Por Xavier Borja Bucar | @XaviBorjaBucar
Barcelona. 17-IV-2018. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau Grans Veus. Juan Diego Flórez (tenor), Orquesta de Valencia, Riccardo Minasi (director). Obras de Mozart, Gluck, Donizetti, Massenet y Verdi.
Juan Diego Flórez regresaba este pasado martes a Barcelona, una ciudad en la que el tenor peruano recala con asiduidad, cosa que los lugareños –si se me permite hablar en su representación– agradecemos enormemente, lo que se tradujo en un Palau de la Música abarrotado de un público devoto.
Para esta ocasión, Flórez, acompañado por la Orquesta de Valencia bajo la batuta de Riccardo Minasi, ofreció un programa completamente operístico que cartografió el repertorio en el que el tenor se ha aventurado de un tiempo a esta parte. Como es sabido, Flórez ha ido arrinconando el repertorio rossiniano que le encumbró en sus inicios como el mejor tenor ligero y que le catapultó al estrellato lírico para, en los últimos años, abrirse camino hacia un repertorio puramente lírico, primero, con la incorporación de roles como el Edgardo de Lucia di Lammermoor o el Duque de Mantua de Rigoletto, y ya muy recientemente, adentrándose en el repertorio francés con Romeo et Juliette de Gounod e incluso el Werther de Massenet y Les contes d’Hoffmann de Offenbach. Una trayectoria en la que los más suspicaces ven un empeño injustificado, por parte del tenor peruano, por emular a su gran referente, Alfredo Kraus. Sin embargo, ya nos detendremos más tarde en esto último.
El recital se estructuró en forma de sucesivos bloques dedicados a cada uno de los compositores comparecientes en el programa. De ese modo, el concierto arrancó con Mozart y la obertura de La clemenza di Tito. Sin ser ninguna maravilla, la formación valenciana a las órdenes de Minasi ofreció una interpretación compacta y pulcra, de cierto relieve, que hizo presagiar una actuación mejor que la finalmente fue. Y es que, en lo sucesivo, la Orquesta de Valencia mostró una y otra vez imprecisiones clamorosas especialmente en las secciones de cuerda y de viento metal que afearon no pocos momentos. En complicidad con esto, la dirección de Minasi discurrió entre el trazo grueso y la monotonía, especialmente sufridos en las intervenciones únicamente orquestales.
Volviendo al bloque mozartiano inicial, tras la obertura de La clemenza di Tito, llegó la primera intervención de Flórez, con “Dies Bildnis ist bezaubernd schö”, de Die Zauberflöte. El tenor peruano mostró una vez más su voz de timbre cristalino que conserva intacto su frescor de juventud y un fraseo elegantísimo que se amoldó como un guante al estilo mozartiano. Acaso la dicción alemana pudo ser más clara, pero poco más se puede objetar a Flórez, quien asimismo mostró un instrumento que ha ganado algo más de cuerpo con respecto a años atrás, sobre todo en el registro agudo, igual de seguro que siempre, pero más robusto. Sin abandonar a Mozart, Flórez prosiguió con “Si spande al sole in faccia”, de la temprana ópera Il re pastore. Con esta aria, de reminiscencias todavía barrocas, el tenor peruano exhibió un dominio absoluto de la coloratura, algo que también ocurrió a continuación, ya con Gluck, en la interpretación de “L’espoir renaît dans mon âme”, de Orphée et Eurydice. Seguidamente, Flórez insistió con la ópera de Gluck, esta vez, con la celebérrima “J’ai perdu mon Erydice”, en una interpretación de absoluta elegancia.
Tanto Gluck como Mozart son dos autores que se amoldan con comodidad a las prestaciones y las virtudes del tenor peruano, que, pese a la evolución de su voz, sigue siendo un tenor ligero en el más noble sentido de la palabra. Sin embargo, hasta la fecha, Flórez se ha prodigado poco en este repertorio, acaso debido a que los roles de tenor, especialmente en las óperas de Mozart, no son precisamente protagónicos. Quizás por la misma razón se perdió en Kraus al enorme y referencial mozartiano que podría haber sido. En todo caso, sería una buena noticia que Flórez incorporara pronto en teatro los roles del compositor de Salzburgo.
