente, afina y canta con gusto, pero eso no basta en teatro, cuando se asume un tenor protagonista de ópera romántica y, especialmente, en un papel tan representativo. El material es modestísimo, muy justo de volumen (no digamos para una sala como la del Liceo), ayuno de squillo, de mordiente. El timbre, insustancial y anónimo, remata un Nemorino gris, con el que es muy difícil empatizar, falto de carisma e italianità. Fue aplaudido en la furtiva lagrima, irreprochablemente cantada, aunque también se escuchó algún buuh.

   Tampoco el gran recinto de La Rambla es el más adecuado para los medios vocales de la soprano Jessica Pratt, de centro escasamente armado y volumen limitado. En su primera intervención, “Della crudele Isotta”, más bien central y que no interpretó en la parte delantera del escenario, resultó prácticamente inaudible, con una proyección insuficiente. Además, como intérprete fue una Adina más bien sosa, carente de gracia, de comicidad y de desparpajo. Vocalmente se fue asentando conforme avanzaba la representación y empezó prodigar notas sobreagudas, donde gana brillo y timbre, además de certificar su gran facilidad en las alturas. Asimismo, fue escanciando su buena coloratura y cualidades como belcantista, incluidos filados y reguladores. De todos modos, no es Adina, desde luego, el papel en el que más ha brillado, entre los que le ha visto en vivo el que suscribe, si bien podrá ir perfilándolo en el futuro, ya que lo debuta en estas funciones. En su gran escena del final incluyó unas variaciones de dudoso gusto y discutible estilo en la segunda estrofa de la cabaletta “Il mio rigor dimentica”.

   Realmente es difícil imaginar una voz más desimpostada que la de Paolo Bordogna, un Belcore lleno de muecas, gestos y exageraciones, con los que no logra tapar una prestación vocal sumamente deficiente. Ni rastro de legato, ni de fraseo mínimamente compuesto ya desde su cavatina “Come paride vezzoso”, un cantabile de gran belleza, que fue recibida por el público con un significativo silencio, sólo roto por un grito de un espectador “¡¡¡Qué mal!!!” al que Bordogna respondió con una de sus muecas!!!!

   Mucho mejor Roberto de Candia en el fabuloso personaje de Dulcamara, un emblema del repertorio para cantante buffo. De medios vocales limitados, sí, pero fue el cantante con más intención en los acentos encarnando adecuadamente este espabilado y caradura mercachifle de buen corazón, que se hace querer. Cumplió sobradamente Merdeces Gancedo como Giannetta.

   Ramón Tébar con su habitual rigor y solidez musical gobernó una orquesta que el día anterior sonó desbocada y obtuvo un sonido aceptable de la misma, pero al igual que demostró en la Marina del Teatro de La Zarzuela, no parece ser el belcanto el terreno más apropiado a su temperamento y talento, ya que como se ha subrayado más arriba, faltó soltura, chispa, calor, abandono, en una labor un tanto rígida y un punto demasiado seria y encorsetada.

   La producción de Mario Gas se puede considerar ya todo un clásico. Se estrenó en Perelada en 1993, aunque su germen hay que buscarlo en el Festival del Teatro Grec de 10 años antes, para, posteriormente, llegar al Liceo en plena reconstrucción, con lo que se representó en el Teatro Victoria y después ya en su sede genuina en diversas ediciones (2005, 2014), con numerosas funciones. El montaje –con ecos del cinematográfico neorrealismo italiano– se sitúa en la época de la Italia fascista y cambia el pueblo de ambiente rural por un entorno urbano, un barrio de extracción humilde de una gran ciudad (muy atractiva la escenografía de Marcelo Grande). Todo ello no afecta en líneas generales al fundamento y espíritu de la obra, que discurre con jovialidad y dinamismo, con unos personajes bien perfilados y un eficaz movimiento escénico como puede comprobarse en esa fiesta con la que abre el acto segundo, en la que escuchamos al eximio Beniamino Gigli cantar “La Spagnola”, antes de que el director musical que también participa del convite, deba correr al podio para atacar las primeras notas de ese segundo capítulo de la función.

Fotografía: Bofill.

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