El conjunto hispanobelga ofreció un recital en el que fueron evidentes la falta de trabajo y de ilusión por este proyecto.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 23-II-2018. Real Parroquia de San Ginés. XXVIII Festival Internacional de Arte Sacro. Obras de Pedro Ruimonte, John Bull, Richard Dering, Emmanuel Adriaenssen y Peter Philips. La Hispanoflamenca | Bart Vandewege.
La historia de La Hispanoflamenca se remonta más de una década atrás, cuando un conjunto de cantores de procedencia española y belga se unen, bajo el mando de Bart Vandewege, en un ensemble que detiene su atención en el extraordinario patrimonio musical hispánico de los siglos XV y XVI. Especialmente interesados en la figura de Pedro Ruimonte (c. 1565-1627), autor zaragozano probablemente formado con Melchor Robledo en La Seo de Zaragoza, que poco después viaja a Bruselas acompañando al Albrecht VII, Archiduque de Austria, Soberano de los Países Bajos [entre 1598 y 1621] y Conde Borgoña. Para 1601 ostentaba el cargo de la capilla y la música de cámara de este y su esposa, el cual ostentó hasta 1611. En 1614 fue remunerado con 1.500 libras flamencas por regresar a España, de lo que se tiene constancia a través de algunos documentos, como el que el compositor Diego Pontac firmara y en el que dice que fue instruido por Ruimonte en Zaragoza. Pocos años después se le sitúa de vuelta a Bruselas, donde se mantuvo varios años. A lo largo de su larga estancia en Bruselas pudo tener contacto con varios de los compositores e intérpretes más destacados del momento, por lo que es común su vinculación con la música de los británicos Peter Phillips, John Bull, así como los franco-flamencos Géry de Ghersem y Pieter Cornet, entre otros. Una figura de gran altura en la historia de la música hispánica, cuyos hitos musicales, sus publicaciones de Cantiones sacræ,… et Hieremiæ Prophetæ Lamentaciones [Antwerp, 1607] y Missae sex iv, v et vi vocum [Antwerp, 1614], dentro del ámbito sacro en latín, así como su célebre El Parnaso español de madrigales y villancicos [Antwerp, 1614, con madrigales y obras sacras en romance, suponen sin duda un legado majestuosos al que es necesario prestar la debida atención.
Me hubiera encantado contar en estas líneas que el otro día asistí a un evento de altura, en el que se rindió el homenaje que este autor justamente merece. Pero no puedo. Me hubiera encantado comprobar que las interpretaciones de seis de sus nueve lamentaciones –que ya fueron grabadas en 2005 por este ensemble, tras realizar una magna labor de recuperación de los manuscritos conservados de las mismas– tuvieron el mínimo interés interpretativo, pero me es imposible. Me hubiera encantado escuchar algo de verdad en estas lecturas y sobre todo un mínimo trabajo conjunto que hiciera honor a tan magníficas composiciones, pero se nos privó de ello. El conjunto, renacido de su largo letargo de más de una década, no tiene nada de aquel ensemble inicial –salvo la cabeza visible de entonces y de ahora, el bajo belga Vandewege, al que me hubiera encantado poder alabar en su trabajo, pero no es posible–, se mostró sin alma, con los cantores anclados a sus partituras, sin el menor contacto entre ellos y ni tan siquiera con el director –honrosa excepción la del bajo Guillaume Orly–.
Es una lástima que la inadmisible cultura del bolo siga instaurada tan poderosamente en buena parte del panorama español de la llamada música antigua. No es necesario hacer escarnio público de los intérpretes de esta velada, pues cantores de un nivel notable –que podrían haber realizado un trabajo muy interesante– se vieron mermados en el altar de la Real Parroquia de San Ginés merced a la falta de trabajo previo. Me hubiera encantado poder echar la culpa de la debacle a la acústica, a las, sin duda, condiciones poco apropiadas para la celebración del concierto, pero, una vez más, me temo que honestamente no puedo. Cuando hay un trabajo sólido detrás, este tipo de inconvenientes pueden afectar a una interpretación, pero nunca tirarla por tierra. La falta de entendimiento, la ausencia de una dirección real, la pastosidad con la que se acometió el exquisito contrapunto concebido por Ruimonte, los errores notables en ciertas líneas, la falta de un concepto interpretativo y la ausencia total de expresión e intención no son un problema causado por unas incómodas e inadecuadas condiciones acústicas. Me hubiera encantado descubrir algo de verdad en lo que escuché, pero tampoco fue posible.
Es justo, por otro lado, y me encanta poder dejar constancia de ello, felicitar por su refinado trabajo a Manuel Minguillón, que ofreció hermosas interpretaciones de tres piezas para laúd del ignoto Emanuel Adriaenssen (c. 1554-1604), laudista, maestro y compositor flamenca que desarrolló buena parte de su labor en Amberes y la corte de Bruselas. A lo largo de sus dos colecciones principales de obras: Pratum musicum longe amoenissimum, cuius… ambitu comprehenduntur… omnia ad testudinis tabulaturam fideliter redacta… opus novum [Antwerp, 1584] y Novum pratum musicum… selectissimi diversorum autorum et idiomatum madrigales, cantiones, et moduli… opus plane novum, nec hactenus editum [Antwerp, 1592], muestra su refinamiento y calidad compositiva en más de 50 obras vocales adaptadas para su instrumento, así como 5 fantasías y cerca de 30 danzas, todas ellas en intabulaturas francesas. Entre ellas destacan especialmente sus fantasias, magníficos ejemplos de su límpido contrapunto y su escritura muy cercana ya en estilo y forma a lo que estará por llegar en el Barroco. Muy interesantes también, las intabulaturas interpretadas en órgano y laúd renacentista, por Laura Puerto y el propio Minguillón, de dos motetes de Richard Dering (c. 1580-1630) –Factum est silentium– y Peter Philips (c. 1560-1628) –O beatum et sacrosantum diem–.
Soy un defensor acérrimo del magnífico legado patrimonial que esconde este país, por ello nunca me conformaré con desempolvar las obras, no si es que este trabajo no va a acompañado de interpretaciones que hagan verdadera justicia a sus autores. Interpretarlas con tan poco trabajo supone tal falta de decoro para con la propia música, que carece de sentido. Creo que en estos casos es mejor seguir dejando al patrimonio dormir el sueño de los justos. Me hubiera encantado poder contar todo lo contrario…
…Pero mi respeto para esta música no me lo permite.
Fotografía: Noah Shaye.
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