Lejos de Mozart, lo que sí que ha ido asumiendo gradualmente Flórez desde hace años es, como apuntábamos al inicio, el repertorio lírico, y en ese camino el bel canto ha sido la primera meta del tenor peruano. Así, Flórez volvió al escenario para afrontar una de las partes emblemáticas de este repertorio, como es “Tombe degli avi miei… Fra poco a me ricovero”, de Lucia di Lammermoor. De nuevo, Flórez ofreció aquí una lección de línea y fraseo. Sin duda, el peruano se ajusta como un guante al estilo, aunque su voz ligera, si bien siempre bien proyectada, no termina de dar entidad dramática de un rol como el de Edgardo. No obstante, y en cualquier caso, desde el punto de vista técnico, la interpretación de Flórez es impecable y difícilmente igualable hoy día por nadie más, salvo, en todo caso, por Javier Camarena.
La segunda parte del recital fue ya plenamente consagrada al repertorio lírico y lo dicho con respecto a la interpretación de la parte de Lucia di Lammermoor sirve, en buena medida, para las sucesivas intervenciones de Flórez, quien reanudó el recital con Massenet: primero, con “Ah! fuyez, douce image”, de Manon, y, a continuación, con “Pourquoi me réveiller”, de Werther. En ambas, el canto del tenor fue maravilloso, de fraseo bellísimo y los agudos algo más expansivos que antaño. Sin embargo, los dos roles de Massenet, de un relieve dramático considerable, requieren una entidad vocal, una cierta densidad en el registro central de la que Flórez carece.
En el tramo final del recital, dedicado a Verdi, el tenor peruano adoleció menos de la falta de entidad dramática de su voz, en la medida en que los dos roles que interpretó, el del Duque de Mantua y el de Alfredo Germont, son más superficiales, en ese aspecto. Como Duque, Flórez cantó “Questa o quella”, de un modo irreprochable, como era de prever, para, acto seguido, abordar la comprometida “Parmi veder le lagrime”, una parte emblemática que en alguien con el dominio técnico y la musicalidad del tenor peruano solo podía resultar en un momento álgido de la noche, y así fue. Nuevamente, fraseo irresistible, homogeneidad absoluta en todos los registros y dominio de la respiración fueron las credenciales mostradas por el tenor, si bien el agudo final fue inesperadamente corto, acaso revelando un cierto apuro al abordar la última frase, “Per te, le sfere agli angeli”, de un solo fiato. Con todo, ello no desmereció una interpretación soberbia, que precedió a la última intervención programada de la noche, esto es, la escena del tenor de La traviata: “Lunge da lei… Dei miei bollenti spiriti… O mio rimorso”. Si ningún apuro, y granjeándose el triunfo final, Flórez afrontó el aria y la cabaletta de Alfredo Germont, un rol que debutará en Nueva York en diciembre de este año.
En medio de la ovación de un público rendido a su canto, Flórez, quien durante todo el concierto derrochó carisma y espontaneidad, dirigiéndose puntualmente al público de un modo distendido para dar alguna que otra explicación acerca del programa, volvió al escenario guitarra en mano para ofrecer un par de bellísimas propinas del acervo hispanoamericano: las Coplas a fray Martín, de Chabuca Granda, y Cucurrucucú Paloma, de Tomás Méndez, con las que el tenor peruano terminó de meterse al público en el bolsillo. Tras este momento de intimidad y acompañado de nuevo por la orquesta, Flórez despidió en alto, con Granada, un concierto del cual podemos desprender un par de conclusiones. En primer lugar, que Flórez, con toda probabilidad, sigue siendo, a día de hoy y desde un punto de vista técnico, el tenor que mejor canta. En consecuencia, y en la medida en que en el repertorio lírico debe prevalecer el canto bello, Flórez, en el contexto de un recital, puede salir airoso y, en efecto, triunfante. Ahora bien, en un rol entero, la pura belleza del canto no puede suplir la carencia de una entidad vocal superior y necesaria para abordar personajes como Werther o Edgardo. Personajes que la voz cristalina y ligera de Flórez no puede hacer creíbles, como sí los hacía su maestro, Kraus, poseedor de un centro mayor y de un squillo en el agudo incomparablemente superior no ya al de Flórez, sino al de cualquier tenor lírico actual.
Sin embargo, y pese a todo, ¿acaso puede alguien hoy cantar mejor una aria como “Fra poco a me ricovero”? Si se trata solo de cantar, Flórez seduce y gana.
Fotografía: juandiegoflorez.com
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